En la casa de mis abuelos maternos, en Villa Adelina, siempre se escuchaba tango: se veían los programas de televisión de tango y los pocos discos que se podían comprar eran de tango. Troilo, Pugliese, D’arienzo, Varela, etc. El único que desentonaba a ese gusto general era mi viejo, que por ser entrerriano tristemente desarraigado prefería los sonidos folklóricos, aunque años después él mismo se haya convertido en un tanguero fanático y orgulloso de poder señalar, en apenas uno o dos acordes, qué orquesta estaba sonando por la radio.

Toda esta introducción para decir que el rock, especialmente el rock nacional, me llego relativamente tarde y atravesado por la irrupción descomunal del pop de Michael Jackson. Así me fui alejando de los sonidos melancólicos y armoniosos de bandoneones, violines y pianos para arrimarme a nuevos sonidos eléctricos. 

Así aparecieron en mi vida Charly Garcia, Virus, Los Abuelos de la Nada, Soda Stereo y tantos otros, hasta llegar a escuchar a un tal Spinetta en unos cassettes TDK grabados de la radio. Lo primero que me llegó de la inmensa obra de Luis Alberto Spinetta fue Pescado Rabioso, después Invisible y Jade, más tarde parte de sus etapas solistas y finalmente Almendra. Siempre las primeras impresiones me dejaban una extrañeza imposible de traducir en palabras, pero supe ser paciente y esperar mi momento. En pocos encuentros, en pocas escuchas me enamoraba para siempre de cada canción. Spinetta se convirtió en una referencia poético-musical y en un faro artístico al que todo artista, cualquiera sea su rama, debiera aspirar a llegar. 

Lo último que escuché fue lo primero que hizo y sencillamente fue hipnótico: Almendra. “Fermín” me acompañó en mi primer improvisación sobre un escenario haciendo una especie de videoclip con un tupper celeste en la cabeza atado con una corbata, y “Muchacha (ojos de papel)”, el hit, lo mas profundo y sencillo que un hombre enamorado pudiera escribir. Con esa poética siempre singular, los coros, la música agradable y reconocible, la ternura que produce esa voz que nos da permiso de armarnos la imagen de nuestra muchacha. 

   Siempre escuchar “Muchacha” me produjo y me produce una conmoción interna, y esa conmoción se renueva, algo nuevo sucede, aparece. Me da la impresión que anida algo teatral, la canción no cambia, la obra es la misma pero la novedad se da de manera impensada, única, y el teatro se hace lugar, vivo. Tomás, mi hijo mayor, que justamente este 21 de abril cumplió 9 años, adelantó su llegada a este mundo dos meses. Sí, nació con siete meses de gestación como tantas otras criaturitas que poblamos este mundo. Valeria y yo hicimos función de La presa de Bernardo Cappa en el Teatro del Abasto el sábado a la noche. El domingo a la madrugada rompió bolsa. Taxis, corridas, bolsos a medio preparar, primeras asistencias en un sanatorio por el barrio de Once, recién al mediodía del lunes nos derivan a una maternidad... ¡en Sarandí! Una noche y un día eternos, interminables minutos de angustia, de sensaciones encontradas. La vida y la muerte jugando su partida con nosotros. Los miedos, las inseguridades, el amor sosteniéndonos. 

Llegadas las 21 horas de ese lunes, nos dicen que pareciera ser que Tomás esperará en la panza de su madre unas horas más, sin poder establecer con precisión cuántas… Así que despedimos a nuestras familias pensando en volver a vernos al otro día. Con Valeria internada y yo esperando en unos silloncitos de la recepción junto a otros padres o futuros padres me dispongo a descansar un poco… Pero la cosa se precipita, Tomás no quiere esperar mas y desea ver la luz inmediatamente. Me avisan que se va a realizar la cesárea y que yo debía esperar en una salita contigua, o sea: “Usted no puede entrar”. Aviso rápidamente a la familia, que pega la vuelta en caravana.

Ahí estábamos, nerviosos, desencajados, agotados, al borde del colapso. Unos de un lado de la puerta, yo del otro. Solo. Médicos y enfermeros, medicas y enfermeras, auxiliares, anetesistas, todos yendo de un lado al otro sin reparar en ese hombre desesperado, sin mirarme y por supuesto sin hablarme. ¡Una palabra! ¡Una noticia!

Hasta que increíblemente, desde algún lugar, tal vez desde un ensueño, como un bálsamo o una señal se empieza a escuchar “Muchacha (ojos de papel)”. Me distraigo, me dejo envolver apenas por la música, por esa voz amiga y cercana, deambulo por la letra: “y no hables mas muchacha, corazón de tiza...” Entonces el llanto de un niño irrumpe atronador. El piso desaparece, las paredes se desvanecen, ese llanto, ese grito de vida se convierte en el primer sonido que escucho. Tomás, mi hijo, acaba de nacer. Tomás con nosotros, Tomás cantando “Muchacha”.


Christian García Actor, director, dramaturgo y docente de teatro. Se formó como actor con Ricardo Bartís, Raúl Serrano y Norman Briski. Trabaja en teatro desde hace más de 15 años bajo la dirección, entre otros, de Jimena Aguilar en Un día es un montón de cosas, Lorena Vega en Segunda vuelta y Bernardo Cappa en La verdad. Escribió y dirigió una decena de obras, entre ellas La Manchada (2009), El Monstruo tan temido (2010) y Muñecas taiwanesas (2011). Durante el año pasado realizó la dirección de la obra Golondrina en el teatro Vera Vera. Actualmente dirige Casa Linguee, los miércoles en el Teatro del Abasto, Humahuaca 3549. A las 21.