Desde Santa Fe
María Inés Gutiérrez comenzó su relato ante los jueces del Tribunal Oral de Santa Fe con el día del ataque: 27 de febrero de 1976. Esa tarde, estaba en una vivienda sin terminar en el macrocentro, en Primera Junta al 3400, junto a cuatro compañeros de militancia en el PRT: Carlos Cattáneo, Lucio López que tenía 17 años, Eusebio Cabral y Carlos Courault, quien les había prestado la casa, que era de su papá. Por la ventana, vieron cuando un grupo de tareas de la Policía Federal y el Ejército los había rodeado. “Salimos corriendo por el fondo”, contó. López, Cabral y Courault encabezaron la salida por techos vecinos y tapiales. Ella y Cattáneo los seguían. Lograron llegar a la calle de atrás, San Lorenzo, donde quedaron bajo fuego. “Sentía que las balas picaban a mi alrededor, hasta que una me pegó en la pierna y caí al suelo”. A pocos metros, vio que también habían herido a Cattáneo, que estaba boca abajo en la misma vereda. Uno de los represores avanzó sobre ellos. “Estaba uniformado. Venía corriendo. Cuando llegó al lado de Cattáneo se frenó y le disparó varias veces en la espalda. Siguió corriendo hacia mí y yo le dije: ‘¡No me tire, no me tire, estoy embarazada!’”.
Cuatro años tardó el Tribunal de Santa Fe para convocar al juicio y escuchar a los tres sobrevivientes de la cacería: Gutiérrez, Cabral y Courault, entre otros testigos. El Ministerio Público solicitó el debate en setiembre de 2018, el Tribunal recién lo abrió en junio de 2022 para juzgar a cuatro integrantes de aquel grupo de tareas de la Policía Federal: el comisario inspector Rodolfo Gómez Trintinaglia, el sargento Ricardo Olivera y los cabos Víctor Stahlberg y Elbio Eduardo Píccolo. El fiscal Martín Suárez Faisal y la abogada querellante de Hijos Lucía Tejera los acusaron por el “homicidio agravado” de Cattáneo y Lucio López y la “privación ilegítima de la libertad” y “tormentos agravados” de Gutiérrez, Cabral y Courault.
Una de las pruebas de la causa revela que el grupo operativo de la Federal estaba integrado por 14 oficiales y suboficiales, que se dividían en tres brigadas. Nueve fueron ascendidos el mismo día de la persecución, entre ellos el sargento Olivera y los cabos Stahlberg y Piccolo. Al juicio de 2022, sólo llegaron cuatro.
Tras la ejecución sumaria de Cattaneo, María Inés quedó sola en la vereda, con la pierna izquierda destrozada. Un vecino de calle San Lorenzo le abrió la puerta y la ayudó a ingresar a su casa para vendarle la herida. No pudo. En minutos, la patota copó la casa, a los gritos y golpes. “Entró un grupo grande. Eran muy violentos, rompían y gritaban”, contó Gutiérrez. “Al rato, trajeron a Lucio López y a Cabral y los dejaron tirados en el piso”, heridos.
Los llevaron a los tres en una ambulancia. Al salir, Gutiérrez volvió a ver a Cattáneo en la misma vereda donde lo mataron por la espalda. El traslado era al Hospital Piloto –como se llamaba entonces el Cullen- pero María Inés mencionó que pasaron por una escala intermedia. Un hall muy grande, donde había una escalera y asomaban galerías como balcones. “La gente se asomó por todos lados a mirarnos. Escuchábamos que decían: ‘Estos son los subversivos’. Sólo eso. Nos expusieron" como un trofeo del terrorismo de estado.
El sumario de la Federal –agregado a la causa- dice que López “había logrado fugar” del operativo y que el mismo grupo de tareas lo capturó al día siguiente en la zona de Alto Verde. Gutiérrez lo desmintió, dijo que a Lucio lo trajeron a la casa del vecino que la ayudó y “estaba muy mal herido”. En la Sala Policíal, donde ambos estaban internados, la impactó su último grito. “Durante dos o tres días, escuché a Lucio gritar y gritar. Pedía agua y ayuda. En un momento, no gritó más. Lo sacaron en una camilla, completamente cubierto. Sé que murió ese día”, dijo. No ocultó su llanto.
María Inés estuvo seis meses en el Hospital Piloto, donde soportó dos cirugías en su pierna izquierda, la segunda el 24 de marzo de 1976, el día del golpe. Los militares coparon hasta el quirófano. Su salud se complicó con un “problema pulmonar muy serio”. Y hasta “vino un cura que me dio la extrema unción. Pensaban que yo no podía sobrevivir”.
El 6 de junio de 1976, le hicieron “una cesárea de urgencia y tuve una hija, que nació con ocho meses, pero sana, con un peso casi normal”, relató. Superado el embarazo, su salud comenzó a mejorar. La beba estaba al lado de su cama, todo el tiempo. “Yo no podía caminar, pero la cambiaba, la amamantaba y la tenía conmigo”. “No recuerdo a nadie que la haya venido a controlar, hasta que un día llegó gente de Pediatría o Neonatología. Me dijeron que la iban a llevar para hacerle otros estudios. Al rato, me trajeron su ropita y me dijeron que había bajado de peso, que necesitaban hacerle más controles, que estaba en una incubadora”.
“No recuerdo cuánto tiempo pasó. Un día me avisaron que la beba había muerto de un paro cardíaco. Como se muere toda la gente. Toda la gente se muere de un paro cardíaco, pero ¿por qué? ¡No lo supe nunca! Fue el dolor más grande”, reveló María Inés. “Había visto cómo mataban a mi compañero Carlos Cattáneo cerca de mí. Estaba consciente que había perdido la libertad y la salud”. Pero la muerte de la niña “era más de lo que yo podía soportar. No tengo palabras para explicarlo”. Era el 22 de junio de 1976.
El fiscal Suárez Faisal le preguntó por el “uniformado” que le disparó por la espalda a Cattáneo cuando estaba inmóvil en la vereda. “Si, fueron tres tiros”, contestó Gutiérrez.
-¿Cattáneo ya estaba herido?
-Absolutamente. Quedó boca abajo, completamente quieto. Yo estaba a 30 metros, también tirada en el piso. Veía su cabeza y sus manos, solo eso y a esa persona que llegó corriendo y le disparó.
-Usted nos contó que le dijeron que su hija había fallecido. ¿Pudo verla?
-Sí. Me habían dicho que estaba en incubadora. Cuando me dijeron que había muerto me pidieron ropa para vestirla. Les dije que no, que no se las iba a dar, que la quería ver. Me la trajeron y yo la vestí. La vi. Y después se la entregaron a mi familia.
-¿Usted estaba en pareja?
-Con Carlos Cattáneo, él era el padre de mi hija.
En 1982, Gutiérrez volvió al Hospital Cullen a buscar su historia clínica para seguir la rehabilitación de su pierna izquierda, por el gravísimo daño que había sufrido. Pidió también la historia clínica de su hija para entender qué sucedió. “Me dijeron que el archivo donde las guardaban se inundó y que no me las podían dar. Ese hecho sigue siendo inexplicable para mí”.