Desde mi adolescencia en los años '60 se me hizo evidente que la política no se circunscribe a los hechos concretos, sino que involucra también lo irracional, todo un imaginario compuesto de prejuicios, ideas fatalistas, miedos paranoicos y operaciones que se alimentan de esos “insumos”.
En mis 18 años fue claro que la prensa dominante (los diarios, los semanarios políticos como Primera Plana, Confirmado o Panorama que yo consumía) lograba instalar una imagen del presidente Arturo Illia como la tortuga, un viejito torpe y lento.
Era absolutamente irreal respecto del Illia que sancionó el salario básico, y el que no tembló en anular los contratos petroleros y denunciar a las multinacionales de medicamentos.
Se podía imputar a Illia lo ilegítimo de su elección con un peronismo proscripto, su rechazo al mayor movimiento popular. Pero no era un hombre vacilante.
Como tampoco el general golpista Onganía era el militar “moderno”, moderado y profesional que nos vendieron los medios.
También en esos años '60 las izquierdas se alimentaron de algunos mitos. Desde la agrupación maoista de estudiantes me explicaban que, según Mao, Estados Unidos es un gigante con pies de barro y un Tigre de papel.
Por reaccionar con descreímiento, por poner en duda la palabra de Mao, me despidieron.
Desde otras izquierdas escuchaba que el pueblo unido jamás será vencido. Pero resulta que nos vencieron en la guerra de Malvinas, una de las pocas certezas que unen a los argentinos. Lo que no quita que sin unidad del pueblo el futuro es incierto.
Sesenta años después, golpes y guerras mediante, Estados Unidos sigue en pie y dictando políticas en nuestra región, e incluyendo conspiraciones imaginarias entre sus instrucciones a los aliados de derecha.
Es cierto que las operaciones de la oposición de Juntos por el Cambio, del FBI y de la embajada de Israel sobre el avión venezolano detenido en Buenos Aires se montan en algún componente real.
En este caso, imágenes persecutorias que algunos hechos fijaron en tiempos no lejanos: la idea de la amenaza iraní en el país que todavía no pudo interrogar a los sospechosos iraníes del atentado a la AMIA.
El pavor que desataron hace 20 años los aviones secuestrados por terroristas de Oriente al embestir a las imponentes Torres Gemelas de Nueva York.
Y de operaciones conspiranoicas están plagadas las acciones de Juntos por el Cambio contra el gobierno del Frente de Todos.
Las movidas de Estados Unidos y de Israel fogoneando esta nueva opereta nos muestran que hay un verdadero consorcio internacional actuando desde hace tiempo con la coalición local (las denuncias del fallecido fiscal Nisman lo certifican).
Me refiero a un stock conspiranoico que, además de la acusación a la ex presidenta de haber ordenado la muerte de Nisman, que desconocen como lo que fue, un suicidio, suma la imagen de La Morsa detrás del Triple Crimen de la efedrina, atribuida a Anibal Fernández, siguiendo con el fantasmal comando venezolano-iraní-mapuche-kirchnerista, hasta el tesoro K -¡dos PBI!-, supuestamente enterrado en la Patagonia.
Todas esas falsedades han sido desmanteladas por fuentes rigurosas, pero ya han quedado como una mancha muy difícil de eliminar, y servirán para nuevas operaciones de la derecha.
Hace por lo menos 80 años que viene estudiándose en el mundo la psicología del rumor –pienso en el norteamericano Gordon Allport, autor de Naturaleza del prejuicio como un pionero-, como para creer que esta derecha que propaga estas ideas conspirativas desconoce sus efectos devastadores de la democracia.
¿Por qué son devastadores para la democracia?
Porque, si la democracia tiene como fin procesar pacíficamente los conflictos, cada uno de los mitos que mencioné hace lo contrario: pinta al peronismo y al kirchnerismo como una fuerza dispuesta a todo: corrupta, violenta, criminal, narco y aliada con lo peor.
Atribuyen al que llaman populismo ser una mafia criminal y hacer cosas que el peronismo no hace pero que ellos sí: perseguir y encarcelar opositores, llenarse de cuentas off shore que esconden negociados y fortunas mal habidas, aliarse con lo peor internacionalmente y apoyar golpes militares en naciones hermanas.
Pero, al persuadir, con la ayuda de los medios y parte importante del poder judicial, que el peronismo es el Mal, lo que hacen es convencer a la opinión pública de que la mayor fuerza popular de la Argentina no merece un trato pacífico y respetuoso de las reglas de la democracia sino una persecución violenta.
En una sociedad democrática quienes disputan son adversarios. El virus de la derecha infecta la convivencia diciendo que no hay adversarios sino enemigos.
En los años '60 la Doctrina de Seguridad Nacional contaminó las débiles democracias latinoamericanas y nos abrumó con dictaduras militares. Hoy los tres grandes caballitos de batalla de Washington –las imaginarias cruzadas contra el terrorismo, la corrupción y el narcotráfico internacional– guionan los pasos de estas oposiciones de derecha.
Desde luego que la operación conspiranoica de la coalición antiperonista se aprovecha de un clima creciente de antipolítica que también es fogoneado por los medios.
Si los políticos son esa casta inservible y corrupta que describe Milei –y, cuando lo repiten sólo acusan a los políticos peronistas y kirchneristas-, las peores cosas que se denuncien sobre ellos se vuelven creíbles, no importa que las instituciones establezcan que esas denuncias son falsas.
Ya quedó encendida la sospecha, y habrá nuevas denuncias siempre creídas por una parte grande de la población.
Pienso en la derecha que siempre ha hecho lo contrario de lo que dice defender: perseguir y encarcelar cuando se llenan la boca hablando de libertad. Desestabilizar con operaciones especulativas y apoyar golpes de Estado cuando se pavonean como abanderados de la República. Anunciar que van a ser implacables con la corrupción mientras favorecen la fuga de divisas y se dedican a los peores negociados en perjuicio del país.
Ahí está la imagen de los años 60 de un Mariano Grondona discurseando sobre los griegos y romanos fundadores de la democracia mientras redactaba el Comunicado 150 del golpe de Ongañía contra Arturo Illia.
Hace falta estar alerta. Hay una guerra cotidiana de la derecha contra las democracias, y se libra también a expensas de nuestras mentes.
Y nuestras mentes no son sólo movidas por impulsos racionales. El desafío está en asumirlo para no caminar como mansos corderos hacia el sacrificio colectivo.