Bebe Daniels es una estrella del cine mudo. Una flapper famosa, una chica moderna de los años veinte. Hija de una española y un escocés, subió a un escenario antes de cumplir los tres meses, su mamá era actriz y su papá, el dueño de la compañía itinerante. El debut (era una comedia) fue en brazos maternos, la pisada con pies propios la dio a los cuatro años cuando personificó al duque de York en la versión familiar de Ricardo III.
Transformarse en una diva de brisa nueva en el Hollywood industrial de Cecil B. DeMille y compartir luz de cámara con Gloria Swanson y Valentino ocurrió con la misma libertad con la que instiga el viento húmedo en un cambio de estación. Bebe era una metáfora y las metáforas son siempre un desvelo. A partir de ese momento, las historias reales y de las otras que se cuentan sobre la sofisticada Bebe Daniels de la que Horacio Quiroga (que rechazaba la incorporación del sonido en el cine) era admirador, agitan las hojas de las hemerotecas que se preguntan si a los nueve años fue Dorothy en El mago de Oz de Otis Turner, (un corto de trece minutos de 1910).
Bebe era la cara de las publicidades mejor pagas, la sobrina caprichosa de un tío que, desde el poder que le daban sus conexiones en el departamento de policía de Los Angeles, la liberaba de todos los males y la dueña del rictus que agitaba el amor en gesto mudo. Descubrir la foto en la que mira a la cámara mientras -sorbete mediante- toma una gaseosa, es darse el gusto de ser optimista. La lista de sus películas (cruzó la tranquera del cine mudo al sonoro) supera las doscientas. Se casó en 1930 con el actor Ben Lyon y juntos se convirtieron desde Inglaterra (donde vivían) en “embajadores de buena voluntad” durante la Segunda Guerra Mundial y en los protagonistas con sus hijes de un popular programa de radio de los años cincuenta, antesala de un reality, en el que contaban su vida cotidiana en Londres.
Una de las historias que se cuentan sobre Babe parece un argumento de Tim Burton. La historia transcurre en la cárcel del Condado de Orange en Santa Ana donde Babe estuvo unos días presa por exceso de velocidad. En una de las versiones viajaba con Jack Dempsey y en otra con Marty Farrell, en todas, manejaba ella. Quien dictó sentencia fue el juez Cox que no era juez sino un peluquero al que le gustaban más las bicicletas que los autos. Cox no dejaba que nadie cruzara su condado rural (donde oficiaba de juez de paz) a más de 32 millas por hora y parece que Bebe, a bordo de su Marmon Roadster, superó las 72.
El día del juicio parecía una noche de estreno, Paramount había enviado mil dólares para pagar la multa, pero la sentenciaron a pasar diez días en la antigua cárcel de piedra, eso sí, Cox a quien la publicidad le gustaba más que a Babe, le permitió completar la filmación de The Affairs of Anatol. Babe entró a la cárcel en abril de 1921 acompañada por su mamá quien se quedó con ella hasta que las liberaron. “La celda estaba llena de arreglos florales y había sido amueblada por el magnate de los muebles de Santa Ana quien recreó la celda en la vidriera de su negocio (…) para que la estrella de Hollywood se sintiera bienvenida, le llevaron naranjas y limones frescos, bombones con sus iniciales y una vitrola (…) comía filet mignon, pollo frito, pescado y langosta y, a veces, caviar (…) sus amigos de Hollywood la visitaban ¡88 por día! (…) el carcelero y su esposa le ofrecieron el baño de su casa y las dejaban caminar por el parque al otro lado de la calle, siempre y cuando regresaran para apagar las luces a las diez. Abe Lyman y su Cocoanut Grove Orchestra le dieron una serenata con el Rose Room Tango, el mismo que ella había bailado con Valentino.”
Años después Bebe le dijo a su biógrafo que le tenía aversión a las arañas y a los policías motorizados, “nunca olvidaré el sonido siniestro de las cerraduras que cierran detrás de mí. Yo era realmente muy miserable a pesar de que la celda estaba hermosamente decorada y mi madre estaba conmigo”. Salió un día antes por buen comportamiento. Además de flores y muchas fotos afuera la esperaba una película: The Speed Girl, la historia de sus nueve días en la cárcel.