Desde Sevilla
Andalucía, la región más poblada de España con ocho millones y medio de habitantes, ha dejado de ser el granero de votos socialistas. Las elecciones autonómicas (regionales) celebradas este domingo han confirmado el giro político de 2018, cuando pese a ser el partido más votado, el PSOE perdió el gobierno por una alianza del Partido Popular (conservador) y Ciudadanos (liberal) que recabó el apoyo parlamentario de Vox (extrema derecha). Aquel pacto consiguió desplazar del poder a los socialistas, que lo habían ostentado ininterrumpidamente desde que la puesta en marcha de los gobierno autonómicos, consagrados por la Constitución de 1978 que configuró una forma de Estado muy descentralizada en la que las principales competencias, como salud, educación o empleo, las ejercen los gobiernos autonómicos.
El popular Juanma Moreno, que se convirtió tras las elecciones de 2018 en el primer presidente no socialista de Andalucía, revalidó este domingo esa condición, pero con un panorama bien distinto al de entonces. El Partido Popular logró en las urnas una victoria arrolladora al obtener más del 43 por ciento de los votos, con lo que consiguió el control del Parlamento. Podrá gobernar en solitario durante los próximos cuatro años.
La contundente victoria de Moreno, además de suponer la primera mayoría conservadora en la historia de la comunidad más poblada de España, cierra el camino del gobierno a la extrema derecha, que había planteado estas elecciones como el primer escalón para acceder al poder en las elecciones generales, que se celebrarán el año próximo.
De hecho, el año pasado Vox retiró su apoyo parlamentario al Gobierno andaluz, al que dejó en minoría, forzando un adelanto electoral con el que aspiraba a desplazar a los liberales de Ciudadanos como socio de gobierno.
Discurso transversal
Sin embargo, Moreno planteó una inteligente estrategia electoral. Como las encuestas lo daban como seguro ganador, planteó un discurso transversal con el objetivo de atraer tanto a los votantes centristas y de derecha que no querían dar una nueva oportunidad a los socialistas -marcados por varios casos de corrupción en sus últimos años de gobierno- como a parte del electorado progresista, que deseaba evitar a toda costa la entrada de la extrema derecha en el gobierno.
La estrategia del líder conservador fue letal para todos sus adversarios. Consiguió absorber todo el voto de Ciudadanos, su socio de gobierno, al que borró del mapa político andaluz; redujo el voto socialista a su mínimo histórico y frenó el crecimiento de la extrema derecha, que apenas experimentó un tímido avance.
El espacio político a la izquierda del PSOE sufrió una debacle sin precedentes tras presentar dos listas diferentes, producto de una escisión sufrida el año pasado encabezada por la ex líder de Podemos en la región, Teresa Rodríguez, perteneciente a una fuerza troskista, que abandonó la formación fundada por Pablo Iglesias para poner en marcha una fuerza regionalista de izquierdas. Rodríguez obtuvo sólo dos escaños, pero la división pasó factura en el reparto de escaños y Por Andalucía -la coalición en la que se integraba Podemos, Izquierda Unida y otras fuerzas- sólo obtuvo cinco diputados frente a los 17 conseguidos bajo otra marca en 2018.
Los resultados en Andalucía son un serio llamado de atención para Pedro Sánchez. La región más poblada de España ha sido históricamente la mayor reserva de votos socialistas. La consolidación electoral de la derecha en ese territorio pone muy cuesta arriba la reelección del presidente socialista en las elecciones que deberán convocarse, como muy tarde, a finales de 2023.