Durante casi 40 años, la Compañía Azufrera Argentina fue una realidad en la Puna salteña. Desde 1940 hasta su abrupto cierre el 21 de noviembre de 1979 por la junta militar argentina, vivió períodos de gran auge, crecimiento y expansión, no solo de la actividad minera, sino también de la vida social y comunitaria que sucedía en lo que se conoció como Mina La Casualidad.
Cuenta la historia que a fines de los años 30, un grupo de errantes buscavidas que se dedicaban a buscar minerales preciosos por la inhóspita Puna para luego comercializarlos en las ciudades, emprenden un viaje sin éxito aparente que los lleva a perderse en un terreno cada vez más arido y desolado.
Apunados por los 5000 metros de altura y sin una gota de agua, se cobijan en la noche y duermen como pueden. A la mañana siguiente, un integrante del grupo visualiza un hilo de agua brotando cerca de un árbol. Se abalanzan sobre el liquido tan preciado y luego de saciar la sed, comienzan a seguir el curso del agua hasta encontrar unas piedras que llamaron su atención.
Llenan sus alforjas con el material y emprenden regreso a caballo hacia la ciudad de Salta. Aquel mineral resultaría ser azufre, muy codiciado en aquel tiempo. En tanto, la compañía que les recibió aquel el tesoro, será la que años más tarde, comenzará la explotación del material y bautizará a la mina "La Casualidad", en homenaje al hecho fortuito.
Este y otro relatos fueron recopilados por Daniel Parcero, revisionista histórico que se ocupa de rescatar la memoria de los trabajadores del Estado. “Una vez, revisando archivos, me encontré con el nombre de una seccional que me llamó la atención: La Casualidad. No había ninguna explicación en las actas del por qué desapareció, ni de dónde quedaba. Hice una primera búsqueda en un mapa y no había localidad con esa denominación”.
Parcero retuvo aquel nombre que le quedó resonando en la cabeza. “Un día estaba en un bar de General Güemes, en Salta, y escucho hablar a unas personas que estaban al lado mío de La Casualidad. Inmediatamente les pregunto, y me dicen donde era, que estaba arriba de la montaña, pero que era un desierto y que ya no había nada. Así fue que empiezo, con esos datos, una búsqueda”.
El historiador comienza una indagación cada vez más profunda. “Lo primero que encuentro es que la mina cerró en 1979, mas específicamente el 21 de noviembre de 1979. Cuando voy juntando las primeras informaciones, lo que hago es un folleto contando un poco la historia para que se pueda repartir y que repercuta, así poder tener más datos. Eso sucedió, y me fue llegando mucha información, lo que hizo que terminemos con la edición del libro que sigue teniendo muchas repercusiones”.
Vivir en la mina
Dino Vázquez fue trabajador en la mina. Hoy vive en El Bordo, localidad ubicada a 62 kilómetros al este de la ciudad de Salta. “Yo llego allá por el año 1967, a La Casualidad, un yacimiento que en su momento más activo tuvo 4.000 personas, con un tren que venía dos veces por semana, miércoles y viernes”, comenta Vázquez, quien fuera reorganizador del movimiento gremial en la mina y el último secretario general de ATE en la seccional La Casualidad.
Los relatos abundan en descripciones de momentos vividos. Tal es el caso de Nora Gallegos y Nancy Acebo, ambas criadas en el pueblo minero: "La vida en La Casualidad para mí fue maravillosa, una hermosa crianza. Había escuela, cine, iglesia, tanto católica como evangélica, teníamos luz, cancha de fútbol, de basket, había un galpón para los solteros, comedor, casino A para los oficiales, casino B para los obreros”, comenta Norma con marcada emoción.
En tanto Nancy agrega al relato: “Mi niñez la viví de una manera muy hermosa. Recuerdo que se organizaban grandes carnavales, disfruté mucho, jugábamos todo el tiempo. Al regreso de la escuela nos juntábamos los chicos, rápido después de comer porque a las 16 o 17 ya no podíamos salir afuera por el viento. Hacíamos helado de nieve con leche condensada, ese era nuestro helado".
