En 2018, la editorial estadounidense New Directions reeditó, después de más de veinte años, el clásico de la literatura japonesa de los años 60 Toddler Hunting and Other Stories de la autora Taeko Kono, que había muerto en 2015. Hace pocos meses hizo lo propio La Bestia Equilátera con el título de Cacería de niños, colección de cuentos que trae al castellano, en traducción de Hugo Salas, a esta escritora casi desconocida de manera local que fue una estrella en su época y es de las más influyentes en su país: ganó los premios Akutagawa, Tanizaki y Yomiuri –de los más importantes- y Kenzaburo Oé la consideraba la escritora más lúcida de Japón.
Nacida en 1926, Taeko Kono fue ensayista, crítica literaria y dramaturga. Trabajó en una fábrica de municiones durante la guerra del Pacífico, tuvo que enfrentar una salud endeble y una tuberculosis que la tuvo cerca de la muerte, estudió Economía, fue parte de grupos literarios y, ya casada con el pintor Yasushi Ichikawa se mudó a Nueva York en los 90.
Fue entonces cuando la tradujeron por primera vez y, aunque es autora de varios libros, para Occidente es conocida por Cacería de niños, sus cuentos de los años 60, todos acerca de mujeres observadas muy de cerca, mujeres poco convencionales para cualquier estándar, mujeres que destruyen la imagen de la asiática sumisa o deliciosa o frágil, tan común en las narrativas escritas por varones. Su mirada a las vidas privadas de mujeres japonesas, la mayoría casadas, es tan incisiva y filosa que expone las fantasías sexuales, muchas de ellas violentas –y consentidas- con igual afán de disección, aunque en el fondo de estos relatos desafiantes no hay provocación: hay una pregunta y una búsqueda sobre el lugar de la mujer en la tardía posguerra, sobre el erotismo y la pareja en una sociedad que cambia mundialmente y que en ese cambio arrastra al Japón. Ninguna de estas mujeres es convencional y los relatos son, por lo general, bien directos. En “Cacería de niños”, el primero, no da muchas vueltas: “Hayashi Akiko no podía soportar a las niñitas de entre tres y diez años de edad; las detestaba más que a cualquier otra clase de ser humano”. Poco después agrega: “Era más bien como una fobia”. Aclara, además, que su infancia fue feliz. Sólo odia a la niñas, no hay motivo obvio. Pero con los chicos tiene una obsesión a la inversa. Los elige. Les compra ropa. Se emociona seduciéndolos. Poco a poco se sabe más sobre la vida privada de esta mujer caprichosa. El esposo casi siempre está ausente. Ella es una cantante lírica frustrada. Como la autora, tuvo tuberculosis y por ese motivo ya no se trata sólo de que no desea ser madre, sino de que no puede. Mientras tanto, fantasea con esos chicos a los que sí adora y las fantasías son brutales. Imagina a un padre pegándole a un chico; el hombre sigue las órdenes de la madre. “No le has tocado el abdomen. Otra vez la voz de la mujer, insinuante. Algunos azotes caen sobre la barriga del niño y de pronto el vientre se le abre en un desgarro. Los intestinos caen al suelo, son una soga de un exquisito color violeta”.
Así que por esto ama a los niños. Porque sueña con torturarlos.
Pero, hay que decirlo, solo sueña. Las mujeres de Kono rara vez actúan sus fantasías perversas (como la mayoría de la gente). Lo importante de estos relatos es el reconocimiento del lado oscuro, de su fuerza inexorable en la imaginación, el manifestar que una mujer no es un ser de buenos pensamientos sino que puede ser, en lo profundo, una diablesa.
El sadomasoquismo no estetizado –aquí no hay cuero ni látigos, sino manos apretando el cuello y bambú contra las nalgas y penetraciones dolorosas- es una constante en estos relatos, como si una de las salidas a la idea de la mujer sumisa fuese la mujer que goza en el dolor, como de hecho lo confesaron muchos sus contemporáneos varones, como Mishima. “Una salida en la noche” es de los cuentos más sutiles y hermosos de la colección y el título casi lo describe: una pareja pasea de noche y el relato describe la caminata y en flashbacks la relación con otra pareja, con la que tienen una relación de intercambio erótico. No son swingers sino algo menos codificado y más pudoroso. Pasan por casas abandonadas, cementerios, esperan en vano el transporte público: es un paseo que refleja la incertidumbre y el cambio en sus vidas privadas, un deambular nocturno marcado por el desvelo, el vagabundeo, el desplazamiento. Fukuko, la mujer, dice que se siente de un ánimo extraño, que la impulsa “a caminar y seguir andando hasta convertirse en los perpetradores –o víctimas-- de un crimen impredecible”. Similar en tema aunque con un clima totalmente distinto es “El teatro”, relato en el que una joven conoce a una pareja que le llama la atención: una mujer hermosísima y su esposo jorobado. Los ve de lejos en la ópera y los busca hasta que logra su amistad y eventualmente es testigo y amante muy reticente de esta pareja en la que la fealdad de él y los castigos que le impone a su espectacular esposa son parte de la atracción erótica y de un amor tan extravagante como verdadero.
El mejor cuento de la colección quizá sea “Nieve”, sobre una mujer que debe ir a Osaka a ver su madre moribunda. Pronto sabemos que su reticencia en hacer el viaje tiene motivo: ha sido una madre cruel y más que eso, una filicida. Hayako, la protagonista, la asocia con la nieve y cada vez que cae una nevada sufre migrañas y revive un episodio espantoso de infancia. “Cangrejos” plantea una suerte de tregua con los niños, a partir de la relación de una tía con su sobrino en un balneario: ella se recupera de una enfermedad, el chico es una compañía demandante pero grata. Todo se desvanece en “Una colonia de hormigas”, relato en el que Fumiko, una mujer que no quiere quedar embarazada, nota que deja de menstruar y, para su horror, cuando se lo menciona a su marido, él considera la posibilidad del hijo. También son una pareja que prefiere el dolor en su intimidad erótica.
A veces parece que Kono hablara de una única mujer que encuentra diferentes disfraces para ir en búsqueda de esa identidad en formación, cómo ser una esposa, cómo ser una madre, qué significa no querer hijos, cuál es ese deseo necesariamente diferente pero aún incierto: sobre todo una escapatoria al destino de la mujer de “Carne con hueso”, por ejemplo, que al ser abandonada por el hombre, al dejar de lado el placer –ya ni come: es notable el pasaje en el que ambos devoran ostras, de una sensualidad hiriente-- se arroja a la autodestrucción.
Taeko Kono impresiona. Su ferocidad en el rechazo de los roles establecidos, derramada en magníficos cuentos de hace más de 50 años, es asombrosa. También, literariamente, estos relatos son una especie de respuesta, por ejemplo, a las fantasías violentas de Tanizaki, aunque también resultan la apertura de esas puertas tan leves que se cierran como de cemento sobre la vida privada en Japón, especialmente sobre las mujeres. Los relatos son largos: la autora necesita todo ese tiempo para insertar lo perverso en lo cotidiano, para que el trasfondo sexual no tenga nada de aleccionador. Aquí hay deseo sin explicaciones, con todo el vértigo que eso implica.