La derecha argentina continúa visibilizando de manera desembozada su nefasta vocación de segregación. Al “derecho a morirse de hambre” proclamado por Javier Milei; el rechazo a crear un derecho donde hay una necesidad, por parte de un miembro de la Corte Suprema; y el desfachatado reconocimiento del dueño de “La Anónima” --Federico Braun-- respecto al hábito de aumentar los precios todos los días, se agregó la más explícita y autoritaria expresión de exclusión, la prohibición del empleo del lenguaje inclusivo en las escuelas, adoptada por parte de la infausta ministra de Educación, Soledad Acuña, espada del ala más reaccionaria en la gestión citadina del Pro.

Lo que, entre otras cuestiones, vale destacar aquí es el campo donde se intenta imponer la segregación: el lenguaje. Por lo pronto, nada menos manipulable que el discurso de una comunidad hablante. El carácter heteróclito, errático e impredecible de la lengua hace imposible la imposición de cambios surgidos de alguna intencionalidad premeditada por más digna o ruin que la misma sea: el lenguaje es el que decide. La cuestión está en las consecuencias resultantes de, por ejemplo, aplicar la censura. Cualquier somero análisis del recorrido de las palabras en el tiempo atestiguaría que la represión no hace más que incentivar, estimular y agitar el deseo por verbalizar lo prohibido. Esto es: más allá de la intención manifiesta de les hablantes; lo que no está permitido enunciar, se le sueña, y si no se le sueña, se le actúa, y si no se le sueña y tampoco se le actúa: enferma. La palabra amordazada es el sello que las dictaduras imponen sobre las personas para hacer de los ciudadanos meros consumidores de la más brutal ideología, en este caso: el credo anticivilizatorio neoliberal, cuyo actual propósito no es otro que acallar con una norma el conflicto que otorga vitalidad a una comunidad hablante.

Lo cierto es que, en lugar de interrogar en las aulas el surgimiento del lenguaje inclusivo como fenómeno emergente de una lucha que lleva siglos, Soledad Acuña elige censurar. Vale preguntarse cuál será el destino de esta prohibición en el segmento púber de un territorio en el que el discurso de la diversidad sexual y los feminismos circula de manera masiva. Cuál será el efecto en les niñes al ver que sus padres; hermanes; familiares; amigues emplean en sus diálogos; trabajos; presentaciones académicas y reclamos, giros y letras a l@s que elles se encuentran impedidxs.

Aquí la metáfora del cuerpo social toma todo su alcance: se trata de que una comunidad hablante está compuesta de cuerpos afectados por signos cuya eficacia subvierte las necesidades vitales a manos del goce de la lengua: una tendencia acéfala y caótica de ningún modo ajena al avatar político e histórico de la tragedia humana. Es decir, una voluntad traducida en cuerpos de deseo que violentan el sentido común, desde el seductor e irreverente decir de los poetas hasta los dialectos y modismos que resisten los mandatos de la lengua oficial, para no mencionar las frases lanzadas como si nada que luego, por misteriosas razones, el lenguaje adopta en su cotidiano devenir. De esta forma, lejos de remitirse a la ocurrencia o capricho de algún grupo o institución, el todes --por decir uno de los tantos vocablos inclusivos-- bien puede resultar de una voluntad social y política de larga data. Como siempre el lenguaje hará su tarea, el sufrimiento de los cuerpos dirá el resto.

Una gestión educativa para la exclusión

Lo cierto es que la prohibición del lenguaje inclusivo constituye un jalón más --quizás el más brutal y explícito-- en la larga serie de pronunciamientos adoptadas por la nefasta gestión del Pro en esta ciudad. Las palabras jamás son inocentes. Si de educación se trata, se aprende lo bueno y también se aprende lo malo. La gestión del Pro enseña a odiar, segmentar, discriminar y segregar. No por nada, en esta ciudad miles de niñxs se quedan sin vacantes para estudiar, para no hablar de la falta de gas en las escuelas y el desfinanciamiento de la educación pública. Al respecto, vale recordar que durante una entrevista radial a principios de este año, Soledad Acuña --ministra de Educación de la Capital de la República Argentina-- afirmó que “ya es tarde” para buscar a los alumnos que abandonaron la escuela durante la pandemia: “esos chicos seguramente estarán perdidos en una villa o ya cayeron[1] en actividades del narcotráfico”. Cuesta imaginar expresiones más discriminatorias, prejuiciosas y clasistas. Asociar la pobreza al delito es una de las armas dilectas de la segregación que distingue al discurso del Pro. Por otra parte, “caer” no es un verbo cualquiera en el discurso cambiemita.

El 21 de marzo de 2017 el entonces presidente Macri pronunció su tristemente célebre frase referida a los que no les queda otra que “caer en la escuela pública”. Tiempo después Acuña cruzaba los límites de lo imaginable al afirmar que quienes ejercen la docencia son personas de edad que han fracasado en tres o cuatro carreras y, dado que provienen de sectores socioeconómicos bajos, cuentan con poco capital cultural. No contenta con ello, tras apuntar a la enseñanza que se imparte en los institutos de formación docente, cargó contra la “ideología” que se filtra en las aulas. Y para demostrar el aberrante fundamento que anima sus dichos instó a que los padres denuncien a los docentes que vierten contenido ideológico en sus clases.

No es para sorprenderse. El rasgo anticivilizatorio del Pro marca su gestión “educativa”. Vaya como ejemplo aquel autoelogio del exministro de Educación Esteban Bullrich sobre “todos los días un pibe preso” ( le faltó decir: cae preso); o peor aún, su canallesca intervención en la mismísima casa de Anna Frank cuando, al referirse a aquella valiente e inolvidable joven, sostuvo: "Ella tenía sueños, sabía lo que quería, escribía sobre lo que quería y esos sueños quedaron truncos, en gran parte por una dirigencia que no fue capaz de unir y llevar paz a un mundo que promovía la intolerancia". Es decir: para el entonces ministro de Educación el nazismo fue tan solo una dirigencia que falló por su falta de capacidad. Quizás un remoto efecto de la prédica que el genocida Priebke --uno que si cayó preso--  implementó en Bariloche como director del Instituto Primo Capraro donde Acuña cursó sus estudios y --en tanto alumna-- participó de la celebración del cumpleaños de Hitler que esa institución acostumbraba festejar.

Para terminar: nada mejor que citar a Paulo Freire y así destacar el enfoque integrador e inclusivo que la escuela debe cumplir: “La escuela es... el lugar donde se hacen amigos. No se trata solo de edificios, aulas, salas, pizarras, programas, horarios, conceptos... Escuela es sobre todo, gente, gente que trabaja, que estudia, que se alegra, se conoce, se estima. El director es gente, el coordinador es gente, el profesor es gente, el alumno es gente, cada funcionario es gente. Y la escuela será cada vez mejor, en la medida en que cada uno se comporte como compañero, amigo, hermano. Nada de isla donde la gente esté rodeada de cercados por todos lados. Nada de convivir las personas y que después descubras que no existe amistad con nadie. Nada de ser como el bloque que forman las paredes, indiferente, frío, solo. Importante en la escuela no es solo estudiar, no es solo trabajar, es también crear lazos de amistad, es crear un ambiente de camaradería, es convivir, es unirse. Ahora bien, es lógico... que en una escuela así sea fácil estudiar, trabajar, crecer, hacer amigos, educarse, ser feliz".

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Profesor universitario. Exdocente en escuelas primarias y secundarias.

Nota:

1. La cursiva es nuestra.