Yo la miré y ella me miró. Vicios de pueblo. Llegaba para ver al especialista, porque la humedad, porque el cambio de clima, porque la nena siempre se pone mala cerca del fin de semana y esta vez no me va a agarrar me dije, un poco de mocos y vamos, a ese lugar minúsculo de casas lindas y quietud a la siesta, donde atiende el especialista.

Cada vez que ingresamos por uno de los accesos laterales, decimos las mismas frases: qué casas tan lindas, qué prolijo, qué raro lo que pusieron acá, acá debe vivir Blancanieves con los enanos ¿y esta vuelta para dónde va?, no, no, acordate que esta era contramano. Ella estaba afuera en la vereda, barriendo, y yo la miré porque esa casa la miro siempre que vamos al especialista, es tan linda, y tenía las puertas del frente abiertas, disimulé un poco pero quise mirar... Y ella me miró, me miró así como la gente de pueblo identifica al extranjero.

Que no es nada viste, solo mocos, cosas del ambiente, todos los chicos están así con estos fríos y con tanta humedad. Estábamos por cruzar la calle, esas calles en las que nadie mira demasiado porque nadie pasa, y en la hora de la siesta quizás pasen las chicas con calzas de colores haciendo la caminata al sol, o más señoras barriendo hojas, gente que se detiene sobre la acera a charlar, nadie se apura. “Y ahora mi juguete” dijo mi hija “¿qué juguete?” dijo el padre, mientras cruzaba la calle, justo frente de ELLA. Ella la que yo me miré y me miró, una señora rubia con el pelo carré, de peluquería, con una hebillita sujetando el flequillo, ojos pequeños y celestes y la escoba al lado, como haciendo de bastón.

-¿La podés esperar? -y miró a mi pareja, él se detuvo sobre la calle, giró mirándome, y yo tampoco entendí, imaginé una mujer queriendo defender a otra mujer de algo que ella percibió como amenazante, un hombre camina adelante, una mujer con la niña atrás, quizás no sé, interpretó algo en clave de maltrato, pero mi desconcierto no me permitió decir nada- ¿La podés esperar un segundo?- repitió y ahí yo la miré y ella me miró y esta vez me habló- Necesito que me ayudes con algo.

-Y… depende– le dije. Ella estaba reticente a hablar en la vereda, miraba a los demás con desconfianza, como si algo se hubiera depositado sobre mí, en el instante mismo en el que ella me miró y yo, y yo… la miré.

-Ay, es que… vení… pasá- y me invitó a pasar. ¿Y yo qué iba a hacer? A veces la curiosidad es más poderosa que el miedo- Es que no sé como explicarte- y eso me lo dijo en el hall, delante de un cristalero. -Hace 25 años que tengo un canario, y hace de esta mañana que no se mueve, yo pensé que estaba muerto pero vi que abrió un ojo– y cuando dijo eso, la señora rubia de ojos achinados y celestes, se transformo en una especie de cacatúa, haciendo movimientos de pájaro, guiñando un ojo para dejar otro abierto – y yo… no sé, no me atrevo a mirar la jaula ¿Vos podrías ver y decirme si está vivo o muerto?

Dejé en la vereda a mi familia, tan consternada como yo, y avancé a las profundidades de una casa hermosa, con pisos brillantes, y cosas que tienen que tener las casa hermosas, como un hall con cristalero. Avancé sin saber, sin preguntar, siguiendo el pedido de esa señora-pájaro-dorado, hacia la habitación siguiente, ella me dijo yo me quedo acá, y me señaló la jaula. Una jaula de esas que había en los jardines de las casas de antes, jardines con piedras y juegos de jardín, esos blancos que siempre tienen una jaula al lado con muchos adornos pintados de blanco. Estaba al lado de un hogar prendido con leños artificiales y delante del hogar, una mesa amplia con una carpeta de color blanco y ocre, detrás de la mesa una especie de mueble que dividía el comedor de la cocina. En el mueble, fotos en blanco y negro, de un hombre joven, como esas fotos que hay en los cementerios, enseguida entendí que seguramente, él también estaba muerto. Volví hacia la jaula, que tenía la puerta abierta, y una pelotita amarilla dentro. Me acerqué un poco más, la jaula estaba cubierta por una alfombra acolchada de caca verde y blanca, sobre esa alfombra una pelotita amarilla. La pelotita inmóvil con un ojo abierto, tenía algo abultado debajo de su cuerpo, en el lugar donde debían estar sus patas; di golpecitos a la jaula, para ver si se movía, pero el canario, más pelotita que canario, seguía inmóvil.

