Para participar de la performance que en estos días presentan Mariana Eva Pérez y Laura Kalauz hay que entrar al edificio majestuoso del Centro Cultural Paco Urondo, buscar al grupo de espectadores que oficiarán de compañeros durante el recorrido y volver a salir. No es una decisión inocente que la primera escena suceda afuera, en la calle. En la esquina de 25 de Mayo y Perón, Mariana y Laura se tomarán un rato para explicar cuál sería la dinámica que tendría esta actividad si fuera eso que su título evoca: una visita por la ex-ESMA.
Si se ajustara a lo que cualquier distraído podría esperar de una performance llamada ANTIVISITA, Formas de entrar y salir de la ESMA, Mariana y Laura saludarían primero a los asistentes, les agradecerían su interés por este encuentro, se presentarían y contarían, por ejemplo, que son primas. Dirían que Laura es coreógrafa y performer. Que Mariana es escritora, dramaturga e investigadora en artes escénicas. Mariana debería contar, además, que su mamá y su papá siguen desaparecidos. Podría agregar que fue criada por Argentina, su abuela paterna, y que su abuela materna es Rosa Tarlovsky de Roisinblit, vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Quizá hasta podría agregar que militó durante muchos años en HIJOS, que trabajó en Abuelas, que durante años buscó a su hermano, nacido en la ESMA. Que es autora de varios textos dramatúrgicos y que una de sus obras ganó el Premio Germán Rozenmacher. Que escribió un blog que modificó por completo el horizonte de expectativas de muchos lectores sobre lo que se puede contar y cómo en torno a los crímenes de Estado cometidos durante la última dictadura cívico-militar en Argentina. Que las entradas de ese blog se editaron una vez hace varios años en formato de libros y volvieron a editarse el año pasado en un edición ampliada que, igual que la anterior, se llamó Diario de una princesa montonera - 110% Verdad, tomando prestada para el subtítulo una de las palabras que conforman la frase emblema de la lucha por los derechos humanos en Argentina.
Pero esta no es una visita por la ex-ESMA, aunque haya nacido de una invitación real a guiar una visita por la ex-ESMA. Esta es una performance que entre otras cosas cuenta el vínculo complejo que una hija de detenidos-desaparecidos tiene con ese espacio que, aun habitado por los organismos de derechos humanos y resignificado durante la última década y media, sigue siendo un territorio marcado por disputas de sentido. Y Mariana Eva Pérez tampoco es lo que podríamos llamar una militante prototípica. Por empezar, no adopta el lenguaje ni los discursos oficiales sin primero deshilvanarlos, cuestionarlos y entender si de verdad le sirven para hablar de su historia. No pocas veces fue capaz de inventar su propia jerga para hablar del “temita”, como ella nombre su condición de hija de desaparecidos. Tampoco se muestra muy segura siempre de habitar su status de víctima directa del terrorismo de Estado como lugar de enunciación. Por citar un ejemplo: durante sus primeros años en Alemania, donde vivió entre 2011 y 2016 gracias a una beca de doctorado, no hablaba de su condición de “hiji” (otra palabra frecuente de su glosario) cuando se presentaba en algún congreso. Tardó en entender que su biografía le otorgaba un punto de vista que en la academia europea podía ser valioso.
La Antivisita de Mariana y Laura empieza afuera del edificio pero sigue –ahora sí, después de esta necesaria introducción– adentro del Paco Urondo. En el edificio majestuoso que durante poco más de una hora –y a partir del reingreso del grupo de visitantes– funcionará como metáfora de otro espacio, símbolo de un plan sistemático de secuestro, tortura, desaparición forzada de personas, nacimientos clandestinos y apropiación de chicos y chicas. Cuando Mariana o Laura describan el Casino de Oficiales, la primera sala al que alude esta recorrido, y señalen algún detalle en el techo o el piso, el público buscará con la mirada los sitios hacia los que apunten los dedos de las guías, en completa entrega con el código de desplazamiento que construye la performance. No importa que los materiales de los que están hechas las paredes sean otros, que la disposición del espacio no sea exactamente la misma, que estemos rodeados de los paneles de la muestra Insistencias de lo político en la escena teatral (1976-2022), surgida a partir de la vocación de divulgación de un grupo de investigadores de artes escénicas, entre los que se cuenta Mariana.
