En el campo de la geología existen las derivas continentales, en el de la biología las derivas genéticas, pero también hay derivas literarias. Bajo ese precepto fue que Guido Arroyo y Galo Ghigliotto pensaron la edición de Deriva Artaud (Alquimia Ediciones, Chile), un compendio de textos del poeta francés que sigue el impulso espontáneo más que los criterios tradicionalmente utilizados por los antologistas a la hora de organizar los materiales.

“No quería presentar una obra crítica del más primigenio antecesor del pensamiento mágico basándome en su cronología, escogiendo los versos que se relacionan unos con otros por tal o cual motivo. No para el artista que afirmaba que ‘lo que ustedes han tomado por mis obras no eran más que los desechos de mí mismo’”, escribe Ghigliotto en el prólogo. Y, efectivamente, la propuesta es coherente con la biografía y el pensamiento de Antonin Artaud, un hombre al que le bastaron 51 años de vida para desempeñarse como escritor, poeta, dramaturgo, ensayista, actor, director teatral y dibujante, entre otras cosas.

Artaud nació el 4 de septiembre de 1896 en Marsella (Francia), empezó a escribir sus primeros versos mientras estaba en el secundario, fundó una revista con sus compañeros y muy tempranamente experimentó las crisis nerviosas que lo atormentarían el resto de su vida. A los 24 años se instaló en París para dedicarse a las dos disciplinas que amaba: la literatura y el teatro. Integró el Grupo Surrealista, fundó el Teatro Alfred Jarry y no sólo actuó en numerosas piezas de teatro sino también en las películas de dos grandes directores franceses: en Napoleón (Abel Gance, 1927) interpretó a Jean-Paul Marat, mientras que en La pasión de Juana de Arco (Carl Theodor Dreyer, 1928) encarnó al joven fraile que asiste a la heroína.

El rostro de belleza viril que quedó capturado en esos registros en blanco y negro fue deteriorándose con el paso de los años a causa de sus reiteradas crisis y una fuerte adicción a las drogas que consumía para contrarrestar los dolores. El libro recupera parte de esa evolución porque incluye fotografías e ilustraciones de ese rostro en sus múltiples versiones: Artaud bebé, Artaud niño, Artaud con un cigarro entres sus labios, Artaud con un saco a rayas, Artaud junto a su pequeña hermana, Artaud narrado en un pasaporte.

A pesar de las dificultades de salud que padeció a lo largo de toda su vida, el poeta no se quedó quieto. En 1936 viajó a México en busca de la tribu de los tarahumaras, con el objetivo de aprender sus rituales mágicos; el libro Los Tarahumara es fruto de esas investigaciones. También pasó por Irlanda, donde entró en contacto con la filosofía druídica y sus profetas. Sin embargo, un año después lo deportaron a Francia y comenzó su periplo por distintas instituciones psiquiátricas.

Deriva Artaud traduce algo del espíritu de ese recorrido: sus páginas recopilan artículos y manifiestos publicados en La revolución surrealista (histórica revista del movimiento fundada en 1924), varios poemas, fragmentos de El pesanervios y El ombligo de los limbos (dos de sus clásicos) y también algunos textos escritos a mano que fueron conservados por el Dr. Fouks en el hospital psiquiátrico Villa Evrard donde Artaud estuvo internado en sus últimos años, cartas nunca remitidas a Gide o a Hitler.

Antonin Artaud no era un hombre de medias tintas y este libro lo demuestra. Sus textos exponen no sólo esa prosa ácida y nerviosa que lo caracteriza, sino también un pensamiento que se distancia de cualquier lógica para acercarse a ese grito primitivo que acecha al lector detrás de cada línea. “Esta para mí es una época inmunda”, escribe en la primera carta que incluye el volumen; en otra afirma que “la gente es tonta” y “la literatura vacía”; también dice que “toda escritura es una porquería” y se define como “un abismo completo”, como “un imbécil”, como testigo y profeta.

El poeta tenía un don especial para el insulto y el ingenio, algo que puede comprobarse en la “Carta a los rectores de universidades europeas” o en la “Carta a Gide”. En “Revuelta contra la poesía” (inédito en castellano hasta ahora), reflexiona: “No quiero ser el poeta de mi poeta sino el poeta creador, en rebeldía contra el yo y el sí mismo”. En “¡La revolución primero y siempre!” exhorta a cambiar las formas humanas de relacionarse y escribe: “Es injusto, es monstruoso que quien no posee sea esclavizado por quien posee”. “A la gran noche o el engaño surrealista” es el texto en el que plantea sus discrepancias con el movimiento que integró durante algunos años: “El surrealismo nunca ha sido para mí más que una nueva forma de magia”.

El dramaturgo alemán Heiner Müller dijo del francés: “Arrebató la literatura a la policía, el teatro a la medicina. Bajo el sol de la tortura, que ilumina por igual todos los continentes de este planeta, florecen sus textos. Leídos sobre las ruinas de Europa, serán clásicos”. Muchos de los aquí reunidos sorprenden por su increíble actualidad. Deriva Artaud no es una simple antología sino un modo de acercarse a la figura del poeta atormentado y en permanente rebeldía también desde lo formal. Una invitación que va más allá de las cronologías, una expedición en la que el lector quedará a merced de los impulsos que motivaron al autor a escribir estos textos en períodos muy diferentes de una vida atormentada y fugaz.