Al principio solo se trataba de dibujar. Ahí empezó todo, en el dibujo, en hacer figuras deformes como las que hace cualquier chico apenas empieza a usar lápices, crayones o marcadores. Después el niño creció y empezó a hacer literalmente todo lo que hacía su mamá, que era artista. Entonces, el chico aprendió y copió a la madre. Agarró un pincel y se puso a pintar o a jugar con cerámica. Cuando entró a una “escuelita de dibujo” se decepcionó: en ese lugar no había libertad para crear, sino reglas que seguir. A partir de ahí nunca más volvió a buscar nada a una institución artística académica. Y de esa decepción y de un impulso autodidacta, Lucas Gabriel Cardo construyó una obra y un personaje: El Pelele.
Lucas es la persona y El Pelele el personaje. Solo los separa una máscara (literalmente). Las dos personalidades viven en el mismo cuerpo, pero hay momentos en las que funcionan por separado. La obra de El Pelele combina la estética trash de internet con un universo temático que va desde el sexo hasta la hechicería. Además, trabaja con la performance y buena parte de sus obras son ejecuciones que implican el uso del cuerpo y el movimiento. No es una imagen estática perdida en la red, sino también un cuerpo vivo que se pasea por el mundo del arte medio desnudo y medio atorrante.
Amatorio es la actual muestra de El Pelele en la Galería Sendrós. Es su primera exhibición individual en Buenos Aires. Antes, mostró su trabajo en su Córdoba natal, en espacios como El Gran Vidrio, y en otras muestras colectivas. Ahora, presenta una serie de obras de diferentes formatos (pinturas, esculturas, una instalación) que muestran la habilidad de El Pelele para manejar diferentes materiales y también diferentes disciplinas: Amatorio no incluye sólo obras visuales, sino también sonoras y hasta poemas. Este personaje se esparce como un virus por diferentes materiales y artes para dar origen a un universo fantástico, pero en el cual no vive Blancanieves o Cenicienta, sino Satanás o cualquier otro demonio.
1. En Huaco Retrato, la última novela de no ficción de Gabriela Wiener, la escritora peruana aborda el tema del amor de una manera poco habitual en ella. Lejos de pensar, como lo hizo siempre, desde la libertad, el libertinaje y el progresismo, lo piensa como algo conflictivo, oscuro y complicado. Dice Wiener: “Otra vez descubro cómo me enganchan del amor sus formas reconocibles, tóxicas. Juego a que es verdad, pero en realidad hay en este ejercicio más verdad sobre mi que juego. Una constatación aún más terrible”. Lo que plantea la autora es que el deseo también puede incluir querer algo dañino, algo que no haga bien (qué mejor actividad que desear acostarse apasionadamente con un tóxico).
En Amatorio, El Pelele también hace un planteo similar al de Wiener, pero con imágenes y poemas. Las obras que integran la exhibición tienen una función narrativa dentro de la muestra: en su conjunto cuentan una historia de desamor. La versión del amor –o de lo vincular– que plantea El Pelele se aleja de este consenso imaginario que dice “si duele rajá”, “si lastima no es amor”, “el amor no hiere”. El Pelele está más cerca de lo que dice la escritora Camila Sosa Villada que del bulo progresista: el amor sí duele.
Las obras “Ilusión”, “Suspiro” y la instalación “Nosotros” son las que más invocan el tema de lo vincular, pero desde una postura grotesca. En la primera hay corazones deformes, hechos con un glitch (un error informático); en la segunda, un cuerpo penetra a otro en un contexto sucio y un poco desagradable; y en la tercera, la obra más grande la muestra, hay una pareja sobre una cama teniendo sexo, pero los cuerpos son deformes y monstruosos, con tentáculos que se enriedan por todo el lugar y con caras grotescas que nada tienen que ver con la idea del amor romántico. La instalación está coronada por un gran corazón negro que cuelga del techo, como si ese corazón oscuro fuese el símbolo del desamor de esta pareja de criaturas que se revuelcan.
A las obras se le suman una serie de poemas que El Pelele escribió para esta exhibición. No hay texto de sala, pero estas poesías son el mapa –o el guión– para entender qué es lo que se está contando en imágenes. Escribe El Pelele en el poema que lleva el título de la muestra: “Veo que no estás tan solo. / Veo que ya estás con otro. / Y cuando te quiero tocar, ya no estás y yo estoy en otra cama. / Con la muerte que se pudre. / Con la muerte que se pudre a mis espaldas”. En otro dice: “Este tonto corazón que quiere ahogarnos, / no lee tus labios. / No lo contradigas. / No. / No. / No. / Este amor no puede ser cierto. / Sus espirales negros no tienen salida”.
Tal como le pasa a Wiener, a El Pelele le gustan las formas reconocibles del amor. Las tóxicas. Y Amatorio es el cuarto de tortura y placer donde va a encontrarlo.