Unos minutos antes, todavía en el hall, en una instancia liminal –ni afuera ni adentro–, Mariana repasará todas las formas de entrar a la ESMA conoció durante estos años: “Entrar por primera vez con compañeras de cautiverio de mi mamá. Hacer la visita guiada con amigas. Asistir a congresos en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. Hacer la visita guiada con el chico que te gusta: tener una cita en la ESMA. Presenciar audiencias de la Megacausa Esma 2, 3 ó 4, en Comodoro Py. Soñar con la ESMA. Soñar con Astiz. Flashear que el tipo que está al lado tuyo en la playa es el Tigre Acosta. No entrar pero que entren cosas tuyas, cosas a las que se les queda pegado un polvillo fino, imperceptible, un poco húmedo. Escribir la dramaturgia de una visita guiada personal, caprichosa, montarla, ensayarla, estrenarla”.
Sin embargo, la historia de Mariana con la ex-ESMA comienza mucho tiempo antes de su primera entrada al predio, por el que se estima que pasaron unas 5 mil personas detenidas-desaparecidas (incluida su mamá) y que en 2004 fue constituido como espacio de memoria abierto a la comunidad. “Todo mi conocimiento sobre el espacio es previo a mis visitas, por eso cuando digo que soy la esmóloga más joven, lo digo un poco en serio”, se ríe Mariana. “Y es por eso también que una parte importante de esa Antivisita implica contar mi primera visita al espacio con las compañeras de detención de mi mamá, donde le pude poner espacio a lo que hasta ese momento eran relatos y planos”.
¿Cómo fue tu primer contacto con esos relatos sobre la ESMA, cuándo fue que aprendiste toda la jerga que se pone en juego en la performance?
--Un momento clave para mí fueron las reuniones en la casa de Miriam Lewin de varias sobrevivientes, a fines de los 90: junto a Miriam estaban Munú Actis, Elisa Tokar, Liliana Gardella y Cristina Aldini. Ellas se juntaban a hablar, se grababan y nadie sabía muy bien para qué. Después todo ese material se convirtió en un libro (Ese infierno, Editorial Sudamericana), pero en el momento no sabían qué querían hacer con eso, con esas charlas. Se hablaba de donarlas al Archivo General de la Nación, pero el destino del material no estaba claro porque no había la escucha social que hay hoy. Tampoco se hablaba de feminismo, y sin embargo estas mujeres hablaban desde una perspectiva de género clara, contando qué les había pasado a las mujeres ahí adentro y también antes, en la militancia. Recuerdo que había muchos temas que yo estoy trabajando ahora como si fueran una grandes novedades y que ya estaban ahí, en esas charlas. Y yo era una invitada especial a esas charlas, estaba invitada a la sobremesa: me citaban a partir de una hora determinada, después de tener su momento entre ellas. Cuando yo llegaba, las encontraba como endorfinadas por lo que habían hablado, contentas: les hacía bien encontrarse. Y esa fue mi educación, escuchar a esas mujeres, a las que admiro un montón.
La idea de embarcarse en este proyecto, decíamos, nació por una invitación, que la museóloga Alejandra Naftal –hasta este año, directora del Museo Sitio Memoria ESMA– le hizo a Mariana una vez que se encontraron por casualidad en la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes. Las dos estaban por entrar a ver Cuarto intermedio, la performance dirigida por Juan Schnitman en la que Mónica Zwaig y Félix Bruzzone recreaban un juicio de lesa humanidad con ayuda del público y compartían algunos consejos para quienes quisieran formar parte alguna vez de la audiencia de esos juicios. Alejandra le preguntó a Mariana si le interesaba participar alguna vez de la Visita de las Cinco, un recorrido guiado al Museo Sitio de Memoria ESMA que se organizaba el último sábado de cada mes en compañía de invitados especiales: escritores, académicos, artistas, intelectuales y militantes por los derechos humanos. “Yo no sabía exactamente qué era eso a lo que me estaba invitando. Y como soy medio molesta, le dije al pasar: ‘A lo sumo, si voy, voy a hacer una antivisita’”. El chiste quedó resonando. Pasaron unos años hasta que empezó a tomar la forma de una experiencia artística en la que Mariana –que además de escribir literatura, textos ensayísticos y académicos publicó varias obras de teatro– por primera vez actúa. “Al principio, cuando empezamos a ensayar, yo estaba re caprichosa con que no quería volver a entrar a la ESMA. Y esta idea que rondaba, lo anti, en un principio tuvo que ver con una pregunta que empezó a surgir: cómo podíamos hacer para que yo pudiera guiar la visita sin entrar a la ESMA. Empezamos a pensar en una experiencia remota, en hacer algunas partes adentro y otras afuera. Le estábamos buscando la vuelta”, recuerda Mariana. “Y después, en algún momento nos empezamos a dar cuenta de que no iba a ser fácil hacer el proyecto ahí por la burocracia misma que tienen los espacios, pedir autorizaciones, por mil cosas. Empezamos a ensayar en el Urondo y en algún momento pensamos ‘bueno, también puede ser acá’. Nos re cerró que el espacio no fuera la ESMA, y no descartamos seguir haciéndolo en otros lugares”.
