En el artículo de presentación escrito por Ivonne Laus, la escritura comienza a definirse (habrá varias acepciones en el transcurso del libro) como lugar de una doble renuncia: a la experiencia fascinante, que obnubila, que hipnotiza y a la única autoridad del autor. De ambas renuncias surge la letra bastarda. Un origen bastardo tiene que ver con haber nacido fuera del matrimonio, de una unión legal, acepción un poco antigua ya, pero también con eso que va perdiendo sus características originales, que se aparta. Hay que vérselas de frente con aquello con lo que lidiamos neuróticamente: la fascinación y la autoridad. Ver de frente la medusa que fascina, el fascinum -palabra de la cual deriva falo- no es algo tan sencillo, requiere de algunas maniobras, presentes en este libro.

También define lo escrito como lo que hace “máquina” con los lectores, que le dan movimiento a la escritura, vitalidad, que dan cuenta de lo que allí ocurrió una transmisión.

Y allí entramos en la problemática de la transmisión, del don, del dar sin cálculo. Y claro, aparece la universidad. ¿Es la universidad el lugar de la transmisión? La universidad ha cambiado, y ha cambiado mucho, por lo menos noto una gran diferencia entre la época de mi cursado, en los años ’90 -donde el neoliberalismo penetró con fuerza en el Estado, pero todavía no se notaban sus terribles consecuencias en ese plano de la transmisión- y la época actual, en mi carácter de docente universitaria. 

Roberto Follari, en La selva académica, describe una retirada de los intelectuales y su sustitución por los periodistas, que son los que generan los patterns de percepción e interpretación del mundo, cada vez más impenetrables. Estos últimos años, más allá de los esfuerzos estatales por sostener la educación pública, por lo menos hasta el 2015, se llevaron la crítica al capitalismo, y a poder pensar por qué la democracia capitalista –asumida como modelo necesario- podría no ser concebida ella misma como esencial y metahistórica. En nuestra universidad, a los docentes universitarios, se nos ha dejado en una especie de impotencia o quizás precariedad histórica e intelectual, ligados a la reproducción de conocimientos. Al menos, eso es lo que se espera de nosotros, lo que CONEAU espera de nosotros. Que seamos máquinas imparables asalariadas (mal pagadas) de producción de conocimiento. Rendidores ultra calificados, empresarios de nosotros mismos. Eso es lo que se evalúa. Una carrera incesante e individual, sin cortes, sin accidentes, sin otras experiencias vitales que recuperar. CONEAU ha ido homologando todos los planes de estudios, y en esa misma maniobra, quitando, borrando la particularidad de cada Facultad, las marcas de sus inicios, sus localidades, en favor de la famosa globalización del conocimiento. Nos ha convertido en burócratas, aunque no del todo. Pero el que quiera burocratizar su práctica, puede hacerlo sin ambages.

En tiempos de “liquidación colectiva de la transferencia”, como define Charles Melman (2005) en El hombre sin gravedad, nos queda la gestión, esa palabra tan aséptica. Pero, siempre hay un pero, también sucede lo inesperado, como un susurro, como aquello que no alcanza a ser captado por este movimiento masivo, y petrificante que acabo de puntuar. Y allí nos encontramos con lo inmanejable de la transmisión.

Dice Ivonne Laus que las políticas de disciplinamiento y sujeción sobreviven en la institución. En ese punto la escritura es posibilidad de resistencia. La escritura como modo de construcción de sí mismo, dice Diego García en su artículo, que, frente al recrudecimiento del neoliberalismo, permite narrar alternativas que funcionen como resistencia al interior de nuestra propia universidad.

Entre burocracia, resistencia y creación estamos. Entre papeleo, duelo e invención, porque es matar al autor, a partir de un modo irreverente de leer, como plantea Agustina Cánaves en su artículo, traicionándolo, pero también es reencontrarlo. En ese caos lectural en que recibimos una obra, cuando nos toca, nos pega, nos arrastra ese punctum de la lectura, allí entramos en comunión con el autor, con la constelación que lo llevó a escribir, con sus propias marcas, es en el punto en que nos transfiere la autoridad y la posibilidad de elaborar una posición propia. Y allí adviene, en lo que rebasa, en esa experiencia estética en la que se convierte la lectura, la necesidad de escribir, de escribir para tramitar el exceso. Qué cerca estamos de pensar la escritura como acto de creación, como hecho artístico, en el cual nacemos como sujetos.

