Nunca fue un actor carismático y popular como Belmondo, ni mucho menos una estrella al modo de Delon, por ejemplo. Y sin embargo Jean-Louis Trintignant -fallecido este viernes a los 91 años en su casa de Uzès, en Provenza, la región donde nació y donde supo cuidar de sus propios viñedos- se convirtió, casi a su pesar, en uno de los intérpretes más representativos del cine francés de los últimos 65 años.

Basta recorrer de un vistazo su inmensa filmografía, que araña los 150 títulos y que incluye trabajos con directores de la talla de Eric Rohmer, Costa-Gavras, Michael Haneke, Claude Chabrol, Bernardo Bertolucci, Ettore Scola, François Truffaut y Krzystof Kieslowski, entre muchos otros, para darse cuenta de la importancia de Trintignant no sólo en el cine francés sino también en el de toda Europa, en una época en que las grandes coproducciones estaban a la orden del día.

Se diría que Trintignant supo aprovechar a su favor la timidez enfermiza que él mismo reconoció quiso exorcizar cuando abrazó la carrera teatral, para crear en el cine un personaje a su medida, al que le iba introduciendo diversas variaciones, a las que no era ajeno a veces cierto carácter siniestro. “Ser una página en blanco, partir de la nada, del silencio. Por lo tanto, uno no necesita hacer mucho ruido para ser escuchado”, escribió alguna vez sobre su peculiar método de actuación, que abjuraba de los momentos de bravura que tanto disfrutaban algunos de sus contemporáneos, como Vittorio Gassman, con quien compartió ese clásico inolvidable que sigue siendo Il sorpasso (1962), donde el director italiano Dino Risi supo sacar lo más característico de ambas personalidades.

Il sorpasso

Esa comedia crítica, cáustica, que hacia el final se volvía lisa y llanamente trágica, fue uno de los grandes éxitos internacionales de Trintignant, pero no el primero. Ya en 1956 había sido el partenaire romántico –no sólo en la ficción- de Brigitte Bardot en el film que catapultaría a la sex-symbol francesa a su efímera pero flamígera fama, Y dios creó a la mujer, con dirección de Roger Vadim. Ese romance con Bardot le dio una notoriedad mediática que él hubiera preferido evitar y que cortó de cuajo el servicio militar, cuando fue convocado contra su voluntad para engrosar el ejército francés en Argelia, siendo él un ferviente partidario de la independencia de ese país.

Se intoxicó deliberadamente con vino y claras de huevo para evitar el reclutamiento, terminó en un hospital y fue derivado a un destacamento en Alemania, donde los oficiales a cargo se vengaron de su actitud, que consideraron una traición. Esos meses bajo bandera lo volvieron más comprometido aún con las causas antifascistas y con el cine que las representaba, primero con Verano violento (1959), de Valerio Zurlini, y Le Combat dans l'île (1962), de Alain Cavalier, y luego con una de sus películas más recordadas, Z (1969), de Costa-Gavras, sobre la llamada Dictadura de los coroneles en Grecia, que le valió el premio al mejor actor del Festival de Cannes por su composición de ese orgulloso e inflexible juez de instrucción empeñado en esclarecer un infame crimen político.

Z (1969), de Costa-Gavras

Tres años antes, en 1966, Trintignant ya había saboreado las mieles de Cannes cuando Un hombre y una mujer, que él protagonizaba junto a Anouk Aimée, ganó la Palma de Oro. El drama romántico concebido por Claude Lelouch inició allí un furibundo éxito internacional de público, que convirtió en un hit al leit motiv compuesto por Francis Lai y a la película en una influencia para el incipiente cine publicitario de la época, que desde entonces no pudo prescindir de autos deportivos derrapando sobre la arena al borde del mar, siempre al ritmo de una música contagiosa. Lo que se supo entonces fue que ese hombre tan parco y enigmático, tan celoso de su intimidad, que siempre fue Trintignant, era también un aficionado a los autos de carrera, tanto que años después llegaría a competir en las 24 horas de Le Mans.

A diferencia del sonriente Paul Newman, otro actor amante de los autos y la velocidad, hay sin embargo algo oscuro en Trintignant que siempre lo llevó a elegir personajes antipáticos, ambiguos, sombríos. Es el caso de dos de sus mejores y más famosas películas: la extraordinaria Mi noche con Maud (1969), de Eric Rohmer (“¡Este falso cristiano era muy desagradable!”, confesó alguna vez) y la no menos notable El conformista (1970), de Bernardo Bertolucci, donde Trintignant se ponía en la piel de un camaleónico, siniestro sicario del Duce. Para el director Michel Deville fue un perverso tanto en El cordero enardecido (1974) como en su versión de la novela de Patricia Highsmith Aguas profundas (1981). En el policial Desafío a la ley (1975), junto a Alain Delon, interpretó al múltiple asesino Emile Buisson y en La terraza (1980), de Ettore Scola, a un guionista deprimido que se mutila un dedo con un sacapuntas eléctrico. Ni siquiera en la comedia policial Confidencialmente tuya (1983), el canto de cisne de François Truffaut, Trintignant está particularmente divertido. Ese lugar lo ocupa en todo caso Fanny Ardant. Como dice el crítico francés Jean-Luc Douin, cuando sonríe Trintignant tiene siempre “algo carnívoro”.

En los años ’90, filma poco y se vuelve a inclinar hacia el teatro, su primera pasión. En esa década, sin embargo, se destaca en dos películas: Tres colores: rojo (1994), del polaco Krzystof Kieslowski, donde interpreta a un sinuoso juez retirado, y Los que me aman tomarán el tren (1998), de Patrice Chereau, donde hace dos papeles, el de un burgués de provincia que recibe a los amigos de su hermano fallecido, y el propio difunto, un artista homosexual.

Amour

Y en los 2000 casi desaparece de las pantallas. “Tengo 70 años, estoy cansado. Estoy cerrando el negocio y mi vida no tiene sentido”, explicaba entonces, antes incluso de enterarse de la muerte violenta -a manos de su esposo, que la mató a golpes- de su hija Marie, en 2003, un hecho que tuvo en él un efecto devastador. Recién en 2012 el austríaco Michael Haneke lo convence de volver con Amour, un film terrible en muchos sentidos, cargado de misantropía, que gana la Palma de Oro en Cannes, premio que el director decide compartir sobre el escenario con Trintignant y su partenaire Emmanuelle Riva.

Cinco años más tarde, Haneke vuelve a convocarlo para Happy End, donde interpreta al desagradable patriarca de una familia burguesa de Calais, propietarios de una empresa constructora en decadencia. Y en 2019, a los 88 años, volvió a trajinar la alfombra roja del Festival de Cannes junto a Anouk Aimée y Claude Lelouch para el estreno de Los años más bellos de una vida, reencuentro más de cincuenta años después de la pareja de Un hombre y una mujer. Este viernes, Trintignant “murió en paz, de vejez, esta mañana, en su casa, en el Gard, rodeado de sus familiares”, dijo su esposa Mariane Hoepfner Trintignant en un comunicado de prensa.

 Claude Lelouch, Anouk Aimée y Trintignant,, en Cannes 2019