“Nos duele, pero bienvenido sea el debate”, dice, casi grita, Dina Sánchez, referente del Frente Popular Darío Santillán y vicepresidenta de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular, donde, según ella misma dice, las mujeres son el 70 por ciento de la organización. Y bienvenido sea el debate, insiste, porque está convencida de que sólo el desconocimiento es lo que alienta a demonizar a las organizaciones populares, más específicamente a las mujeres y travestis que las componen. “Porque nosotras, además de participar en las unidades productivas, somos las que sostenemos los trabajos de cuidado. Trabajos que fueron fundamentales en la pandemia y por los cuales muchas compañeras dejaron la vida”, sentencia Dina.
¿Y quién no recuerda a Ramona, integrante de la Garganta Poderosa, quién después de demandar por agua potable y corriente en el Barrio Villa 31 de CABA terminó muriendo de Covid de tanto ir y venir buscando baldes? Ramona no fue la única, en la organización de la que participa Dina Sánchez, al menos otras dos fallecieron en las mismas circunstancias: Marcela y Daniela. Las dos sosteniendo las tareas de cuidado que no se detuvieron por el Aislamiento Social Obligatorio, porque si se hubieran detenido, las muertes hubieran sido muchas más.
“Somos esenciales”, “Somos la primera línea”, son algunas de las maneras en que desde las organizaciones sociales se buscó hacer visible el rol fundamental de quienes atendían merenderos y comedores populares, de las promotoras de género que desafiaron las medidas de aislamiento para acompañar quienes sufrían violencia por razones de género en sus barrios y territorios. Ese carácter esencial, ese saber que quién responderá primero cuando hay una urgencia será una compañera, esos cuidados comunitarios que insumen horas y que muchas veces se suman a los trabajos remunerados o a los no remunerados que son necesarios dentro de cada casa siguen sin estar reconocidos como trabajo. Y esa es una demanda también de la economía popular que sigue sin ser escuchada.
Entre las mujeres de la economía popular y los feminismos populares hay una historia común, profundamente ensamblada. “Sí, nosotras fuimos las que salimos en los ‘90 y hace veinte años atrás a cortar las calles para demandar por comida cuando los varones se quedaban sin trabajo. Fuimos las que hicimos asambleas en las rutas y en el puente Pueyrredón cuando mataron a Darío (Santillán) y a Maxi (Kosteki) como las vamos a volver a hacer ahora que se cumplen 20 años. Pero muchas cosas han cambiado y nosotras seguimos trabajando”, dice Dina en la misma entrevista que le dio a nuestra compañera Sonia Tessa en Radio Nacional Rosario.
Y lo cierto es que ese proceso de las últimas dos décadas que este suplemento viene registrando ha transformado a los feminismos y también a esas piqueteras que se reconocieron feministas al calor de las ollas populares y de los entonces Encuentros Nacionales de Mujeres -hoy Plurinacionales, de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y No binaries-. Si en los movimientos piqueteros, sobre el final del siglo pasado, las mujeres empezaron a reunirse en asambleas porque sabían que sobraban los cuerpos que ponían en las calles y rutas que se cortaban pero faltaban sus voces en las decisiones políticas; fue esa misma práctica de hacerse escuchar, de templar sus tonos con otras compañeras de distintos territorios la que hizo que hoy haya dirigentes como Dina. La que permite que frente a las crisis, las muchas, interminables y siempre urgentes crisis sean las redes feministas las que sostienen.
Natalia Molina es referente de la Corriente Villera Independiente y del Movimiento Popular La Dignidad, autoridad en su barrio, la villa 21-24, reconoce en su trayectoria feminista el hambre que su familia padeció en 2001 y 2002, el impacto del asesinato por parte del Estado de Darío y Maxi. Y también, más cerca en el tiempo, la invención del trabajo y el impacto de Ni Una Menos a partir de 2015. En la 21-24, inventar el trabajo es que haya quienes tengan como tarea custodiar la ida y vuelta a la escuela de les niñes que tienen que atravesar avenidas sin semáforo, el control ecológico de la basura y de los tachos que desbordan porque siempre escasea la recolección, la atención de merenderos, comedores populares, roperitos, grupos de apoyo escolar para niñes y adolescentes. ¿Quién haría esos trabajos si no los hicieran las mujeres de la economía popular?
Tanto Dina como Natalia perdieron sus trabajos remunerados, registrados, a principios de los 2000. También lo habían perdido sus compañeros. Lo que quedaba era trabajar en casas particulares, como si ese trabajo asegurara remuneración digna y registro, si todavía hay que ir casa por casa en los barrios privados para controlar si las trabajadoras están registradas. Con el nacimiento de Martín -en 2001- se invirtieron los roles, empecé a trabajar afuera, mi marido se ocupaba de la casa y de los chicos, y cuando volvía me organizaba en el barrio para arreglar el agua que todavía falta, para motivar a las vecinas. Había activismo feminista en esos pequeños pasos. La crisis la sentía en el cuerpo, pero aún no podía ver en profundidad lo político”, le contaba Nati a Roxana Sandá, en 2020 en una nota que se publicó en Las12 cuando se preparaba un Ni Una Menos sin salir a la calle.
Esas trayectorias vitales y militantes, esas redes feministas que se fueron tejiendo y que alumbraron entre las trabajadoras de la economía popular, las trabajadoras sindicalizadas y los feminismos la consigna “trabajadoras somos todas” es lo que está en la base de la discusión que se da ahora en torno a la economía popular y también en torno a la demanda de un salario básico universal y un salario por cuidados. No se trata de planes insuficientes, se trata de reconocer el trabajo cotidiano y remunerarlo. Se trata de más derechos en tanto trabajadoras a las que componen la mayoría de las economías populares. Si algo distingue a los feminismos en este territorio, no es solo su masividad, sino esa formación de ida y vuelta que permite hablar de feminismos populares sobre cuerpos e historias concretas que están y estuvieron siempre en la primera línea.