La obra El Mar de Noche supone un desafío particular a Luis Machín. La representó en muchos países y escenarios diversos, el actor fue premiado, y en Rosario tuvo unas pocas funciones hace años atrás. Afortunadamente, la obra que dirige Guillermo Cacace, con autoría de Santiago Loza, llega esta noche a Arteón (Sarmiento 778, Planta Alta) y con dos funciones, a las 20.30 y a las 22.

Lo hace, además, en un contexto delicado para la sala, habida cuenta del riesgo de cierre que Arteón enfrenta y que al actor sensibiliza. “Es un espacio que siempre fue muy importante para mí y la comunidad; por eso, más allá de llevar la obra y dar una clase el sábado (cuyo cupo ya está completo) se trata también de apoyar un poco a la movida, para que este espacio emblemático no se cierre, y que las autoridades tanto municipales como provinciales tomen cartas en el asunto. A partir de la pandemia cerraron un montón de espacios; por más pequeña que sea la sala, hay muchos gastos fijos y a veces la afluencia de público no es tan grande. Los movimientos culturales siempre han tenido mucha vida, se han regenerado y han sobrevivido a las hecatombes sociales, políticas, económicas; la cultura y sus movimientos son la identidad de un pueblo, tenemos capacidad y resto. Pero lo cierto es que estamos muy golpeados. En ese sentido, cualquier política cultural que abrace un espacio para que Arteón no cierre será bienvenido”, explica el actor a Rosario/12.

-¿Cómo llegaste a El Mar de Noche?

-La idea inicial fue hacerla en el Teatro Nacional Cervantes hace ya varios años. (Guillermo) Cacace me la ofreció, pero había que estrenarla medio rápido y no estuve de acuerdo, me parecía que al texto había que abarcarlo de manera profunda y con tiempo, por lo menos yo lo sentí así. Pasó el tiempo, me la volvieron a ofrecer y acepté, pero con la condición de tener un tiempo para probar y ensayar. No quería tomarlo con una fecha de estreno, no quería correr con ese material. Yo lo necesitaba probar, vivir, ensayar, estudiar la letra, necesitaba básicamente tiempo. Si dentro de un tiempo no me sentía bien con el material, lo abandonaba. Con esas preguntas nos juntamos a ensayar, y empecé a tomar contacto con un material que en principio se presenta muy poético, lo cual atenta contra el teatro, porque la poesía va por un lado y la dramaturgia por otro. Sentía que el texto tenía mucha poesía, y al pasarlo al plano teatral tenía sus dificultades. Lo abordamos desde muchos vectores distintos, y trabajé con una especie de asistente, que hacía esa otra persona a la que hace referencia el texto, para ponerle una cara a ese otro. Pero en un momento quise parar y aprenderlo. En general, a los textos yo los ataco bastante, los modifico durante el proceso de ensayo, haciéndomelos más míos, pero en este caso me propuse estudiarlo tal cual era, porque tenía una cadencia poética que era muy preciosa, quería llevar eso al cuerpo y al plano de la teatralidad. Hasta que no encontré eso, que fue durante un año y medio largo, no decidí estrenarlo. Finalmente se estrenó, hicimos temporadas en distintos lugares, y también la llevamos a Chile, Uruguay, hasta en Holanda la hicimos. Es una obra que tuvo la posibilidad de cotejar con públicos muy diversos. Había dejado de hacerla durante la pandemia, pero empezaron a surgir posibilidades y como no me tengo que poner de acuerdo con tanta gente decidí retomarla.

-Por lo que comentás, con quien debés estar de acuerdo para hacerla es siempre con vos mismo.

-Sí. Me demanda muchísima energía, y es una energía implosiva, que te estalla por dentro. No se trata de un despliegue en el espacio, como se supone de algunos unipersonales o monólogos, asociados al actor que atraviesa distintos estados, que va de un lado para otro del escenario. Esta obra es muy intimista. Es esta persona hablando con esa otra persona de la cual ya no hay nada, ha habido mucho amor pero ya no. Y sí, es cierto que a diferencia de otras obras, donde a veces sentía una demanda de despliegue y energía, con El Mar de Noche me di cuenta de lo que es mantener durante una hora un determinado estado de consciencia, de atención, donde uno no puede apoyarse en otro, sino en uno mismo. Eso ya de por sí es una responsabilidad muy grande. Al volver a pensar en hacerlo de nuevo, tuve que tomar conciencia de los territorios a los que tenía que volver a ingresar. Si bien es de un gran goce en el plano del trabajo y de la técnica, esos territorios son de una demanda emocional muy fuerte. Hay que estar preparado. Y después de la pandemia, con semejantes niveles de angustia y de dolor que atravesamos, era una decisión volver a pensar en hacerla, porque hubo que volver a meterse en un viaje que no siempre es disfrutable. Insisto, lo es en el plano de lo artístico, de lo profesional y del reconocimiento, pero no siempre en el más íntimo.

Al respecto, hay un ejemplo que oficia como síntesis respecto de la entrega profesional de Machín: “Es una obra que yo paso en mi cabeza todos los días, porque si no, no hay manera de tenerla tan presente y precisa. Es así desde hace cinco o seis años, salvo el año primero de la pandemia, porque me paralicé. Pero ahora, no hay un día que no la pase en mi cabeza, mientras manejo, en el subte, en mi casa. Eso también hace que la obra tenga todo lo que tiene que tener; por lo menos, lo que yo sé que tiene que tener”.