Tu amor abrió una herida porque todo lo que te hace bien siempre te hace mal. Tu amor cambió mi vida como rayo para siempre para lo que fue y será, lo que fue y será.
Imagino a cualquier argentino con un poco de sensibilidad escuchar esta primera frase de "Tumbas de la gloria", cantada con la voz baja y serena de un Fito joven y brillante, y lo veo quebrarse, como me quebré yo todas las veces que lo escuché en vivo y como evoco ese quiebre cada vez que escucho el tema en cualquier lado. Como me quiebro ahora mientras la escucho y atravieso un mal de amor.
Me dedico a escribir, a veces escribo cuentos, a veces escribo relatos más largos. Además doy talleres literarios en donde soy, principalmente, lectora. Las letras en general ocupan gran parte de mi vida y mi vida, en general, está musicalizada por Fito. Sus canciones son para mí la piedra fundante de mi oficio, y pienso, sus temas son también el soundtrack de mi vida.
A veces quiero alcanzar con las palabras una belleza similar, lo más similar posible, a esa primera frase con la que abre "Tumbas de la gloria".
Cada vez que la escucho pienso en Gustavo. Fue mi padrastro aunque jamás lo llamé así, vivió conmigo diez de mis treinta y dos años. Como ya no sé nada de él, no sé si a veces escucha o no "Tumbas de la gloria", pero es su cara la que se me aparece justo en la parte que dice “todo el tiempo estabas dando vueltas y más vueltas que pegué en la vida para tratar de reaccionar, un tango al mango revoleando la cabeza como un loco de aquí para allá, de aquí para allá” ahí es que yo veo su cabeza, tupida de rulos negros que envuelven una cara redonda y anteojos de marco metálico y una sonrisa infinita y prolija de mecánico dental. Tampoco sé si Gustavo recuerda que fue con quién me compré mi primer CD y que fue Abre, otro de Fito. Y tal vez no lo tenga presente, pero quizás sí, que cuando se fue de mi casa, cuando finalmente se separó de mi mamá y comenzó el corto camino por el que se fue de mi vida para siempre, me dejó El amor después del amor y dijo explícitamente que me lo dejaba a mí y no a la casa y no a mi madre y no a mi hermana, no a la familia que habíamos sido y que se disolvía de un portazo.
Yo tenía catorce años cuando la mamá de mi amiga Tati me invitó a ver a Fito a Trato hecho, un programa de televisión que conducía Julián Weich y donde él era invitado. Nidia era ambientadora y había hablado con la gente del canal para que yo pudiera conocer a Fito. Me lo acuerdo con pocos detalles: sé que esperé mucho tiempo en el bar de adentro del canal, que después nos hicieron pasar a un pasillo donde había mucha gente y que todo el mundo se movía rápido y que nadie pensaba estar viviendo nada especial salvo yo, que iba a conocer a mi ídolo. Entonces, en ese espacio medio gris y medio blanco que recuerdo enorme y frío, sin nada de glamour, apareció Fito hablando por celular. Movía las manos enfundado en un piloto amarillo hermoso. Se me hizo muy alto, muy flaco y me dolió la panza. Alguien me agarró la mano y me hizo caminar un poco. Le vi la barba entrecana y desprolija y cuando al fin miró para abajo le dije: hola Fito, te amo. Lo dije así nomás, porque no sabía qué cosas se le dicen a los ídolos cuando se los ve de cerca. Entonces largó una risotada y contestó “si vivieras conmigo una semana no dirías lo mismo”. Y fui fulminada por el rayo del hombre inteligente, gracioso, falto de todo tipo de humildad, rompedor de corazones que avisa y entonces por eso cree no traicionar.
A mediados del 2016 me enamoré de Andrés. Andrés es rosarino, como Fito y fanático de Newells, lo contrario a Fito que es fanático de Rosario Central. De ahí que no hay viaje en ruta que yo no insista por poner Fito a todo volumen y Andrés lo difame diciendo que es “un sinaliento” y que mejor otra cosa. Hace un tiempo empecé a manejar yo, al fin. Y hace unas semanas choqué el auto. El choque coronó muchos días de angustia, porque ahora tenemos dos hijos y la vida se nos dio vuelta. Al día siguiente del choque, bajo una llovizna helada de otoño, yo lloré en la puerta de mi casa. Un brazo sostenía el cochecito con mi hijo menor adentro, mientras con el otro abrazaba a Andrés. Habíamos ido juntos a sacarle fotos al auto chocado para poder hacer los trámites del seguro, algo de lo que yo debía ocuparme para “saldar” mi traspié. Lloré diciendole que sentía que él ahora me odiaba y en respuesta a eso Andrés preguntó “decime la verdad, ¿estabas escuchando Fito a todo volumen cuando chocaste?” La respuesta fue que sí.
Después vinieron días de misterio y frío casi como todos los demás, lo bueno que tenemos dentro es un brillante, es una luz que no dejaré escapar, jamás.
El 11 de marzo del 2021 mi hermana y yo estábamos embarazadas con dos meses de diferencia, y fuimos a ver a Fito. Hacía muchísimo calor, era una de esas noches en que el verano no cede en irse, Fito volvió a tocar en un escenario después de dos años de pandemia. Cuando llegamos nos colamos en una fila larguísima mostrando nuestras panzas, con total seguridad, que es lo que imprime Ariana cada vez que está en la comanda de alguna situación.
Fito había pedido que no prendieran el aire acondicionado del gigantesco teatro, lleno, llenísimo hasta el techo, así que hacía un calor infernal y a nosotras nos empezaba a bajar la presión. De pronto Fito tocó "Tumbas de la gloria". El recital era solamente Fito y el piano y eso hacía muy delicada la cuestión de los coros del público. Hay una parte de la letra que dice “Algo de vos llega hasta mí, cae la lluvia sobre París” y esa parte es difícil de corear porque se vuelve muy alta y es normal que la multitud desafine. Fito se enojó y pidió que volvamos a intentarlo y así fue. Hacia el final los gritos descontrolados hicieron lo suyo con nuestra euforia. “Pero me escapé hacia otra ciudad y no sirvió de nada porque todo el tiempo estaba yo en un mismo lugar y bajo esta misma piel y en la misma ceremonia. Yo te pido un favor que no me dejes caer, en las tumbas de la gloria”.
Fue un rato único, al fin nos olvidamos de la pandemia y de lo encerradas que estuvimos y de la depresión de la gente y de la propia.
Las personas están en la vida y después, por alguna razón, pueden dejarnos. Los viajes, los amores, todo se transforma, pero para mí Fito sigue ahí, para escucharlo una y otra vez y sospecho que me seguirá musicalizando la vida para siempre.
Nadine Lifschitz (Buenos Aires 1989) es guionista y escritora de narrativa. Además, dicta talleres de escritura. En el año 2020 publicó su primer libro de cuentos Bebé vampiro, por la editorial Concreto. Desde el 2021 colabora como autora de distintos proyectos audiovisuales. Algunos de sus cuentos fueron publicados en Argentina y México. En 2017 le otorgaron una de las Becas a la Creación del Fondo Nacional de las Artes y más adelante, en 2018, escribió la obra Las Rotas, basada en su cuento “Sueño, insomnio”, que contó con el apoyo del FNA y fue estrenada en Casa Victoria Ocampo.