Recordé, leyendo este libro, frases que retornan de vez en cuando de mis docentes, de cuando la virtud era otra que la de tener un Doctorado o una Maestría. De toda la carrera universitaria, rescato el haberme encontrado en situación para poder escuchar esos dichos habilitantes, que han tenido efecto mucho tiempo después. También recuerdo algo que dijo una docente, y que aporta al artículo de Javier del Ponte, que se titula: “De las posiciones anales en la escritura”. Dijo la docente: yo les voy a decir la fórmula para ponerse a escribir: “c/s” C sobre S. ¡Tenía la fórmula! Y la desplegó: “Poner el culo en la silla”. Podría aportar al texto de Javier escribiendo “Tribulaciones académicas de cómo poner el culo en la silla”. Porque Los conceptos se desculan, ¿o no? En su texto coloca al texto dentro de la cadena de sustituciones, puede ser una mierda (que fascine), un regalo (don), un niño (un producto gestado, un tiempo estuve en la encrucijada en si tener un hijo o terminar la tesis, y también pensé en la posibilidad de tener un hijo y llamarlo tesis, por suerte la terminé y entregué diez días antes de parir). Puede ser un pene, flácido o en todo su esplendor fálico, que fascine, sea emblema, máscara intocable. También un texto puede ser dinero, cosa que todos necesitamos para vivir, por cierto, por lo que recomiendo comprar este libro a tesistas desesperados y académicos desahuciados.

Porque la academia constipa.

Se trata también de tratar lo escrito como un objeto en tanto se pueda robar. Me sentí acompañada en este punto porque siempre les digo a mis tesistas que, si van a robar, que roben bien. No se hace de cualquier manera. Y el libro no prescinde de especificaciones técnicas, y en esto está el interés de cualquier tesista que esté buscando cómo escribir y terminar su tesis, cómo hacer que la tesis no sea una pesadilla, un castigo, una eternidad, y sea un motivo de realización, y por qué no, como plantea Esther Díaz de Kóbila, otra gran maestra de nuestra universidad, no reconocida lo suficiente, que sea un motivo de felicidad. Esto no es sin aceptar, parafraseando a los colegas que hablan del psicoanálisis y universidad en uno de sus artículos, que la relación de la tesis y el tesista, del TIF con la universidad, de la escritura con sus evaluadores, no es sino una relación desproporcionada.

Martín Contino, en su artículo dice que hay que escribir como si uno fuese un niño, jugando, con seriedad, así como se juega. También habla de la traición. La traición como concepto, no la delación que nos deja fuera de juego en términos de deseo. La delación propia de la clase media, como lo señala Oscar Masotta, es una traición a uno mismo.

Lorrie Moore, escritora norteamericana, dice que se roba bien cuando uno lee muchas veces aquello que le gusta e incorpora su estructura a un punto donde no se puede decir qué es lo propio y qué del otro. Entonces tenemos robar, traicionar, como ordenadores de la escritura, y permítanme que agregue fingir. Fingir estar en posesión de lo que está en vías de conquistar, como señala mi outsider preferido, Masotta.

Pasar del encierro al en-sí-erro, como dice Miguel Gómez. La academia constipa. Sin embargo, a veces algo sale. Se le hace trampas a la lengua. Una ficción que fabrica lo nuevo. Y esta posición lumpen, marginal, que tiene la universidad, esto de estar en el culo del mundo, a veces favorece estas fugas.

En fin, esta banda de malhechores, que valientemente, y desde el corazón del ámbito universitario, se han animado a traernos una verdad, y a reivindicar la traición bien hecha, se animaron a reivindicar la maldad típica del autor, la picardía, la intención no tan transparentada, a promover el testimonio en la escritura (a que el texto lleve la marca de lo deseante y lo castrado a la vez).

Una banda de malhechores del bien decir que, en este contexto neoliberal y neofascista en auge, es una intervención urgente, habilitante y eficaz, sobre este triedro tan negado, y que nos constituye como humanos: duelo-memoria-deseo (Alemán, 2021). Quedo a la espera del próximo libro de este gran equipo, porque nadie, nunca sabe lo que puede un libro.

1) Expresión que debo a Fernando Masuelli.

Referencias bibliográficas.

Alemán, J. (2021) Nosotros en la época, la época en nosotros. Buenos Aires: La Página.

Follari, R. (2008) La selva académica. Rosario: Homo Sapiens.

Melman, C. (2005) El hombre sin gravedad. Rosario: UNR.