El viernes pasado a la noche caminábamos con Martín, mi novio, y un amigo cerca de Avenida Corrientes y Scalabrini Ortiz. Nos interceptó un grupo de unos pibes y chicas, que parecía que venían de bailar. Nos golpearon sin más explicaciones, solo por diversión, no era para robar. Como si hubieran estado buscando gente a la cual pegarle. Es una zona transitada pero la gente que pasaba no se metía, tampoco sabían qué hacer. A unas cuadras dos policías con un patrullero estaban parados sin hacer nada. Por supuesto nos trataron mal, no nos quisieron llevar al hospital ni llamar a una ambulancia. Estábamos con toda la ropa llena de sangre, con heridas y no cooperaron en nada. Por suerte teníamos algo de plata para llegar hasta el hospital. Después de varias horas nos atendió un buen médico, nos cosió las heridas a Martín y a mí.
¿Para qué contar este episodio? Esta es una llamada a estar atentos. En una situación similar es preciso resguardarse pero también colaborar llamando a una ambulancia, o acercándose a la víctima. No cuento esto para meter miedo, ni mucho menos es un pedido de “mano dura”, que nada tiene que ver. Mi novio y mi amigo están seguros de que fue una golpiza homofóbica, yo creo que algo de eso hubo pero que esa violencia tiene que ver con un entramado más complejo. La violencia que tenían esos pibes en algún lado la aprendieron o padecieron. La impunidad que se vive en la calle es claramente una decisión política. Esto no es un llamado a meterse en un bunker pero sí amerita plantear que estas situaciones se vuelven comunes con gobiernos violentos, que dan el ejemplo de que hay que lastimar al otro. A los que creían que iban a estar más seguros con este gobierno les digo que no, que la violencia sigue en las calles y ahora mezclada con rabia, y que no existe un solo peso destinado a la policía que sirva para algo, porque ellos son funcionales al odio que más nos enfrenta y mata.
Tobías Dirti