Quizá haya sido la misma pulsión que originó el Diario de una princesa montonera, con su lugar de enunciación tan único –irreverente, pero nunca desafectado del “temita”– el que indujo a Mariana a buscar otra manera de meterse con la cuestión de las desapariciones forzadas también desde la academia. En sus años de becaria doctoral en Alemania dio con una nueva manera de abordar el tema que en el ámbito de la militancia y la academia argentinas no había encontrado hasta entonces. Desde esa conexión con otros discursos, especialmente con la hauntología, fue tomando forma su tesis doctoral que este año se convirtió en su primer libro académico: Fantasmas en escena (Planeta). En esa investigación de largo aliento, Mariana toma distancia de la caracterización de la desaparición forzada como una forma de violencia estatal entre tantas otras y, de la mano de la teoría de Derrida y otros autores, busca pensarla como una “biopolítica de producción de espectros”. Una biopolítica desaparecedora que operó a nivel de los cuerpos y de la población por medio de la fabricación masiva de fantasmas, con el objetivo inmediato de producir terror y con el objetivo último de transformar la estructura socioeconómica argentina. En Fantasmas en escena, las insistencias de Mariana se cruzan de una forma lúcida y muy única: centrada en cuatro textos dramáticos que toma como casos testigo, su investigación encuentra en el teatro no solamente un campo desde el cual pensar ese repertorio de temas, figuras y motivos que la desvelan, sino una tensión muy particular que es propia del lenguaje escénico y que permite pensar el fenómeno de la espectralidad de una manera directa. Por definición, el teatro se despliega en un acá y ahora: ese tiempo presente y ese espacio compartido con el público forjan un funcionamiento propio de la dimensión fantástico-espectral de las desapariciones, arrojando sentidos que hablan sobre el pasado y –acá está el quid de la cuestión– su persistencia sobre el presente. “No es que yo piense de verdad que acá hay presencias o seres de otro plano dando vueltas. Sí pienso que los espectros producen efectos en la realidad, en vos, en mí, en la sociedad. Desde ese punto de vista, los fantasmas existen”, explica. “Y yo los pienso desde ese lugar: como una figura de la cultura que se interpone en el mundo real, que deja marcas. Y a mí me sirvió pensarlos y recuperarlos para pensar mi trabajo académico pero también más íntimamente para mi vida”.
Ese hallazgo con el que dio en textos académicos continuó ejerciendo su impacto, y en un momento se encontró la forma de conectar con su genealogía a partir de otro hallazgo, que llegó en forma de anécdota familiar: María, la bisabuela de Mariana y de Laura, se había interesado por la práctica del espiritismo en su juventud, en los primeros años del siglo XX. Y aunque con los años, aparentemente, María había abandonado el tema, después de la muerte de su marido había manifestado su intención de retomar esas prácticas. Mariana, que no llegó a conocer a su bisabuela, se enteró de ese dato por su abuela Rosa, nuera de María, pero nunca pudo ahondar demasiado en la cuestión si bien siempre se quedó con ganas de saber más: “Site nunca quiso saber mucho con eso, porque no le gustaba demasiado, le parecía medio condenable. Sé que todavía hay cosas para descubrir ahí, pero por el lado de ella ya no voy me a enterar”.
