Un coito en un baño público. Al comienzo de la segunda temporada de Amor y anarquía (reciente estreno de Netflix), las cosas no parecen haber cambiado para los protagonistas. Sofie (Ida Engvoll) ya está divorciada, por lo que no tendría motivos para ocultar su relación con Max (Björn Mosten). Sin embargo, lo suyo es una molotov contra las normas. La comedia creada por Lisa Langseth también conoce su juego: estirar, doblar y abollar los tabúes y dogmas de la cultura en tiempos de redes sociales. No casualmente, el contexto es el de una editorial que hace malabares entre el prestigio y las finanzas. La revolución, entonces, sucede en esta versión sueca de The Office que juega a la rom com sobre dos almas enemigas de la rutina.
“Lo que amo de los guiones es cómo se exhibe a esta mujer con un gran sentido dramático de sí misma y a la vez resulta una figura cómica”, planteó Engvoll. Sofie sigue peleada con hacer los deberes como madre, adulta, nueva directora de una empresa y novia de su empleado. Más allá del conflicto existencial de la heroína, lo mejor de estos ocho episodios pasa por el retrato del mundillo literario y esas normas laborales hechas para molestar. Ahí está esa escena en que la mujer babea café durante una reunión con una escritora. O ese genial gag en que Lund & Lagerstedt entra en pánico por un posteo de Greta Thunberg contra uno de sus libros.