“Es una historia de amor, absolutamente, y sin vergüenza para mí”, dice Claudio Tolcachir sobre su nueva obra, Próximo, la primera que dirigirá en un espacio oficial (de miércoles a domingos en el teatro Sarmiento, Avenida Sarmiento 2715). Es una historia de amor entre dos hombres que se comunican vía Skype desde países lejanos, que no se conocen personalmente pero que mediante la tecnología van haciéndolo y se sienten menos solos en el mundo. No tiene la oscuridad característica de otros trabajos del director, como la imperecedera La omisión de la familia Coleman o El viento en un violín. Aunque “triste”, la que estrena esta noche es una obra “más luminosa”, completa el también dramaturgo. “Veo al mundo resignado y deprimido y tengo la necesidad de hacerles un homenaje a la resistencia y al amor”, explica.
El punto de partida en los materiales de Tolcachir no suele ser el tema o el texto. “Como en todas mis obras, primero pensé en con quiénes la iba a hacer. Uno era Lautaro (Perotti), compañero de Timbre, en realidad compañero del colegio. Siempre los inicios de algo tuvieron que ver con su complicidad. El otro actor, Santi Marín, hace diez años que está cerca de nosotros. Pensamos en una obra para que la hicieran juntos”, cuenta el fundador de la compañía Timbre 4. “Y apareció una imagen motora, que tenía que ver con dos personas comunicándose vía Skype, en el teatro. Eso tiene potencia: hay una contradicción, y siempre que hay una contradicción hay algo interesante. Vemos los cuerpos juntos, a diferencia de en el cine, que serían dos planos distintos. Sin embargo, quise descubrir si se lograba la sensación de que están en espacios diferentes. Me pareció que tenía que ver con la magia que puede producir el teatro en el espectador.”
Además de esta búsqueda, detrás del espectáculo parecen combinarse una mirada sobre el estado de ánimo colectivo en los tiempos que corren y el estilo de vida de Tolcachir, sus viajes constantes para dirigir obras y la necesidad de sentirse cerca de sus afectos. Este lunes, por ejemplo, vuelve a tomarse un avión. “Siempre existió un amor a distancia, en cartas, por ejemplo. Lo nuevo es que, según el sistema, tenés la sensación de estar junto al otro. Me ha pasado de hacer Skype con mi casa. Comer juntos, sentir que estoy ahí. Y cuando se termina, se me vienen los miles de kilómetros en el cuerpo. Investigamos para la obra y hay miles de historias: abuelas que conocieron a sus nietos por Skype, madres que conocieron a la mujer de sus hijos así… Tenemos muy internalizada la comunicación”, reflexiona el autor. Próximo también implica un regreso al texto escrito, luego de Dínamo (dirigida junto a Perotti y Melisa Hermida), una obra más centrada en el cuerpo que en la palabra.
Actualmente hay dos obras dirigidas por Tolcachir en España: Tierra del Fuego, de Mario Diament, y La mentira, de Florian Zeller. En Roma está en cartel Emilia. En Buenos Aires, en Timbre, en el 15° aniversario de la sala, se pueden ver Tercer cuerpo y Dínamo. En el Metropolitan, La omisión…; en el Maipo, un unipersonal de Mercedes Morán dirigido por él
(¡Ay, amor divino! ). Tras ocho años, retomó la actuación teatral con Nerium Park, que volverá a la cartelera en agosto.
–¿Fue un proceso de escritura en soledad el que derivó en Próximo?
–No, para nada, fue totalmente grupal. Absolutamente con ellos, está escrita para ellos, con lo que conozco de ellos. Siempre tengo a los actores antes de la obra, en mi oído. Fue un proceso corto de ensayos que empezó cuando volví de Roma, donde estuve dirigiendo Emilia. Empezamos a improvisar por Skype. Las reuniones con la escenógrafa, la vestuarista y los actores eran con la pantalla dividida en cinco. Y acá nos internamos todos los días, cinco, seis horas, a improvisar, crear personajes y situaciones. Fue frenético pero divertido. Un proceso ideal. No hubo tensión sino mucha inspiración. El miedo impulsa pero también tensa. En este caso la pasamos muy bien, teníamos ganas de hacerlo y de estar juntos. Tenía mucho sentido para mí, en este momento, hablar de la resistencia, del esfuerzo que implica el amor. No sólo el de pareja: me refiero a cualquier proyecto amoroso, a tener fe en algo, persistir, insistir, ser creativo, esperar, atravesar el miedo.
–¿Por qué lo dice? ¿Por el contexto?
–Por todo. Por el país, pero también por el mundo. Es horrible. La sensación de violencia, de dolor… Estamos todos muy tristes. Desesperados. Deprimidos, más que desesperados. Es una instancia peor. Porque cuando uno está desesperado al menos acciona. La depresión es la resignación. Creo que políticamente a mucha gente le conviene la resignación. Ninguna cuestión revolucionaria va a surgir de gente resignada. Creo que, en ese punto, el amor es revolucionario. Nada te apunta al amor ahora. Un proyecto como Timbre es amor. Un proyecto de un hijo, una pareja, una familia. Una obra. Una vocación. Son proyectos de amor, que se contradicen absolutamente con la resignación. Esta es una historia de amor, absolutamente, y sin vergüenza para mí. Es muy necesario para mí hablar de eso, veo al mundo resignado y deprimido y creo que tengo la necesidad de hacerle un homenaje a la resistencia.
