El espionaje es una actividad literaria. Si se dejan de lado los microfilms, los pasaportes falsos y los dossiers con el sello “top secret”, lo que resta es un intercambio de relatos. El agente secreto de Conrad o Nuestro hombre en La Habana de Graham Greene, más dados a inventar que a correr riesgos, supieron tempranamente que importa más la verosimilitud o la potencia política de un informe que su veracidad. El intercambio de gentilezas entre Trump y Putin parece demostrar que el espionaje siempre tiene algo de comedia de enredos. Enviada especial, la última novela de Jean Echenoz, asume sin disimulo ambos géneros, la comedia y el espionaje, en una trama que viaja de París a Corea del Norte y de las canciones pop a las cárceles y las ejecuciones sumarias.
Echenoz, alguna vez promesa de la literatura francesa y hoy reconocido y muy premiado autor de una obra extensa, vuelve a ofrecer una ficción pura, relato de aventuras y de género, después de varios años dedicado a las biografías noveladas de Ravel, el maratonista Emil Zátopek y Nicola Tesla y al relato íntimo de la primera guerra mundial que ofreció en 14, su última novela hasta el momento.
Enviada especial comienza en un espacio burocrático: un escritorio metálico, sillas oxidadas, ficheros, una computadora mugrienta. Un general pide una mujer. No para fundar una compañía de visitadoras, aunque todo el episodio tiene algo de estereotipo tropical. Quiere una mujer para infiltrarla en una trama de espías. “Que no sepa nada de nada, que haga todo lo que se le diga sin preguntas. Tirando a guapa, a poder ser”. Claro que las intenciones del general llaman a la desconfianza, y anuncian lo que podemos esperar de esos espías dudosos. El viejo general sigue montando operaciones para no oxidarse. “Para ocuparse de algo”. “Para el bien de Francia”. La operación tiene mucho de chapucería y de azar. Un par de matones secuestra a una joven cantante y la somete a un proceso de “ablandamiento” que se convierte en unas vacaciones en la campiña francesa que Constance, la cantante, utiliza para leer un diccionario enciclopédico y que termina ablandando a sus captores tanto o más que a la víctima. La novela sigue también la vida del esposo de la cantante, un compositor que vive de las regalías de sus éxitos del pasado, y que encuentra en el secuestro la posibilidad de continuar su vida ociosa sin Constance. La novela se demora en un ir y venir entre el campo y la ciudad; entre las estaciones del subte parisino, descriptas hasta el detalle de las inflexiones de voz que las anuncian, y los bosques y pueblitos que son también espacios de la modernidad extrema, con un parque eólico que sirve como escondite y señal. La operación está destinada a desestabilizar al régimen de Corea del Norte, y la novela dedicará su tercera parte a unas peripecias en ese país delirante y opresivo. Echenoz ha comentado que desistió de un posible viaje para documentarse pero que acumuló una enorme cantidad de material antes de ponerse a escribir. Tratándose de Corea del Norte, es difícil distinguir la ficción de la realidad, como puede verse al leer relatos más atentos a lo documental como, por ejemplo, la historieta Pionyang de Guy Delisle. En la novela, la utilidad de Corea del Norte es la de ofrecer un país con el que resulta imposible una relación de empatía. Sin las complejidades y culpas que Occidente tiene ante el mundo islámico, Corea del Norte puede cumplir el papel que Rusia tenía en las películas de espionaje durante la guerra fría: un espacio de puro peligro y pura maldad donde poner a prueba los personajes. En los episodios en Corea del Norte, como suele pasar en las películas de acción, es más importante la velocidad que la lógica.
Un ataque de arbitrariedad podría conducirnos a dividir la literatura francesa -o, quizás, toda la literatura- entre Balzac y Flaubert: entre la gozosa creación de mundos y la cuidadosa construcción de frases. Echenoz es un lector admirado de Flaubert, y un heredero de las líneas más formales de la literatura francesa: del objetivismo del nouveau roman y de las versiones juguetonas de ese objetivismo que inventó Georges Perec. La apuesta formal de Enviada especial podría en principio recordarnos al Balzac más desatado: el de las tramas folletinescas y repletas de casualidades, el de esos narradores que opinan, adelantan o interrumpen la acción y se comprometen como un personaje más. Sin embargo, el efecto paradójico de este narrador, en Echenoz, es subrayar una distancia: como si nos dijera “no me creo del todo lo que cuento, ni le tengo mucho respeto a estos personajes que inventé, y a ustedes, que son inteligentes, les debe pasar lo mismo”. Así, el narrador interrumpe una descripción (muy nouveau roman, por cierto) con un “y un montón de cosas que podríamos seguir enumerando”. O confiesa que la trama del secuestro es muy convencional. O evita una explicación consignando que un personaje resuelve un problema “mediante métodos que sólo él conoce”. O interrumpe el relato con digresiones sobre el efecto del olor de los elefantes sobre las mariposas.
Enviada especial es una novela con abundantes referencias al cine. El título remite a Foreing Correspondant de Hitchcock (que se conoció en español como “Enviado especial”) e incluye su correspondiente escena con molinos de viento. Echenoz admira además a los hermanos Coen, sobre todo su distanciamiento y su ironía. Esas virtudes son también debilidades en los momentos, en Cohen y en Enviada especial, en que la distancia se confunde con el desdén.
El deseo flaubertiano de hacer un libro sobre nada seduce a Echenoz, pero se cruza en sus novelas, y en particular en Enviada especial, con el placer de las aventuras y las peripecias: “el placer rítmico, activo, aventurero de la ficción, el deseo novelesco que me impulsó a escribir”. Ese ir y venir entre el guiño distanciado y el abandono a la ficción caracteriza a esta novela y organiza sus mejores momentos.