Desde París
Entre lo absoluto y lo relativo: Francia transita este domingo por esa cuerda y sólo conocerá en que proporción será gobernada cuando, a las ocho de la noche de este domingo 19 de junio, se conozcan los resultados de la segunda y última vuelta de las elecciones legislativas. Sea el eje presidencial obtiene la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional (289 escaños), sea una mayoría relativa. En ese caso, el presidente francés, Emmanuel Macron, tendrá en su segunda presidencia muchos más obstáculos para gobernar que en el periodo entre 2017-2022.
Hechizo razgado
En la primera vuelta de la consulta legislativa la alianza entre las izquierdas que se compuso entorno a la izquierda radical de Francia Insumisa (Jean-Luc Mélenchon) se impuso por escaso margen al movimiento presidencial mientras que la extrema derecha de Marine Le Pen quedó en tercera posición. La coalición Nupes (Nueva Unión Popular Ecológica y Social) que reúne a Francia Insumisa, el Partido Socialista, los ecologistas y el Partido Comunista rompió hace una semana la dualidad política que existía en Francia entre el partido presidencial La República en Marcha y la extrema derecha de Marine Le Pen. Gracias a una unión reclamada desde hace mucho por los militantes, la izquierda consiguió lo que nadie había logrado en los últimos años de la presidencia macronista: rasgar el hechizo que había atrapado a Francia entre un centro derecha liberal y la ultraderecha.
Para este domingo, la incertidumbre sobre si Emmanuel Macron obtendrá o no una mayoría absoluta sobrevuela las urnas con tanta más persistencia que ya se conoce de antemano cuál será la primera mayoría: la abstención. Los sondeos predicen un porcentaje altísimo de abstencionistas, lo que haría de Emmanuel Macron el presidente que menos deseos de votar suscita: 52,48 por ciento de abstenciones el pasado domingo, 51,30 en 2017. En 2022, Macron ha sido también el presidente menos votado en unas elecciones legislativas. 32, 3 por ciento en la primera vuelta de hace cinco años, 25,3 en éste.
El voto también arroja dos datos importantes: la izquierda no ha conseguido más votantes que en 2017. Se mantiene en torno a un 25 por ciento que, al estar dentro de una alianza, le confiere una dinámica de mucho más peso dentro de la Asamblea Nacional. La derecha tradicional de Los Republicanos perdió a su vez cinco puntos y la única fuerza política que mantiene su empuje ascendente es la extrema derecha de Marine Le Pen. Pasó de 13,2 por ciento en 2017 a 18,9 en 2022. Es, de hecho, el único partido que ha crecido en votos.
El duelo
El duelo entre la izquierda y la mayoría presidencial ha ocultado un poco la dinámica exitosa de la ultraderecha. Ya no es sólo el carisma de la figura de Marine Le Pen la que atrae a un tipo de electorado casi exclusivamente durante las elecciones presidenciales. Estos resultados de hace una semana y las perspectivas futuras demuestran que, con el paso de los años, la extrema derecha ha sabido arraigarse con candidatos locales.
La campaña de cara a esta segunda vuelta ha sido de una tristeza desoladora. Desde las elecciones presidenciales del mes de abril, Francia parece vivir en una suerte de invernadero electoral. No hubo debates ni intercambios de ideas antes de la primera vuelta de las presidenciales, lo mismo ocurrió entre la primera y la segunda. La experiencia se repitió hace una semana con las legislativas y el fenómeno de la desaparición del valor político de una elección se extendió una vez más a este domingo. Nupes y el macronismo se entretuvieron con groseras escaramuzas y unas cuantas intervenciones de mala fe por parte del movimiento de Emmanuel Macron.
Demonio peligroso
En todo momento, el macronismo buscó hacer pasar a la alianza entre la izquierda dirigida por Jean-Luc Mélenchon como el equivalente, a la izquierda, de la extrema derecha. Mélenchon fue retratado como un demonio peligroso y Nupes puesto bajo el mismo perfil que un partido como el Reagrupamiento Nacional de clarísimas raíces nazis y fascistas. Todo vale en política.
Ha sido, en todos los casos, una campaña muy extraña porque los principales protagonistas de uno de los ejes, en este caso el presidencial, optaron por esfumarse del debate en vez de argumentar, increpar, explicar o animar la campaña. Esa estrategia adoptada desde la primera vuelta de la consulta tuvo como consecuencia inmediata la propia desmovilización del electorado presidencial y la movilización del electorado de izquierda y de ultraderecha. Los primeros dieron la partida por ganada, los segundos labraron la tierra para ganar.
Hoy, a las puertas de la segunda vuelta y cualquiera sea el resultado (mayoría absoluta o relativa) la coalición Nupes constituye un fuertísimo polo de oposición para Emmanuel Macron, incluso para Marine Le Pen. Un nuevo polo político y narrativo pasó a tener, de manera imprevista, una influencia evidente. Quienes enterraron la división entre la izquierda y la derecha o la juzgaron caduca la ven hoy resurgir de sus cenizas y con mucho potencial por delante.
Tanto temor despierta ese ascenso que ministros y responsables políticos de la mayoría se pasaron la semana alegando que en caso de un duelo entre dos finalistas de la izquierda y de la ultraderecha no habría una consigna de voto nacional para impedir que la ultraderecha pase. El frente republicano quedó atrapado en los intereses electoralistas.
Entre lo absoluto y lo relativo, caiga donde caiga la ruleta electoral algo ha cambiado en las últimas semanas: la irrupción de una izquierda unida, disciplinada y agitada, impulsada por la ambición de poner todo en tela de juicio, de bloquear, lanzar ideas, torcer los rumbos fijos y de romper el orden cerrado que en los últimos cinco años construyeron Marine Le Pen y Emmanuel Macron.