“Sería gracioso pensar que Belgrano era un ‘fumeta’, dice Fernando Soriano en su libro Marihuana: la historia. De Manuel Belgrano a las copas cannábicas. Y es que el prócer, creador de la insignia nacional, y por el que hoy se celebra, en un nuevo aniversario de su muerte, el Día de la Bandera, tenía una obsesión con el desarrollo local de la industria del cáñamo, una planta que tuvo muchas utilidades a lo largo de la historia y que de su manipulación se puede obtener desde celulosa y fibras textiles hasta la marihuana y aceites medicinales.
Así lo explica el periodista en su investigación: “No es que (Belgrano) quería tener el país lleno de porro, sencillamente porque es probable que desconociera los efectos psicoactivos (...). Lo que sí conocía bastante al detalle, gracias a su experiencia al otro lado del Atlántico, eran los beneficios industriales y comerciales de la planta y algo de su forma de cultivarla”.
Desde 1786, cuando empezó sus estudios en Europa, Belgrano ahondó sobre la posibilidad del negocio del cáñamo. Por eso, cuando en 1794 regresó a Buenos Aires para hacerse cargo del Consulado de Comercio del Virreinato, vio en esta planta una posible salida a la crisis a la que se había llegado con el agotamiento de la industria minera proveniente de Potosí.
El plan de Belgrano tenía dos patas: el cáñamo y el lino. Sin embargo, pese a sus intentos, nunca logró extender este negocio a través del suelo argentino. De hecho, en su ensayo sobre los Medios generales de fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio de un país agricultor empieza a hablar de las “utilidades que resultarán” de este desarrollo.
“Belgrano hablaba en serio, por eso dedicó once páginas exclusivamente a ‘estas plantas tan útiles para la humanidad’, confeccionadas a partir de los conocimientos que había adquirido tras estudiar la producción de cáñamo en las regiones de Castilla, León y Galicia y la dedicación de leer mucho al respecto”, relata Soriano en su ensayo.
Sin embargo, explica: “A pesar de su entusiasmo y de lo fundamentado que estaba su plan cannábico, el prócer se chocó contra la resistencia interna y externa. Desde adentro, los comerciantes colegas de su padre se opusieron a su plan”. Comenta Soriano que los monopolistas de Cádiz no querían liberalizar el comercio “porque su negocio estaba en el contrabando”.
En otro frente, “España consideraba que las medidas de Belgrano favorecían la autonomía a partir de la competencia”. Por eso, dice el libro, obstruyó las ideas, a pesar de que le hubieran servido para afrontar su crisis.