Más o menos conocemos la historia. En Nueva York, en un bar llamado Stonewall, en el año 1970, épocas en que ya las maricas del cono sur como Néstor Perlongher venían haciendo pancartas con el lema peronista homosexualizado -“Para que reine el amor y la igualdad”-, Marsha P. Jhonson, una travesti negra migrante que hacía la calle con mamadas y pajitas, se hartó de las razias, de la cana, del maltrato. Organizada con Sylvia Rivera, otra travesti migra, hicieron el Street Travestite Action Revolutionaries (S.T.A.R) - Acción callejera Travesti revolucionaria- arrancando la revuelta que se popularizó en el mundo occidentalizado, y puteó en siete colores, montadas arriba de los escenarios de esas primeras marchas sicodélicas y hipponas del Orgullo.
En estas fechas hace calor en el norte global, y los días de desfile, del Pride, neoliberalismo mediante, se blanqueó y despolitizó la lucha. En Argentina, la primera marcha del Orgullo sentida, donde se ponían en juego las existencias fue en el solsticio de invierno del año ´92. Además de las máscaras para el resguardo, los tapados gastados no eran suficientes para frenar las heladas en esos pulmones luchones contra neumonías que propiciaba el VIH. Por supervivencia, la marcha del orgullo local, dejó el invierno y pasó a noviembre con los cuerpos y las propias pieles expuestas al sol.
Sin embargo, hace siete años, las personas travestis y trans, a pocos meses del travesticidio de Diana Sacayán, el 28 de junio en nuestro país, en el centro de las decisiones y de construcción de la memoria nacional, entre la Casa Rosada y el Congreso, repolitizadas en clave anti racista, anti colonial, plurinacional, caminamos a los gritos contra la muerte y el odio.
Somos una gran comunidad, muches migrantes tanto del interior del país como de países hermanos. Somos hijes de la pacha y del dios inti, nuestras familias tienen las manos tajeadas de labrar y lavar, somos milenaries, existimos antes de la colonización y no tenemos mucho en común con los músculos torneados del gimnasio. Las suelas están gastadas y las voces roncas, pero insistimos. No son muchas las oportunidades de tener nuestra protesta, en nuestros propios términos, de y con personas travestis y trans populares organizadas, fuertemente politizadas entre mates dulces y cigarrillos sueltos. Seguimos denunciando las muertes evitables, el poco registro de nuestras existencias, denunciamos el travesticidio social, una figura que creamos para dar cuenta de este tipo de genocidio, en tanto cumple tres de los cinco criterios definidos por la ONU.
Las cifras del promedio de vida siguen incólumes para nuestra población, seguimos debajo del promedio de 45 años, la policía sigue deteniendo y torturando, el acceso a la salud integral aún no está garantizado, y en muchos lugares de esta hermosa tierra aún no realizan los cambios registrales del DNI. Muchas cosas han mejorado, sin dudas, pero nuestro enemigo, la derecha más recalcitrante, nos usa como su campo de disputa y batalla.
Son nuestros cuerpos los que se pisotean por un puñado de votos entre la derecha y la ultra derecha, sobre nuestras existencias asciende el rating de la Viviana Canosa y las disputas entre machos que nos desean en el silencio de su resentimiento. La violencia simbólica explícita y masiva habilita todo tipo de saña y desprecio cotidiano.
Apenas en estos últimos meses, Eugenio Talbot Whrigt se quita la vida en Córdoba, prenden fuego el hotel Gondolin en pleno centro porteño, Tehuel sigue sin aparecer, niegan las identidades no binarias en las escuelas de les niñes y sus xdres, el asesinato de Melody Becerra en Mendoza sigue sin esclarecerse y el penal de Varela está atestado de chicas en condiciones insalubres, presas por causas idiotas. Pero la potencia del sol del invierno nos acompaña en este nuevo ciclo. Se detienen un breve momento algunas potencias vitales para arremeter más fuertes. Bellas como la flor de amancay.
No pasarán.
¡Jallalla!
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