-Me parece que está muerto –dije– o no sé, no se lo ve nada bien.

-Y sí, claro, claro que no está nada bien. ¿No te animás a tocarlo? – preguntó ella.

-No, ni loca – dije yo – tiene como una bola abajo.

-Debe ser caca, está todo sucio.

-Pero parece como si tuviera una infección, o no sé ¿por qué no llama a un veterinario?

-Es que no sabés lo que me pasó una vez, lo llevé a cortar las uñas, y la chica estúpida esa, en lugar de cortarle las uñas, le cortó una patita y se la secó – se sentó en una silla y suspiró – y bueno, vos decís que está muerto… bueno… yo te agradezco querida que hayas venido, quizás necesitaba que otro de afuera viniera y me dijera… 25 años, no sabés lo que lo voy a extrañar, era un compañero… y él me entendía todo… Vos pensarás que yo estoy loca, pero después de 25 años… Cuando uno tiene tanta continuidad con el animal, uno puede entenderlo, y ellos te entienden ¿Vos sabés que cuándo le faltaba comida me avisaba? -empezó a mostrarme los diferentes silbidos que hacía el canario, y yo estaba al lado de la jaula abierta, donde estaba la pelotita amarilla, esperando encontrar la manera para irme– Yo… no sé como decirte esto… no… -y temí que quisiera quedarse con el cadáver, y me pidiera que la ayudara a encontrar alguien que lo embalsamara y dijo: -yo no quiero que se lo coma otro animal. ¿Vos que me decís que haga?

-Y no sé… entiérrelo… no sé… dentro de una cajita, en algún lugar del patio.

-Pero no me queda más lugar –dijo, y yo miré para el jardín donde se veían plantas en un cantero y un pedazo de tierra con césped, y pensé si acaso ya había enterrado demasiadas cosas ahí.

-Pero es chiquito, dije, con un pedacito de tierra alcanza…

-Sí, es poquito.

-Y quizás le puede sembrar una flores -y me miré como desde afuera, en esta conversación en donde parecía estar esperando a Godot.

-¿Y vos sos de acá?

-No –dije… y rogué que no preguntara por mi ocupación, no le iba a decir “psicóloga”, ni se te ocurra me dije en tono amenazante…

-¿Y no sabés donde puedo conseguir otro canario? Y no, qué vas a saber, no sos de acá dijiste… porque yo necesitaría que sea amarillo…- ella seguía en la silla, al borde de las lágrimas mirando la jaula.

-Lamento mucho tener que darle esta noticia -le dije.

-¿Pero vos decís que está muerto? Porque no sé… por ahí… en algún momento abre el otro ojo.

-Quizás, quién sabe –le dije– hay historias…

-Lázaro…

-Por ejemplo… -dije y seguí repitiendo algunas frases como: puede ser, porque no, quién sabe. Todo eso, moviéndome hacia la puerta, y ella, acompañándome con asociaciones relativas a la resurrección de la carne y la vida perdurable.

"¿Qué pasó mamá?", dijo mi hija que esperaba en la vereda. Después te cuento, le dije, después lo escribo, pensé mientras caminábamos para el auto. Ella miraba, con la escoba de bastón en el umbral de la puerta, reflejando en sus cabellos dorados, el sol de la siesta. Ella miraba, lo sentía, como se siente el sol en la espalda, ella miraba, pero yo… yo, no miré.