Nancy enlaza uno y otro recuerdo como si lo estuviera viviendo, “En el cine me acuerdo que vimos ‘El bueno, el malo y el feo’, ‘La pantera rosa’... también fueron a dar espectáculo los Titanes en el ring". La imagen de Martín Karadagian y su troup en plena cordillera a 5000 metros de altura, pinta una escena bastante peculiar.
Nora lanza una carcajada al recordar una de las tantas vicisitudes que tenía la vida en La Casualidad, por ejemplo, en el uso del gas,.“No usábamos gas, eso no era posible, porque el gas cuando no hay oxígeno, no cocina la comida. Había cocinas y estufas a leña y eléctricas. El gas que podíamos comprar era a garrafa, pero recuerdo que a mi mamá no le servía, porque no se cocinaba nunca la papa".
Recuerdos vivos, alegres traen al presente los ex habitantes de La Casualidad, y también de los otros, así lo relata Nancy Acebo: “Cuando no había pasada de transporte, ya sea en vehículos o tren por la cantidad de nieve o derrumbes que sucedían, nos mandaban la mercadería tirándola en paracaídas desde los aviones Hércules militares. Teníamos que recoger las latas y comíamos así. También recuerdo cuando sentía el sonar del silbato de la fábrica anunciando la muerte de alguno de los mineros, y era todo incertidumbre hasta que no veíamos a nuestros padres regresar a la casa, porque no sabíamos quién era el que había fallecido".
"Yo perdí a mi madre allí cuando tenía nueve años, y ahí está enterrada, en el Cementerio”, comenta Nancy y continúa una historia que emerge dentro de tanta desolación. “Entonces mi papá, Ciriaco Acebo, como se quedó viudo con una sola hija, que era yo con 9 años, también se organizaba. Me retiraba de la escuela a las 12 del mediodía me llevaba a comer a donde había un comedor, un salón para que coman los empleados los obreros, y comía en la cocina con las cocineras. Como él era el chofer de los Terex, esos camiones gigantes que las ruedas son del tamaño de una persona, terminaba de comer y comenzaba a hacer los viajes, trayendo el mineral desde el cable carril, hasta Mina La Casualidad, y él me llevaba. Entonces mi infancia se da, entre los nueve y los trece años, arriba en el camión con mi papá. Esa es mi infancia, los precipicios eran algo común para mí, yo lo ayudaba a mi papá a poner las cadenas a las ruedas en la época de nieve, eso para mí era normal".
Nancy reconoce que, así como su padre, el pueblo en general tenía un alto nivel de organización. "Nuestros padres se organizaban para todo, para los carnavales, para los torneos de básket de niños, de mujeres, de hombres, también los torneos de fútbol. Era una gran hermandad, por eso nosotros hoy nos llamamos la comunidad azufrera".
Ser prescindible
Los sucesivos golpes de Estado que se dieron a partir de 1955, y otros tantos gobiernos que tendieron a la militarización de la zona y al desmembramiento de la actividad sindical, dejaron a la deriva los reclamos obreros.
Con la llegada de Dino Vázquez, a mediados de los años 60, comienza a agitarse nuevamente la necesidad de fortalecer la organización para reclamar mejoras en las condiciones laborales.
“Se trabajaban muchas horas, pero no se cobraba extra, y mucho del trabajo era extra. No nos daban ropa, y los elementos de seguridad no existían prácticamente. Además, por ejemplo, si tocaba un día feriado, te venían a buscar y tenías que ir igual. Entonces todo esto creaba un ambiente de disconformidad entre el personal. Era como vivir en un cuartel”, comenta Vázquez.
Aquella organización sindical que pudo rearmarse luego de las elecciones nacionales de 1973, tendrá un periodo corto de vida, ya que el preámbulo de la dictadura militar y sus liberales planes económicos, se encontraban a la vuelta de la esquina.
