Cuatrocientas vacas muertas en Kansas (Estados Unidos) por estrés calórico se colaron entre las imágenes que mostraron los noticieros en el inicio del fin de semana largo pasado. Animales gordos, en feedlots, amontonados y sin sombra. El destino final no se aleja de las osamentas de las vacas del Chaco salteño que se alejaron demasiado de sus lugares de estancia en búsqueda de agua y pasturas, aniquiladas por las sequías. El punto en común de ambas situaciones (dejando de lado las enormes diferencias entre un lugar y otro) es, entre otras, la incidencia del cambio climático.
La lucha contra el cambio climático, que el electo presidente de Colombia, Gustavo Petro, anunció como uno de los ejes de su gestión, parece al menos necesaria. Además de la Amazonía que el presidente colombiano apuntó a defender, en América Latina el Gran Chaco Americano concentra las miradas de algunos referentes a nivel mundial. Pues esta ecorregión constituye la mayor masa boscosa de Sudamérica, después de la Amazonía.
“Hay que limitar toda intervención sobre el bosque”, dijo a Salta/12 el secretario ejecutivo de Redes Chaco, Pablo Frere, tras finalizar el evento “Diálogos por el Gran Chaco Americano”, que la semana pasada reunió, según indicó Frere, a unas 400 personas en Tartagal, ciudad cabecera del departamento San Martín.
La ecorregión que involucra a poblaciones indígenas, criollas y grandes empresarios, concentró las miradas de Naciones Unidas y la Unión Europea. Se prevén fondos millonarios en procura de encontrar una forma de continuar con la producción en la zona que respete los derechos de quienes la habitan, pese a los conflictos que van desde la titularidad de la tierra, pasando por el arrinconamiento con los desmontes, los eventos climáticos adversos, y la falta de acceso a los derechos humanos esenciales como el acceso al agua, salud y educación.
“La idea es poder trabajar en la línea de que se puede producir y proteger”, explicó Frere al mencionar que si bien la mirada de los grandes productores de esta zona es otra, hay dirigentes de ese empresariado que están “entendiendo” que se deben aggiornar a nuevas maneras de producir. Y es que con el avance de las consecuencias del cambio climático merma la rendición en la producción.
Saliendo de las consecuencias del clima en sí, Frere indicó que hay grandes compradores de alimentos que buscan entre sus proveedores “índices ambientales y sociales” positivos. Y esto implicaría, entre otras cuestiones, evitar las controversias por acciones que degradan al ambiente, o que ponen en situación de desigualdad extrema a quienes viven en la zona de donde provienen los alimentos.
El que emite debería pagar
“Más tarde o más temprano el que más emite carbono va a tener que pagar o financiar”, sentenció Frere al explicar otro sistema posible para conservar la biodiversidad que permite capturar las emisiones de carbono.
Entre los proyectos se encuentran los llamados “bonos de carbono”, con el desafío de que estos lleguen a quienes viven en las tierras que trabajan y, por lo tanto, también buscan su mejor cuidado. Frere aclaró aquí que en ese caso la idea es que el sistema productivo no quede inmóvil, sino que con los créditos se hagan las inversiones necesarias para producir protegiendo.
“El problema es que si sigue avanzando la frontera agropecuaria perdemos el paquete de carbono por la soja”, dijo. Y puso de ejemplo que el costo por la emisión de carbono del desmonte es mucho más alto que el hecho de conservar la biodiversidad para capturar el carbono emitido.
“La región chaqueña es una gran emisora de carbono por los desmontes. Hasta el 75 por ciento de las emisiones es por los desmontes”, dijo por su parte Agustín Noriega, director en Fundación Gran Chaco. El problema es que con esas emisiones y sin posibilidad de captura de carbono cambian las condiciones climáticas, las de producción, e incluso los rendimientos de aquello que se quiere generar desde el suelo.
Quienes sufren las consecuencias de un modelo de producción simplificado (con desmontes y suelos que se preparan tras el vuelco de herbicidas), son las comunidades que viven en la región.
Frere indicó que mientras se convoca entonces al debate sobre cómo producir para luchar contra el cambio climático, se debe reforzar la capacidad de las comunidades pars adaptarse al cambio climático ya instalado. Ejemplo de esa adaptación son las obras de cisternas de agua, las pequeñas superficies con pasturas entre las tierras que trabajan las pequeñas familias productoras del Chaco salteño, o los sistemas de alerta de las crecidas de ríos como la del Pilcomayo. “Antes la gente sabía cómo moverse con el clima”, pero ante el cambio climático hay veces “que no sabe qué hacer”, señaló Frere.
El desafío queda además para la juventud que habita en estas tierras y puede fortalecer la producción que favorezca la biodiversidad. El primer obstáculo a sortear es evitar el desarraigo de las familias, y la producción en sus manos que permitan el agregado de valor con la introducción de nuevas tecnologías.