Reflexionar acerca de la muerte propia o la de personas cercanas y queridas es, generalmente, una experiencia tan desagradable y terrorífica, que desde que la humanidad dio sus primeros pasos inventó mitos, creencias y todo tipo de religiones para gestionar esa emoción. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando nos enfrentamos a la idea de que todxs podríamos tener los días contados por el colapso climático? ¿O cuando queremos abordar la ansiedad que nos genera la aceleración tecnológica y la obsolescencia programada a la que estamos destinadxs? ¿Qué ficciones podemos imaginar para sobrellevar esta incertidumbre?
El IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), el organismo de las Naciones Unidas que monitorea al cambio climático, diagnosticó que para el 2050 el mundo no será un lugar vivible si no se toman medidas urgentes hoy con respecto a las prácticas industrializadas de producción. Sin embargo, el capitalismo neoliberal extractivista parece ser un monstruo imparable lo está fagocitando todo. Frente a un futuro que parece amputado, ¿qué nos dicen las series que anticipan cómo será ese escenario? Cuando imaginamos los años por venir, ¿podemos pensar en algo que no sea una distopía de terror?
A casi diez años del estreno del primer capítulo de Black Mirror
Como ya lo hicieron en el pasado libros icónicos como 1984, de George Orwell, las series distópicas estrenadas en la última década adelantaron varios de los escenarios actuales más perturbadores y desafiantes con respecto a los desastres climáticos, la emergencia de lideres mesiánicos de ultraderecha y el uso de la tecnología 2.0 como un instrumento tiránico. Parece increíble, pero la primera temporada de Black Mirror, la aclamada serie que proyecta los horrores de un futuro pavorosamente cercano, ya cumplió más de diez años. Literalmente, estamos viviendo en un capítulo de este show de Netflix.
Su primera temporada, estrenada en 2011, mostraba en uno de sus capítulos más inquietantes cómo millones de personas gozaban viendo en tiempo real a través de las redes sociales un acto morboso, humillante y degradante al que era sometido un Prime Minister. Esta situación podría haber sido resguardada de la mirada pública, pero nadie pudo resistirse a verla. ¿Les suena?
En su tercera temporada, emitida en 2016, la serie propone un mundo en el que las abejas finalmente se extinguieron y fueron reemplazadas por drones del tamaño de insectos. Sin embargo, estos pequeños robots tienen una característica muy particular: pueden asesinar a los “enemigos públicos nacionales”. Si alguien era señalado en las redes como un ciudadano non-grato a través de un trendic topic viral compartido por miles de usuarios, este enjambre de “abejas” tenían el poder de matarlo a partir de un ataque colectivo y coordinado. Una picadura no te mata, pero miles sí. Nadie era el responsable único de este homicidio y, al mismo tiempo, todos habían sido parte. Al fin y al cabo, solo se trata de un simple hashtag. ¿Quién nunca se salpicó de mierda alguna vez en la cloaca de Twitter? Sin embargo, ¿hay algún tipo de consecuencia detrás de los discursos de odio que circulan en esta red, donde varixs aportan un granito de arena para aumentar el sufrimiento de una persona individual y concreta?
Recordando estos dos episodios, es imposible no pensar en el goce que provocó la humillación pública televisada que significó el juicio de Johnny Depp contra Amber Heard. Amber, que acusó a uno de los actores de Hollywood más entrañables de ser un golpeador, se volvió en una de las personas más repudiadas del 2022 y recibió una catarata de amenazas de muerte, además de ser el blanco de miles de memes ridiculizándola hasta el hartazgo. Sin dudas, millones de personas disfrutaron viéndola llorar en vivo en el estrado. Si estuviésemos en Black Mirror -ya lo estamos-, ¿las abejas-trolls la hubiesen matado? ¿Es infinita la crueldad y la impunidad en las redes sociales? ¿O solo nos escandaliza cuando aparece un niño muerto por el bullying virtual que recibe?
Otro de los capítulos más icónicos es Nosedive, también de la tercera temporada. En este episodio, la serie relata la vida de una oficinista que vive en una pesadilla que nos suena escalofriantemente familiar: su valor como individuo está determinado por el puntaje virtual con que la califican otras personas, incluso quienes que no la conocen. Debido a eso, ella tiene que aparentar (subrayo esa palabra) 24/7 tanto en las redes sociales como en la “vida real” ser una persona perfecta, atractiva y caerle bien a todo el mundo para juntar estrellitas, que son una alegoría de los “likes” y “followers” que reciben les influencers cuando cumplen con estos estándares imposibles de perfección. Cuantas más estrellitas, más cerca está la protagonista del ascenso social. Tener pocas significa, por el contrario, caer en la desgracia y ser una paria. Ella misma sabe que está atrapada en este juego del que no puede escapar.