Por lo pronto, lo que las primas saben es eso: que María, bisabuela de ambas –su antepasada común, y la que en definitiva une ambas ramas del árbol genealógico–, dedicó parte de su vida a buscar maneras para dialogar con espíritus. Esa información terminó siendo fundamental en la Antivisita por varios motivos: por un lado, porque conecta de forma directa la historia de ambas; por otro, porque a su manera ofrece un link pagano y más carnal con los estudios espectrales que Mariana había dedicado tantos años a estudiar de forma teórica.
Para entender qué es exactamente el espiritismo y cómo su práctica se traduce en ritos concretos, Laura y Mariana contactaron a Miguel Algranti, que terminó siendo el tercer integrante del proyecto de esta Antivisita, tanto en el tejido dramatúrgico como en escena. Desde sus estudios antropológicos, Miguel estudia diversidades religiosas y prácticas mediúmnicas en América Latina en general y Argentina en particular. En una escena de la performance, las chicas organizan una suerte de entrevista pública para imaginarse junto a los espectadores qué forma pueden haber tenido las prácticas de María. Acto seguido, invitan a una invocación colectiva. Los espectadores, entonces, se toman de las manos y recrean eso que suelen hacer los espiritistas durante sus rituales. La pregunta que ronda en el aire, pero jamás se enuncia, es si algún espíritu será capaz de bajar al encuentro del público en este edificio majestuoso que lleva el nombre de un poeta desaparecido. Y qué si esos espíritus son los de alguna de las personas con las que Mariana hace muchos años se encuentra recurrentemente en sueños.
Este ritual colectivo, un poco bizarro, un poco extraordinario, termina después de muchas vueltas por distintos espacios nuevamente en el hall de entrada, con Laura prendiendo inciensos y Mariana cantando "Mujer que vas", una de las dos canciones que conserva de Géminis, la banda en la que tocaba el teclado su papá. Frente a los visitantes, Mariana empuña un pincel como si fuera un micrófono y acompaña con su voz la del Negro Frutos, cantante de la banda, también desaparecido. Gritan juntos: “Mujer, juntos lograremos olvidar el pasado”. “Esa frase me vuelve loca, porque creo que se trata de eso, ¿eh? Yo tengo la fantasía de que en algún momento voy a dejar esto atrás, que en algún momento voy a encontrar un trabajo que no tenga nada que ver con el temita y voy a hacer una vida que no sea pensar todo el tiempo en esto. Por ahora, bueno, no viene pasando”. Mariana se ríe: muchas veces se ríe, de hecho se ríe un montón. No es fácil entender cómo hace para esquivar la solemnidad, pero parecería que casi siempre lo está logrando. “Si pienso en qué me sirve, o qué hace la vida un poquito más fácil, me parece que este tipo de cosas, proyectos como la Antivisita. Siempre le puse mucha expectativa a lo que podía venir del entendimiento, y no siempre entender te hace bien o te alivia”, dice Mariana. “Ojo, no me arrepiento para nada de mi recorrido, de haberme dado el permiso de haber estudiado el temita desde Alemania, desde otro costado, de haberme permitido salir de las formas tradicionales en que se estudiaba acá, porque durante muchos años hubo un pensamiento único, que creo que está cambiando, porque hay muchos investigadores que están pudiendo abordar desde otros lugares. Pero acá, esta vez, se trataba de animarnos a hacer algo que charlamos siempre con Lau, y que es lo que nos motorizó: un ritual. Un ritual fúnebre, si querés, que pudiera ir actuando por acumulación y por repetición. Trabajar con la idea de duelo. Y siento que eso es lo que en definitiva pasa. Y que está bueno. La decisión de ser yo la que está ahí, de no escribir textos para otros y poner yo el cuerpo, siento que fue muy afortunada. Y me sigue modificando, en un sentido súper fuerte, en cada función”.
La última función de esta primera temporada de Antivisita. Formas de entrar y salir de la ESMA es el próximo jueves 30 de junio a las 19 en el Centro Cultural Paco Urondo (25 de mayo 201, CABA). Para reservar un lugar hay que escribir a: [email protected]