Desde Barcelona
UNO Contrario a lo que lamenta ese tango/blue, veinte años es mucho, es demasiado. Y pasan cada vez más rápido. Así, las dos décadas desde el estreno de The Wire se cumplen para Rodríguez casi por sorpresa mientras se preguntaba si debía ver lo nuevo de David Simon. We Own the City: otra vez Baltimore policial en HBO.Y lo piensa mientras lee Tinderbox: HBO's Ruthless Pursuit of New Frontiers de James Miller. Libro de género que le encanta (biografía oral-coral) y habla y hace hablar las historias de The Sopranos (con ese fundido a negro que dejó a muchos en blanco), Six Feet Under (con aquel final fast-forward al futuro que le arrancó lágrimas de emoción y de admiración) y alguna otra que ya no se acuerda (Rodríguez pasó por completo de Sex and The City, nunca soportó Game of Thrones, siempre le dio miedo la protagonista de Girls y se guarda Curb Your Enthusiasm para cuando tenga la edad de Larry David, porque le da miedo descubrir que él ya, veinte años antes, es así). Y leyendo lo de Miller se entera de que la HBO ("Esto No Es Televisión" era su grito de batalla y, claro, su gesta y gestos sería una muy buena serie by David Simon) rechazó a Mad Men, Breaking Bad y The Crown. Pero, claro, ahí estuvo entre 2002 y 2008 y ahí está y ahí sigue The Wire a la que se suele señalar una y otra vez como lo top of the top. The Wire como cruza perfecta entre la novela rusa decimonónica y fresco social de Balzac-Hugo-Zola con el cine de Robert Altman y las maniobras lexicográficas de David Foster Wallace, quien fue fan confeso). Pero luego de eso Rodríguez ya no sintió ganas de seguir en Simonlandia: vio tres capítulos de Generation Kill, uno y medio de Treme, ninguno de The Deuce y no soportó más de media hora de The Plot Against America (pero aún así sí sintió ganas de volver a leer la excelente novela de Philip Roth) y (consulta Wikipedia) ni siquiera se enteró de la existencia de Show Me a Hero. Lo que no ha impedido el que Rodríguez siga respetando ese lema en el escudo de armas de Simon --Fuck the Average Viewer-- avisando a todos los mansos y amansados en busca de bobadas en caja más le vale cambiar de canal. Y, claro, We Own the City tienta: regreso a Baltimore (que no es el Baltimore de Anne Tyler ni de John Waters ni de Barry Levinson ni de Edgar Allan Poe ni de Hannibal Lecter), guiones en coautoría con el compadre George Pelecanos a partir de previa investigación periodística, y de nuevo precint siempre dispuesto a abrirse a la corrupción mientras las drogas corren por las calles. Y, last but not least, es apenas una miniserie de seis episodios. Algo a despachar cualquier sábado de estos. Pero la verdad sea dicha y asumida: de lo que más ganas siente Rodríguez (ahí tiene esa caja con la serie completa) es de volver a ver The Wire.
DOS Algo que ya había sentido unos años atrás cuando entró a una librería y allí vio otro libro (nunca se ha escrito más acerca de la televisión) titulado All the Pieces Matter: The Inside Story of "The Wire" y firmado por Jonathan Abrams. Otra biografía oral-coral pero concentrándose específicamente en las idas y vueltas de The Wire, acaso la serie más oral-coral jamás emitida. Para entonces, Rodríguez ya había leído The Wire: Toda la verdad del ocasional guionista de la serie Rafael Álvarez y The Wire: 10 dosis de la mejor serie de la televisión (donde participaba ese ubicuo escritor argentino que no soporta afirmando que, uf, "The Wire es The Beatles. Pero The Beatles no podrían haber existido si no hubiera existido antes Elvis Presley. Y The Sopranos es Elvis Presley. O –tal vez mejor—Frank Sinatra. Digámoslo así: Elvis Sinatra. Aunque a veces The Sopranos se parece un poco demasiado a Dean Martin. Lo que no es un insulto sino casi todo lo contrario. The Sopranos es realista pero The Wire es real"). Y Rodríguez hasta había asistido a alguna conferencia de Simon de paso por Barcelona y recibido como si se tratase del Mesías. Y en más de una ocasión Rodríguez había conversado con amigos acerca de The Wire y siempre les preguntaba lo mismo: ¿qué les parecía esa escena de ese episodio en la que Jimmy McNulty y Bunk Moreland inspeccionaban cuidadosamente escena del crimen y sólo repetían una y otra vez, con inflexión/intención variable, la palabra fuck? Algunos (la idea surgió a partir de una conversación de Simon con Terry McCarney, detective de la policía de Baltimore, quien dijo al pasar que "llegará la hora en la podremos comunicarnos usando solamente la palabra fuck") lo consideran momento más importante/revolucionario en toda la historia catódica-plasmática. Otros, en cambio, acusaban de que allí The Wire " hacía una concesión a lo televisivo que antes y después la serie nunca hace". Puede ser, tal vez así sea. Y Rodríguez disfrutó/disfruta de otras series como la ya mencionada Breaking Bad y Better Call Saul, The Americans, Penny Dreadful, The Affair, The Young Pope, Ozark... Pero ninguna alcanzó para él los altos extremos de reality-cop-show-docudrama de The Wire, definida por alguien como "la Zona Cero de las series policiales" al punto que --se supo-- eran muchos los delincuentes que no se perdían episodio para aprender cómo trabajaban los detectives y, de paso, como evitar ser atrapados ellos mientras los policías encargados de las escuchas apagaban sus grabadoras y se tomaban un respiro para ver The Wire.
TRES Y, sí, es un trabajo ver The Wire porque --por encima del género-- su Tema es EL TRABAJO. El trabajo --en diferentes escenarios principales en cada una de las temporadas-- de agentes de la ley, de traficantes de droga, de sindicatos portuarios, de jueces y de abogados, de maestros de escuela, de políticos, de periodistas y, sí, The Wire es la serie más "trabajosa" jamás lanzada al aire. Así, The Wire fue rotundo fracaso de público (motivo de desesperación para sus actores) y siempre en los filos de la cancelación al final de todas y cada una de sus temporadas durante su emisión (sin recibir Emmy alguno); blanco de presiones y maldiciones de los alcaldes y ayuntamiento de Baltimore por el retrato desfavorable que se hacía de la ciudad; desastre económico para sus productores (quienes, por suerte, no querían ser recordados "como el tipo que sacó a The Wire del aire"); lento pero creciente gran éxito de crítica; Barack Obama declarándose fan incondicional y señalando al ladrón y justiciero y homosexual Omar como su personaje favorito (Michael K. Williams, autor que le dio vida hasta su muerte, falleció por sobredosis en 2021); y, por fin y por cortesía del DVD, un creciente fenómeno que ya trasciende al mero culto y que se enseña en Harvard como en Nanterre. Cuando ya nadie se acuerde (¿se acuerda alguien?) de esas tonterías con isla misteriosa, ninguno podrá olvidar dónde y cómo estaba cuando vio esa fucking escena. Y Rodríguez la busca y la encuentra en YouTube.
Oh, fuck.
Fucking A.
Motherfucker.
Fuuuuuck.
Fucker.
MOTHERfucker.
Fuckfuckfuckfuck.
FuCK.
Fuck me.
Fuck, fuck, fuck
FUCK.
Y Rodríguez, cada vez más way down in the hole en esta fucking y fucked realidad, decide que va a ver We Own the City; pero antes --fuck the average viewer-- va a volver a ver The Wire.