Hoy en día, nuestra calificación virtual nos precede y nuestra influencia y popularidad en las redes sociales es algo que cada vez nos define más como individuos dentro de un contexto dinamizado por una mirada meritóctata, aspiracional, competitiva y superficial. Quiénes nos siguen, quiénes nos dan su like, qué consumimos, qué recorte de nuestro mundo mostramos, qué tan entretenido y agradable es, cuántas veces nos comparten, es algo que observan cada vez con más atención los reclutadores de recursos humanos y las personas cuando se interesan por alguien. Es un juego compulsivo al que estamos obligadxs a jugar, aunque no queramos. Nadie puede escapar. Ni siquiera les bebés y niñes que, desde que nacen, ya están expuestxs a esta dinámica.
Pero hay quienes sí están sometidxs a la calificación de las cinco estrellas: ¿qué pasa con lxs trabajadores de aplicaciones como Uber, DiDi, Rappi o Pedidos Ya, que dependen de la tiranía del puntaje que les ponen los usuarios? ¿O quienes viven de vender sus productos en Mercado Libre? Estamos a un clic de hacer que una rotisería de barrio tenga menos clientes simplemente porque un día la comida nos vino fría y le pusimos una mala review, porque creemos que tenemos ese poder legítimo de hacerlo. Y nos gusta tener ese poder. Pero esto es solo una cara de la misma moneda. ¿Falta mucho para que también nos empiecen a calificar en las apps de citas por nuestro desempeño como amantes? ¿Podemos escapar del sometimiento a la mirada y valoración ajena virtual, que opera como una marca indeleble sobre nuestras frentes? ¿Podemos patear el tablero, o vamos a tener que aprender a ser nuestros propios communty managers y transformarnos en una máquina de generar entretenimiento siempre adecuado para ser validadxs?
Las bananas desaparecen y los robots reemplazan a las personas
Years and Years, estrenada en el 2019, es una serie distópica que sigue la vida de los Lyons, una familia de Manchester. La narración empieza ese año y sigue sus pasos hasta el 2035. Pasaron solo tres años desde su estreno y ya le pegó a casi todo. Desde la viruela del mono y la guerra entre Rusia y Ucrania, hasta las súper bacterias, las pandemias y los desastres ambientales cada vez más recurrentes y violentos. Aquí las mariposas y las bananas desaparecieron, Estados Unidos lanzó una bomba atómica a China y los polos se derritieron.
Uno de sus aspectos más interesantes es cómo retrata la precarización laboral en un escenario donde el trabajo humano es reemplazado por máquinas y robots, que resultan más baratos y eficientes. A través de los años, los Lyons van perdiendo sus trabajos o tienen que tener varios empleos con peores condiciones para conservar un estilo de vida que ven como decrece a medida que pasa el tiempo. Stephen, que es asesor financiero, pierde un millón de euros tras un colapso bancario y acaba entregando paquetes en su bicicleta junto a compañeros que egresaron de Oxford. Rosie, que trabaja en un comedor escolar, pierde su puesto porque en el futuro la comida se calienta de forma automática. Muriel, la matriarca de la familia, hace una observación acertada: todo comenzó cuando en los supermercados reemplazaron a las cajeras por las máquinas registradoras automáticas. Nadie se quejó en ese entonces porque eran más cómodas y nadie quería ver a la cara a esas mujeres que ganaban tan poco por hacer ese trabajo. Ahora, la flexibilización laboral es despiadada y la mano de obra humana, obsoleta.
Otro tema que aborda es la consolidación a nivel global de líderes mesiánicos de ultraderecha que se muestran como “transgresores” por fuera del stablishment y que se apalancan sobre prejuicios socialmente instalados para arrimarle el bochín a una agenda cada vez más reaccionaria. En Vivienne Roook, la Prime Minister de este universo, resuenan los ecos de Donald Trump, Boris Johnson, Bolsonaro o nuestro infame coterráneo Milei. La complejidad de un escenario brutal se resume políticamente en un tuit o un video divertido de YouTube coreografiado que apela al sentido común y la posverdad. Estas figuras neoliberales, que hacen del debate público un show, se vuelven cada vez más autoritarias en la serie -esto no es algo nuevo- y tienen el poder de controlar la información que circula en internet, hacer detenciones arbitrarias y hasta desaparecer detractores.