La chica y la araña 8 puntos
Das Mädchen und die Spinne; Suiza, 2021.
Dirección: Ramon Zürcher y Silvan Zürcher.
Guion: Ramon Zürcher.
Duración: 99 minutos.
Intérpretes: Henriette Confurius, Liliane Amuat, Ursina Lardi, Flurin Giger, André Hennicke.
Estreno en MUBI.
Lisa se está mudando de departamento y su inminente ex compañera de piso no está contenta. No lo dice –muchas cosas no se dirán–, pero la molestia parece ser profunda, hiriente incluso. Mara se encierra en el baño mientras en el nuevo hogar de su amiga la gente entra y sale: la madre de Lisa, un par de hombres responsables de la mudanza, el otro compañero de las chicas, la vecina de abajo que llega para presentarse, dos perros y un gato. En el baño, Mara –a quien acaba de salirle un herpes en el labio, molestia física y metafísica– escupe en el inodoro, como si se tratara un juego infantil o, tal vez, como una extraña forma de rechazo al ámbito que le quitará a su roomie. ¿Y examante?Otro de los detalles que nunca se confirman, pero se sospechan. Lo que resulta claro es que entre Mara y Lisa hay broncas sepultadas por la cordialidad, pero que ante el menor roce salen a la superficie en pequeñas dosis (además del herpes, Mara tiene una uña a punto de desprenderse, producto de un golpe semi accidental que es descripto en detalle en un flashback).
La chica y la araña, el segundo largometraje de los hermanos gemelos de origen suizo Ramon y Silvan Zürcher, luego de The Strange Little Cat –ambas favoritas del Festival de Mar del Plata, donde participaron de la Competencia Internacional–, es un prodigio de bajo perfil y alto rendimiento, una miniatura de meticulosa construcción narrativa y formal. La historia es mínima, compacta. También los ámbitos en los cuales transcurre y el rango temporal. Un par de días y de noches en los dos departamentos, con algún que otro escape a la casa de las vecinas, y apenas dos o tres planos en exteriores: un bar, el local de enfrente, la vereda. Material suficiente para un ensayo sobre las relaciones humanas –los deseos insatisfechos, los rencores, las costumbres e idiosincrasias– que hace de cada detalle un universo tan rico como complejo. La chica y la araña es una película en la cual se dialoga mucho, pero las palabras no son más importantes que los gestos. El gran truco de magia cinematográfica de los Zürcher es la extraordinaria dirección actoral: las miradas son una fuente inagotable de sentidos, comenzando por las de la magnética actriz alemana Henriette Confurius, a quien el espectador afín a las series reconocerá por su papel central en la producción de ciencia ficción Tribus de Europa.
En el caos de la mudanza, con el constante desplazamiento de objetos y las distintas personas circulando por las habitaciones, comienza a desarrollarse un pequeño gran drama, que los realizadores logran crear y transmitir de manera precisa, aunque sin dejar de lado la posibilidad del enigma y algo de excentricidad. Allí está esa mujer “vampiro” que vive de noche y de día se esconde en su cuarto, siempre ansiosa por la presencia de un hombre, o la anciana que, dicen, se “roba” el gato de los vecinos durante días para que le haga compañía.
No es el único animal, desde luego, y la araña del título –tal vez un elemento simbólico demasiado subrayado– aparece también en varias escenas, pasando de mano en mano como si fuera una mascota más. Hay una escena onírica de gran poder evocador y un uso notable del hit ochentoso de Desireless “Voyage, Voyage”, pero lo más destacable de este agraciado ejercicio de estilo son los encuadres –precisos, nunca redundantes; “pensados” pero nada forzados–, pilar esencial para una historia que pasa sin solución de continuidad del naturalismo al artificio y viceversa.