–Hay un sello oscuro en muchas de sus obras, una unión entre la risa y el dolor. ¿Próximo es más luminosa?
–Absolutamente, por esto que decía. Pero, a la vez, el espacio opera sobre ellos. Ves que están bien juntos, pero sos consciente de la distancia. El espacio opera en el dolor. Hay algo que permanentemente no se completa, que está atravesado por la soledad, que no está dicha pero que sucede en los cuerpos. Estos personajes están atravesados por la soledad. Uno tiene la tentación de construir un discurso sobre el dolor de los personajes, yo intento nunca hacerlo, pero podría decir que el discurso de esta obra es la resistencia, la perseverancia. Y también el absurdo: del mundo de gente que tengo cerca, te elijo a vos, que estás en Australia, no te conozco, no sé cómo olés y, sin embargo, sos vos. Estos personajes tienen una esperanza que duele. Cuando tenés esperanza tenés miedo, te arriesgás. Hacer una obra es un acto de esperanza, como la militancia política, como lo fue Timbre, cualquier proyecto. Hoy hay algo despectivo hacia la esperanza y la militancia. Y creo que hay que poner el foco en cualquier tipo de esperanza. No tenía ganas de hablar de la mierda que somos. Si ya lo sé. Ya lo tengo re anclado, ya lo hablé.
–Y en cuanto a la tecnología, contrariamente a lo que podría pensarse, la mirada no es en absoluto apocalíptica.
–No. Es simplemente un hecho. Quince años atrás esta historia no podría haber sucedido. Ahora puedo enamorarme de alguien que vive a miles de kilómetros. Está buenísimo, pero es un dolor. Tengo la posibilidad de llamarte pero no de tocarte, es una contradicción, pero también es una realidad. Estuve muchos meses afuera por trabajo, operaron a mi viejo cuando yo estaba a miles de kilómetros, y pude percibir todo el amor de cerca gracias a la tecnología. Aunque siempre esté atravesada por la soledad, como cuando se corta la comunicación, prefiero haber visto la cara, la voz, estar ahí, acompañar. Sería fácil criticar. Esa crítica ya la tenemos servida. No hace falta decirla: estamos todo el día así (agarra el celular y lo mira). Lo interesante es ver un brote de amor en la porquería. Es fácil ver la mierda. Ahora más que nunca, tal vez.
–¿Qué pasa con el rito del teatro a medida que avanza la tecnología?
–El teatro es una vibración distinta. Me gustaría que fuera mucho más masivo. Me gusta el teatro popular. Es peligroso el teatro, todo puede fallar. Cuando sucede es una ceremonia única, mágica. Me gusta mucho no depender de la tecnología, que lo espectacular no esté en la puesta en escena. Los climas cambian sin nada. Eso no lo puede hacer el cine. El teatro lo hacen los actores, en complicidad con el deseo del público de creer. En eso es imbatible. Tengo la necesidad de un teatro así de mágico, no de uno de desarrollo tecnológico, que me deslumbra pero me emociona menos. Ver a un actor vivo me vuelve loco, me parte el alma, me desespera. No necesito nada más. Que el espacio, la luz y todo te permitan creer que eso es verdad, que todo fue un accidente, que nadie lo organizó, que todo pasó mágicamente… es un lenguaje misterioso. No se sabe por qué, de golpe funciona y de golpe no. Uno persigue, a ver si se produce esa alquimia. En esta obra estaba la tentación de incorporar tecnología, pero sería como un libro con fotos. El teatro está construido en ese incompleto. No utilizamos videos ni nada de eso, aunque la comunicación de estos personajes sucede a través de lo tecnológico. Es puro ellos, magia de actores, que no se ven en toda la función.
–¿Cómo transitó la experiencia de este debut en un espacio oficial?
–Ya había trabajado como actor, así que lo conocía. Pero nunca me habían llamado como director. Fuimos nosotros a buscarlo, cuando ya teníamos la obra. Yo me crié en el San Martín como espectador y actor. En este caso, nos organizamos bien. Nuestro grupo tiene una cosa un poco rabiosa. Estamos acostumbrados a hacer todo: la promoción, buscar la escenografía, pintarla, subirla, bajarla… acá tuvimos que ensamblar con un montón de organizaciones, que si uno las entiende y respeta funciona bien. Llegamos a buen puerto, sin demasiado sufrimiento. Me daban ganas de dirigir en el ámbito oficial porque no lo había hecho. Y era una posibilidad de pagar los ensayos, una obsesión mía. Estuvimos durante dos meses dedicados full time; estuvo buenísimo probar otra dinámica de trabajo, porque pudimos ensayar de lunes a sábados. Además, para mí, son espacios que hay que ocupar. Por más o menos coincidencias que uno tenga, son nuestros. Me emocionó estar dentro del marco del San Martín, es un lugar que amé siempre, estuvimos peleando para que se abriera, que estuviera bien. Yo no oculto nada de lo que pienso. Tenemos que pedir subsidios, leyes, ocupar espacios. Si no, sería pensar que el gobierno es el dueño del Estado. Trato de no ser ciego. De dialogar. Tengo la suerte de que tengo mi casa, me encierro en Timbre a hacer lo que sea. Y siento la total libertad de decir lo que pienso y puedo dialogar con gente que piensa distinto.