En el escenario de Hasta Trilce hay un actor pero múltiples criaturas: Matías, estudiante afroargentino que padece el racismo en su vida cotidiana y con frecuencia se ve obligado a explicar que habla “perfecto español” porque nació acá, y Mandinga, entidad maléfica (¿maléfica?) que responde a la invocación del joven en un momento de desesperación. En la Argentina la afrodescendencia es un tema complejo, resulta difícil abordarlo y quizá por eso no haya tantas exploraciones en el campo teatral. Mandinga, el Diablo que vino de África, pieza escrita por Diego Martínez y dirigida por Yamil Ostrovsky, se atreve a encararlo sin perder de vista esa complejidad.
Matías es un joven como cualquier otro: estudia en la facultad, milita en el centro de estudiantes, intenta no perder su trabajo, se enamora, sufre. Pero el color de su piel lo condiciona para desarrollarse en un mundo que suele ser hostil con aquello que no se adecue a la norma. Él expone la hipocresía de cierto progresismo (“son los primeros en poner el grito en el cielo cuando la gente habla mal de los inmigrantes, pero todo el mundo sabe lo que me hicieron”) y delata la fachada: “Me tienen como extranjero en mi propio país”.
La Argentina tiene una historia trágica en relación a la afrodescendencia. Durante la época colonial, desde África partieron más de 60 millones de personas esclavizadas a toda América; sólo 12 millones llegaron con vida. En 1810 se contabilizaron 9615 mulatos y negros en la ciudad de Buenos Aires, pero hay un dato que sorprende al protagonista: la mitad de la población de Santiago del Estero, Catamarca, Salta, Córdoba y Tucumán eran negros. “Aunque digas que tu patria tiene color de Europa, también será mi patria y tendrá color de África”, declara Matías.
Uno de los grandes elementos sobre los que descansa esta puesta es la interpretación del actor uruguayo Mauricio González, dirigido con precisión por Ostrovsky. No es casual que la principal formación del director haya sido en el campo de la danza: Ostrovsky trabajó en el Ballet del Teatro Colón, en el Ballet Nacional de la Universidad de Chile, en el Ballet del SODRE (Uruguay) y en Takarazuka Reviu Company (Japón), entre otras compañías.
En una puesta que opta por el despojo, el cuerpo del actor bajo las luces rojizas y azuladas de la bella sala del barrio de Almagro adquiere dimensiones extraordinarias. La música compuesta por Carlos Ledrag genera climas, su percusión tribal trae algo de rito a la escena y contribuye a sostener esa atmósfera mística. González aporta su ductilidad y una gran variedad de matices para marcar la diferencia entre Matías y Mandinga, esa criatura misteriosa que responde a la invocación y ofrece un pacto de muerte.
González contorsiona su cuerpo, se quiebra, se dobla y es habitado por un grito milenario que fue enterrado por siglos y ahora emerge con potencia inusitada. Mandinga representa los prejuicios y los estigmas pero también las riquezas que pocos son capaces de ver. “Yo no tenía maldad –dice–. Andaba con los míos, hacíamos nuestras cosas en nuestras tierras, hasta que llegaron aquellos barcos”, explica quien ha sido convertido en leyenda y luego olvidado, un diablo negro inventado por un dios blanco.
El texto de Martínez se inscribe en un contexto que vale la pena mencionar. Por un lado, la pregunta incluida en el último Censo Nacional: “¿se reconoce afrodescendiente o tiene antepasados negros o africanos?”. Por otro, el reconocimiento a una figura como la de María Remedios del Valle y su próxima incorporación en los billetes de $500. Negra, pobre, guerrera valerosa, esposa y madre de varios hijos (a quienes perdió en combate), Remedios fue una de las pocas mujeres que luchó en las guerras por la Independencia. No sólo se ocupó de alimentar y curar a los soldados sino que también peleó junto a ellos. Belgrano la nombró Capitana del Ejército, fue herida en batalla, capturada por los realistas y azotada públicamente. Le resultó difícil que reconocieran su cargo y le pagaran el salario correspondiente. Estuvo a punto de ser ejecutada por los enemigos siete veces y encontró la muerte el 8 de noviembre de 1847. En 2013 se estableció esa fecha como el Día del/la Afroargentino/a y la Cultura Afro.
La historia de Remedios y la del protagonista de esta obra –aunque forme parte del universo ficcional– representan millones de relatos que estuvieron demasiado tiempo invisibilizados, silenciados, enterrados como los muertos sobre los que se ha erigido esta cultura. Es tiempo de que florezcan bajo distintas formas y el teatro es una de ellas.
Mandinga, el Diablo que vino de África: 8
Actor: Mauricio González
Autor: Diego Damián Martínez
Director: Yamil Ostrovsky
Música original: Carlos Ledrag
Vestuario: Mariana Echaide
* Mandinga puede verse los sábados 2 y 9 de julio a las 21.30 en Hasta Trilce (Maza 177). Localidades en Alternativa Teatral. Funciones especiales: viernes 12 de agosto en la Biblioteca Alcira Cabrera (Falucho 780, Bolívar) y sábado 13 de agosto en Espacio Teatral CEARTE (Sáenz Peña 250, Trenque Lauquen).