“Tú, milagrosa muñequita de cristal / tú, me enseñaste a sonreír y a perdonar”. Fragmento del tango Tú, de José María Contursi, escrito y estrenado en la Argentina cuando el voseo estaba prohibido. Antes, el extranjerizante D. F. Sarmiento había intentado eliminar el voseo, lo consideraba no civilizado, es decir, barbarie. Pero fue en la Década Infame cuando el Estado lo prohibió. Impuso una regulación del uso de la lengua en la población en general y en la radiofonía y la escuela en particular. La oligarquía quería “disciplinar a las masas erradicando el vos”, casi cien años persiguiendo, terminaron usándolo.
“El que te jedi” decíamos cuando la Revolución Libertadora prohibió nombrar a Juan Domingo Perón. Lo prohibido se reemplazaba con eufemismos. Como en la España fascista cuando se prohibió la palabra revolución. La resistencia la rebautizó “Pepa” y la guardia civil no podía castigar a quien exclamaba “¡Viva la Pepa!”.
En Buenos Aires del 900 también se prohibió el piropo callejero. El infractor debía pagar una multa de cincuenta pesos. Pero el machismo popular se las arregló y ante una mujer atractiva exclamaba: “¡Qué lástima que no tengo para la multa!”. Incluso se escribió un tango sobre el tema: Cuidado con los cincuenta (Ángel Villoldo). He aquí otro veto que continúa sin lograr sus objetivos, pues a despecho de las normativas actuales, el acoso persiste.
Hace cuatrocientos años el gobernador Hernandarias prohibió el mate. Si la transgresión provenía de españoles se le cobraba multa, y si trasgredía gente nativa se le propinaba cien azotes. Pero al igual que el alcohol en el abolicionismo estadounidense, nunca se dejó de consumir (a escondidas).
Y la sexualidad, ¿también surgió de la prohibición? Lo propio de las sociedades modernas no es que hayan obligado al sexo a permanecer en la sombra, si no que se hayan dedicado a hablar siempre del sexo, pero en forma secreta. La época victoriana, que extendió su pacatería por el mundo occidental con sus interdictos sobre las alusiones a los placeres de la carne, los incitó. Estalló una inflación de los discursos eróticos produciendo sexualidad bajo el lema “de eso no se habla” (mientras proliferaban los discursos).
Esta idea es desarrollada por Michel Foucault en La voluntad de saber. Historia de la sexualidad I, y sirve como marco teórico para pensar en las interdicciones que terminan logrando lo contrario de lo que se proponían. De eso no se habla es una película de María Luisa Bemberg, donde una madre se niega a aceptar el enanismo de su hija. Impone en su entorno que del enanismo no se habla. Es de lo que más se habla.
Monique Wittig -pionera del habla no sexista- denominaba “Yegua de Troya” al discurso inclusivo que irrumpe desde el interior y se proyecta sobre el cuerpo social, lo marca y le da forma ecuánime. La policía del lenguaje porteño hizo lo contrario, introdujo un Caballo de Troya en la ciudad que discrimina diferencias y busca votos de derecha. De la panza equina de su resolución sexista surgieron memes, documentos y denuncias fundamentadas contra la normativa violadora de una Ley Nacional, la de identidad de género.
Paradoja: la resolución -más castrense que docente- logró que mucha gente indiferente u hostil al lenguaje inclusivo lo apoye o, al menos, se involucre. En fin, visibilizó la miseria del lenguaje binario con mezquindad y exclusión de identidades no hegemónicas. La severa ministra asegura que no es prohibición sino regulación. Perogrullada. Toda regulación es punitiva. “Prohibir una lengua es identicidio” (Franco Torchia).
La ministra asume que no se siente representada cuando escucha “los ministros de Larreta” y dictamina -concesiva- que se puede utilizar el inclusivo sin e, ni x, ni @, diciendo “el equipo ministerial de Larreta”. Pero en el mismo descargo pluraliza en masculino: “los pibes”, ¿y la inclusión maestra? ¿No advierte que las pibas tampoco se sienten representadas? Alega que su intención es que “los pibes recuperen todo lo que le sacamos en pandemia”. Cabe replicarle a la seño: ¿Y cuándo se van a recuperar de la reducción del presupuesto educativo que el Gobierno de la Ciudad está aplicando desde hace quince años?
La resolución pretende enseñar las pautas acordadas en la lengua española y el mismo que la firmó comete dequeísmo y destiempo verbal: “pienso de que …” (sic) y “si yo tendría o podría, haría” (sic), en lugar de “pienso …” y “si yo pudiera o pudiese, haría”. ¡Y es descendiente de Enrique Larreta!, el autor de La gloria de Don Ramiro. Pero no demuestra ser lector conspicuo de su alcurnia oligárquica e ilustrada (también eran terratenientes).
El lenguaje no es inocente. Toda manifestación sexista termina llevando a la descalificación y el maltrato de las mujeres y otras identidades discriminadas. Las palabras tienen materialidad, producen efectos concretos. La Junta Departamental de la Carrera de Letras de la UBA explicita que “la variación generada por el uso de formas no binarias no resulta un obstáculo para el desarrollo de las habilidades de aprendizaje de lxs estudiantes, sería deseable verificar si, en cambio, la desinversión en políticas educativas del Ministerio de Educación de C.A.B.A puede explicar esos resultados”.
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En música popular el tango nos sigue representando a pesar de las moralinas que lo prohibieron en diferentes momentos del siglo pasado. Existen prácticas y figuras que trascienden las prohibiciones coercitivas y producen alteraciones beneficiosas en las costumbres, el lenguaje, los derechos. Prohibir es un arma que se arroja y regresa al punto de partida metamorfoseada. Guillotina, o agresora de enemistades, o proveedora de alimentos. La génesis histórica demuestra que las prohibiciones reaccionarias se convierten en búmeran-guillotina para la inquisición lingüística. Además, los cambios gramaticales que visibilizan injusticias milenarias diversifican el vocabulario y no dificultan el aprendizaje, al contrario, lo estimulan. El lenguaje no es una piedra, es un ser vivo. Prohibir expresiones que dan cuenta de la realidad es achicar el mundo. Cuanto más rico sea el lenguaje que manejen les pibes, más amplio será su universo. Las reducciones del habla empobrecen. La breve sentencia de Ludwig Wittgenstein lo sintetiza y nos invita a seguir pensando: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.