1. El psicoanálisis, por tratarse de una ciencia de la especulación, se encuentra entramado, como ciencia particular y como práctica, a una estética. Una estética que se despliega junto al uso de sus técnicas, la lógica de sus intervenciones y su posible desarrollo teórico. En la juntura entre teoría y práctica encontramos ecos que le conciernen a esa estética. Esa estética particular e instantánea tiene la forma de un canto --en la novela familiar-- apegado a sus circunstancias históricas, a las fantasmáticas familiares, a los determinismos contextuales.

Ese canto produce una reverberación en las sesiones, esas reverberaciones son en potencia una poética.

2. En este sentido, la práctica del psicoanálisis no se articula, sino incómodamente, a las visiones ideológicas de la moda, en las que el sujeto tiene existencia en anudamientos que llaman a lo excluyente entre el registro imaginario y el registro real.

3. Consideremos la estética ligada al deseo como una creación de vida, por lo tanto, una conciencia de vivir.

Nada está preparado ni prestablecido en ese sentido, cuando el mercado capitalista establece tendencias estéticas vinculadas el efectismo y a la sobreestimulación que obtura y obnubila la conciencia, y la obliga a deformarse, a fallar, romperse o fracasar. Es una de las dimensiones propia de los quebrantos y sufrimientos de la vida, situación en la que solemos recibir a los pacientes en un análisis.

Por el contrario, la conciencia de vivir está ligada al desprendimiento y a la perspectiva de la temporalidad. La estética es una posible vía de esa conciencia, efecto de las lecturas circunstanciales, también transferenciales, y que en cada quien tendrá una característica singular.

La estética nos reúne, pero en la diferencia, atiende a la lógica del rasgo unario y no a las masificaciones totalitarias de la tendencia de la moda y del consumo.

La estética no es a priori una vanguardia, sino un estilo deseante.

4. El estilo propone un cierto tipo de experiencia para cada quien, intransferible, a anudar, afín a lo que Lacan denominó sinthome --sinto hombre, síntoma anudado a la singularidad de la existencia--, el anudamiento de la existencia a la vida, para que ésta se haga posible, fiable.

Viable vida, fiable, verosímil.

5. Cuando decimos vida, no hablamos del funcionamiento adaptado a las necesidades de la producción alienada del capitalismo, sino de una vida de la que pueda darse testimonio. Una, para cada quien, no todas las que pudiéramos haber vivido, no toda una vida.

6. De esto mismo, también, de una estética se trataría la experiencia del pase en psicoanálisis, un testimonio que no hace de la escuela de psicoanálisis su objeto, sino que atraviesa la experiencia dinámica de una transmisión de lo que Lacan mencionó como la función de una escuela --en psicoanálisis--, en su último intento de darle testimonio de realidad en el Seminario Disolución, como un “buzón”, uno que permita bordear un agujero por el que entren y salgan escritos, letras, producciones y aportaciones clínicas y teóricas, un temporalizador que nos disponga, también, a atravesar las vicisitudes de la vida. La escuela es incluso un acto creador, promueve la subjetividad respecto de una estética del goce y una ética deseante. Desarmar la expresión “escuela”, desmontarla en la dirección de la transmisión del psicoanálisis y del pase en psicoanálisis, podría nombrar de otro modo esa relación del sujeto con la realidad, recuperando su dimensión ociosa.

7. Para este acto creador preferimos en la experiencia delimitar allí los contornos de un espacio, que más precisamente se defina por su dinámica referida a un campo de acontecimientos, y no tanto de una escuela y sus prerrogativas historiográficas, pedagogizantes, incluso moralizantes.

¿Tal vez eso propuso Lacan hacia el final de su experiencia como psicoanalista? Retomar esta senda que respeta no sólo el principio por el cual un analista se autoriza de sí mismo, por un lado, sino por aquello que en el estilo se trasmite intergeneracional y subjetivizándose, para cada caso, para cada quién.

8. La práctica del psicoanálisis es también una estética de la realidad. Desprendimiento del signo, ligada en su naturaleza al das Ding --la cosa--, al concepto nombrado como “roca viva de la castración” y alrededor del cual Freud ya postulara, en los textos originarios, como primera experiencia de satisfacción, inevitablemente perdida. Eso también importa a la relación entre emprender un psicoanálisis y la dimensión estética de la vida como humanos.

Cristian Rodríguez es miembro del Espacio Psicoanalítico Contemporáneo (EPC) y Le institute Gérard Haddad de París (L’IGH).