La relación entre fascismo histórico y misoginia explícita demuestra que las ideas sobre la inferioridad natural de las mujeres es una de las bases de sustentación del pensamiento autoritario y del neofascismo social. Se necesita inferiorizar para dominar, porque la justificación de superioridad de ciertos seres humanos sobre otros, se hace en base a características supuestamente naturales. El desprecio a la mujer legitima su subordinación, subyace a toda forma de dominio, y justifica la violencia como recurso para imponer un orden social deseable. Para que la cultura del odio progrese es necesario colocar a las personas contra las personas, distorsionar los hechos, atacar la solidaridad, declarar los movimientos de emancipación social como amenazas. Un conjunto de ideas incriminatorias como soporte y deseo de una opresión concreta, de poder y sumisión, derivados de una estructura social jerárquicamente explotadora.
El neofascismo social ha entrado de lleno en la batalla por el dominio de la sexualidad. Se degrada a la mujer desde el concepto de “ser” provocador, insinuante, de coquetería deliberada. Una especie de “a-mantis” religiosa que dispara a su antojo los niveles de testosterona del macho en celo. Así es, como el relato “fascistoide” transforma a las víctimas en victimarias, y la violencia sexual pasa a tener connotaciones de responsabilidad compartida. Quien domina el lenguaje domina la realidad.
No existe aquello de lo que no se habla. El silencio también es miedo. Pero hay un silencio que se oye. Simone Biles portaba, sin que nadie lo sospechase, el sueño de una “fuga”, la cartografía de una nueva vida. Achicó el horizonte hasta domesticarlo, con el silencio íntimo de quien pretende otra realidad. La medallista olímpica le enseñó a los ojos a escuchar; a mirarse -a mirarnos- por dentro, y nos ofreció construir un tejido nuevo, que abrigara, aun más, al movimiento feminista y antirracista, sabiendo que el feminismo fue el primer movimiento social en interrumpir el monólogo masculino tan esmeradamente cultivado desde la filosofía occidental. Abandonó los juegos de Tokio, para luego denunciar por abusos sexuales a Larry Nassar, coordinador médico nacional de gimnasia de Estados Unidos.
Hace unos días, Simone Biles interpuso una demanda por 1000 millones de dólares al FBI. Entiende que se cometieron errores injustificables por la Agencia Federal que permitieron mantener durante un año más los abusos de Nassar. La fiscalía desestimó la demanda, pero el caso se ha vuelto a abrir por la aparición de nuevos indicios. “Es hora de que el FBI rinda cuentas”, expresó. La congresista neofascista Laurent Boebert salió al cruce de Biles expresando de “absurda” la demanda. “Pone en duda a todas las fuerzas de seguridad de la Nación desde el supuesto de discriminación racial, y refugiada en su condición de figura internacional”. Sus manifestaciones fueron recogidas por la organización Southern Poverty Law Center (SPLC), dedicada a los derechos civiles. El analista de la Liga Antidifamación de EE UU, Mark Pitcavage, asegura que con la llegada de Trump se han multiplicado las actividades encubiertas de apoyo e información de agentes de policía, militares, o del FBI, a grupos de extrema derecha como los Pround Boys, Oath Keepers o Boogaloo Bois. Según el portal de noticias de justicia “The Appel”, en el asalto al Capitolio se identificaron más de treinta policías, y manifiesta que el éxito de la operación se debió a información suministrada por agentes del FBI.
Simone Biles venció al dolor, y con la furia de su instinto se colgó del alma, junto a otras derrotas, una derrota más del hombre en su salvaje masculinidad.
(*) Ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón Mundial Tokio 1979