“’Achicar el Estado para agrandar la Nación, decían’”, rememora Dino, último secretario general de la Seccional, y agrega: “Cuando llega la dictadura en el 76, obviamente ya no podemos hacer actividad sindical. Era junio y nos comunican a cinco compañeros que habíamos sido cesanteados. Se había optado por la ley de prescindibilidad, y nos dan 48 horas para salir. Ponían a disposición un micro completo para sacar a las cinco familias… Y así nos fuimos, teníamos un Unimog adelante y otro atrás vigilándonos como si fuéramos extremistas”.
La situación comienza a ser desesperante, y ya no solo aquellos señalados como sindicalistas eran corridos de la mina, sino que los objetivos económicos del gobierno de facto no tenían a La Casualidad en sus planes .“Fue tremendo porque se venían corriendo rumores en la mina de que algo podía pasar, pero hubo un cierre abrupto al salir un decreto de Martínez de Hoz, y a punta de ametralladora, el 21 de noviembre a las 8 de la mañana se notifica a todos los habitantes que tienen que desalojar la mina porque había sido clausurada. Había que tomar el último tren porque a partir de ese dia, no iba a llegar más”, describe la dramática situación de los habitantes el historiador Daniel Parcero.
Nora Gallegos relata la experiencia vivida con su padre, el soldador Juan Gualberto Gallegos: "Yo me había casado y volví al pueblo a ver a mi papá. En ese momento lo declaran prescindible, así que tuvimos que dejar el lugar, sí o sí te tenías que ir”.
Un reclamo de vida
Nora y Nancy son dos de las miembros más activas del Centro de Azufreros de Mina La Casualidad, una ONG que pelea por la recuperación de los derechos arrebatados luego del desalojo forzado de la mina. “Nosotros estamos reclamando recuperar el pueblo, pero no queremos minerales, queremos trabajar como guía de turismo, hacer un hostal y construir un monumento para nuestros adultos mayores. Porque si no, un día no va a haber nada que diga ‘en aquel lugar funcionó un pueblo donde vivió tanta gente, donde nació tanta gente, nadie se va a acorar…’. Además, hay 300 tumbas allá, hay antepasados nuestros descansando en esas tierras”, relata Norma.
En tanto, Nancy agrega: “Queremos que se visibilicen las gestiones que estamos haciendo con la gente de Remsa (Recursos Energéticos y Mineros de Salta SA), su presidente nos dijo ‘nosotros somos La Casualidad’ y le contestamos, ‘perfecto, ustedes son La Casualidad, nosotros somos de La Casualidad’. Entonces queremos que se nos incluya en los proyectos que tienen. Solicitamos unos edificios en comodato para refaccionarlos y poder explotarlos turísticamente, porque nosotros tenemos recursos humanos con vasta experiencia, de hecho, hacemos un recorrido turístico con historia de la comunidad, historia industrial, les enseñamos como caminar, como respirar, que tienen que comer para no apunarse, es una guía muy completa e importante, y esto ya lo hacemos con gente que viene de otros países y de Argentina, que se suman a nuestros viajes que hacemos en noviembre".
El próximo viaje a La Casualidad partirá el 20 de noviembre, y tendrá la particularidad de que el grupo llevará las cenizas de Antonia Moscoso, quien fuera fundadora del Centro de Azufreros junto a su esposo Quico Pereyra, y que dejó expresamente dicho que su deseo era descansar eternamente en aquellas tierras.
La mañana del 21 de noviembre de 1979, los habitantes de La Casualidad fueron desterrados por la fuerza y considerados “prescindibles”, negando su fortaleza para sostener una dinámica vida laboral, social y comunitaria en plena Puna. Sin embargo, continuaron organizándose, peleando, soñando y reclamando algo de justicia que pueda reparar tanto despojo y dolor.