Desde Mar del Plata
Una película argentina hablada en buena parte en idioma inglés, otra estadounidense, protagonizada por un joven que debe luchar contra varios enemigos visibles e invisibles, y una tercera llegada de Colombia –pero que se parece en poco y nada a los últimos films colombianos vistos en festivales–, son las más recientes incorporaciones a las competencias internacional y latinoamericana del Festival de Mar del Plata, que ya atravesó su primer fin de semana de exhibiciones. La primera de ellas viene de presentarse en el prestigioso Festival de Locarno y es el más reciente largometraje del argentino Matías Piñeiro, joven realizador que desde su ópera prima El hombre robado viene construyendo –más allá de sus evidentes filiaciones temáticas y formales con cineastas del pasado y del presente– una de las obras más radicalmente personales del cine local. Como viene siendo la costumbre, hay algo de Shakespeare en Hermia y Helena, aunque aquí los personajes y vueltas de tuerca de “Sueño de una noche de verano” son una excusa argumental más que una adaptación libre de los versos originales.
Son más las novedades que las ligazones con sus películas previas las que se destacan aquí, más allá de ese partido de fútbol que vuelve a abrir los cortinados para iniciar la acción, como ocurría en La princesa de Francia. En principio, el rodaje en los Estados Unidos (básicamente, Nueva York, donde Piñeiro está afincado desde hace un tiempo) le aporta un aire más universal al relato, aunque éste vaya y vuelva desde las nevadas calles y plazas neoyorquinas a las florecidas macetas de algún barrio porteño, saltando a su vez en el tiempo, hacia delante y hacia atrás. El usual reparto de actrices que viene acompañándolo desde hace varios títulos (Agustina Muñoz y María Villar, entre otras) vuelve a ocupar la pantalla, interpretando personajes suspendidos entre esos viajes desde aquí y hacia allá o viceversa, como si fueran mujeres en eterna transitoriedad (de estudios, trabajos o amoríos). Son éstos últimos, desde luego, los que comienzan a delimitar esas idas y vueltas de la trama, volviendo a echar raíces en los tópicos y morales del francés Eric Rohmer.
Pero más allá de la usual delicadeza y enorme elegancia de Piñeiro para desarrollar sus historias, hay en Hermia & Helena una evidente intención de salir un poco del claustro shakesperiano y abrir el juego a una suerte de naturalismo que nunca llega a golpear las puertas del costumbrismo. El film va descubriendo sus secretos de a poco y, sobre el final, el realizador dedica varios minutos a un encuentro sorpresivo, tal vez el momento más emotivo en toda su filmografía. Cambiando para seguir siendo fiel a sí mismo, el director de Viola y La princesa de Francia entrega una película en estado de gracia, disfrutable de principio a fin, que tal vez se transforme en el punto de partida para un encuentro con espectadores que desconocían por completo su universo.
De un tono completamente diverso –y unos Estados Unidos muy diferentes a los transitados por los personajes del director argentino–, Moonlight presenta tres retazos en la vida de Chiron mientras intenta sobrevivir a duras circunstancias personales en un barrio suburbano del estado de Florida, cerca de las luminosas playas de Miami.
El segundo largometraje del estadounidense Barry Jenkins narra, en realidad, tres instancias en la vida de su protagonista, divididas con sendas placas, como si se tratara de capítulos individuales, pero que se revelan profundamente unidos entre sí. En el primero de ellos, Chiron –un niño negro cuya madre tiene una relación problemática con las drogas– aprende a los golpes la dureza del bullying en la escuela. Sensible, introspectivo, callado, siempre al borde de la implosión, el chico encuentra algo de comprensión en un traficante del barrio y en su mujer. En el segundo episodio, la adolescencia trae aún mayores problemas en la relación con sus compañeros, al tiempo que su sexualidad comienza a despertar y la relación con la madre se torna aún más conflictiva. Finalmente, ya como un joven adulto, el film se reserva algunos reencuentros al tiempo que muestra a un Chiron que ha logrado construirse una coraza de rudeza, una “mascara”, como le dice un ex compañero a quien no había vuelto a ver en una década.
De una construcción narrativa sutil y paciente que logra transmitirle al espectador los miedos y angustias del personaje en los tres momentos de su vida –pero que sólo logra un sentido abarcador sobre el final–, Moonlight es un film que nunca abandona sus pretensiones de realismo pero que, al mismo tiempo, logra momentos de intenso lirismo que nunca se sienten artificiales. En las antípodas de cualquier clase de estereotipo (el film, en realidad, parece trabajar en contra de ellos), y de un tono atípico en el cine indie norteamericano, Jenkins logra una precisa descripción social a partir del dolor personal, íntimo.
Una joven adolescente es la protagonista de Mañana a esta hora, película de la colombiana Lina Rodríguez que forma parte de la Competencia Latinoamericana. Dividida claramente en dos partes, la primera de ellas presenta algunos momentos en la vida de Adelaida –una chica de 17 años algo rebelde pero también muy cariñosa– y sus padres, una pareja de clase media dedicada al arte (él es escultor) y a la organización de eventos sociales. No parece haber nada fuera de lo común en esa familia típica; es decir, más allá del amor que se profesan, nunca están exentos de las zonas de fricción y choque. Rodríguez logra en varios pasajes un gran nivel de intimidad, como si estuviera registrando la realidad a partir de una cámara no del todo visible para los personajes. De a poco, va quedando claro que es la madre quien parece sostener los hilos invisibles que mantienen las cosas en su lugar, relegada en parte a ese rol de ama de casa que todavía –y a pesar de los muchos cambios sociales de las últimas décadas– parece estar destinado a las mujeres, aunque trabajen puertas afuera durante todo el día.
Algo ocurre hacia la mitad del metraje, algo trágico e inesperado, y de allí en más el film investigará –sin explosiones ni subrayados– los cambios que comienzan a operar en los personajes. Podrá pensarse que la película no se decide por ahondar en ciertas cuestiones o desarrollar dramáticamente el dolor de los personajes, pero esa es precisamente la carta que la realizadora tiene escondida debajo de la manga: evitar casi por completo los derroteros previsibles de la dramaturgia al uso y elegir, en cambio, un modelo de registro que prefiere el boceto –incompleto, pero rico en sus rasgos y matices– a la pintura completa y narrativamente “profesional”.
* Hermia & Helena se exhibe hoy a las 14.30 en Auditorium.
* Mañana a esta hora se exhibe hoy a las 13.30 en Cinema 2.