2. Un pelele es un muñeco de paja que se hacía para diferentes festividades como los carnavales. Eran muy populares en España en los siglos XVIII y XIX, incluso Francisco de Goya tituló una obra así, “El pelele”, dentro de la serie de obras destinadas a ser tapices para el Rey Carlos IV. En la imagen de Goya, un grupo de mujeres hacen volar por los aires, con una manta, a un pelele que tiene la forma de un hombre con cara de contento. Con los años, la obra abandonó la casa real y fue a parar a la colección del Museo del Prado.
Lo interesante de la obra de Goya es que el pelele aparece como un símbolo de diversión –las mujeres de la imagen sonríen mientras revolean al muñeco– y de fantasía –el hombre manteado no es uno real, pero sí representa a un ciudadano cualquiera–. Estas dos cosas que se ven en esta imagen de Goya también aparecen en Amatorio: la fantasía y la diversión.
La referencia a la tradición fantástica más clásica aparece en obras como “Ojos que no ven: corazón que no siente” y “Espejo Mágico”. En una vemos una suerte de brujo de gran tamaño (hecho de MDF, vidrio y dibujo sobre papel) que le da indicaciones a dos seres que flotan alrededor suyo. La otra obra es una escultura hecha de hierro, pero revestida de tela, que sale desde el piso de la galería, con forma de brazo y que sostiene un espejo con una mano mitad humana y mitad animal –los dedos parecen garras–. Con estas dos obras, El Pelele evoca el imaginario clásico del cuento fantástico: por un lado, tenemos al brujo (de Merlín a Harry Potter, todos incluidos en esta obra); por otro lado, aparece el espejo mágico, elemento que se popularizó hace 200 años cuando los hermanos Grimm lo incluyeron en el cuento “Blancanieves”.
Sin embargo, el tono fantástico de la exhibición no está concentrado solo en esas dos obras que explícitamente refieren a la tradición fantástica. El Pelele avanza en el tiempo, deja atrás a los hermanos Grimm, y se mete con el escenario fantástico por excelencia de nuestra época: las pantallas.
La instalación “Nosotros” parece un set de televisión. Hay luces colocadas alrededor de la obra, iguales a las que se usan para iluminar locaciones. Más que una instalación es una puesta en escena. A todo esto se suma la activación de la obra: de repente suena música electrónica (compuesta por El Pelele) y empieza un juego de luces por toda la sala que genera interacciones entre todas las obras y no solo en “Nosotros”.
La diversión aparece en ese mismo momento, cuando todo se activa. La muestra deja de ser una exhibición y pasa a ser una pequeña rave dark. Amatorio es también, por unos minutos, una fiesta en un antro del microcentro.
3. No se puede recorrer Amatorio sin pensar en internet. La obra de El Pelele todo el tiempo tiene guiños y referencias a la vida online. Esta estética de la web recorre todas las obras de la exhibición. Sin embargo, Internet puede ser muchas cosas: desde una enciclopedia, hasta un medio de comunicación. Pero el aspecto que más se resalta en esta muestra es el del basurero. Internet como un tacho de basura. Internet como excusa para usar materiales de descarte que sirvan para crear imágenes trash.
La utilización de basura o cosas por el estilo para hacer obras no es algo que llegó con la web. Hace más de 50 años, con el informalismo, artistas como Alberto Greco o Emilio Renart construyeron sus obras con: brea, tierra o metales oxidados. Después, a comienzos de los dos mil, apareció en la escena local una posible reversión del informalismo –lo que se conoció como “estética trash”–, que tenía que ver con la saturación de imágenes que trajo internet y la cantidad de basura tecnológica que se creó en las últimas décadas. Las obras de Diego Bianchi, Nicanor Aráoz y un joven Adrin Villar Rojas crearon piezas de esas características, hechas con materiales precarios.
Esta estética del trash que retoma El Pelele es la que genera que haya obras construidas con bolsas de residuos destruidas o textiles hechos de telas baratas, con costuras a la vista –como las de un Frankenstein–. La vida digital está en estas obras y el descarte de la web también.
La tríada de obras “Amatorio”, “Ilusión” y “Suspiro” podrían ser pantallas que muestran ese basurero digital. A la vez, como ya se mencionó, en la segunda aparecen estos corazones rellenos de fallas informáticas. No siempre todo lo digital, por más que esté hecho de cuentas y números, es preciso y armonioso. El Pelele exhibe las miserias de Internet y lo hace con materiales baratos. En el fondo, lo que señala no es solo la sobreproducción de imágenes y el basurero al cual se accede con Wi Fi, sino que el arte argentino tiene a la precariedad como condición de existencia. El arte argentino es precario: se hace con lo que se puede y con lo que se tiene.
Amatorio de El Pelele en Galería Sendrós (Wenceslao Villafañe 584, Buenos Aires).
Miércoles a viernes de 14 a 18. Para coordinar una cita fuera de horario escribir a: [email protected]. Hasta el 23 de julio.