(ADVERTENCIA: este artículo está lleno de SPOILERS)

En el principio fue una frase: Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana... Esa variante del eterno "Había una vez" terminó efectivamente disparando toda una galaxia de variantes audiovisuales centradas en aquella idea de George Lucas que no era original -en el ADN de Star Wars está la fantasía, la ciencia ficción, los samurais, los piratas, los seriales, el western- pero sintonizó con una época y una generación, que se encargó de contagiar a las que siguieron y le fue dando nuevas vidas a través de los años. La primera trilogía, la base de todo, disparó tres precuelas y, tras la compra de LucasFilm por parte de Disney, tres secuelas y todo un entramado de series de animación.

La explosión de las plataformas de streaming abrió nuevas posibilidades. Y el acceso a presupuestos cinematográficos para series con elencos de carne y hueso posibilitó lo que J. J. Abrams no pudo hacer con sus películas. Porque los fans de Star Wars celebraron y acudieron en masa al cine, pero lo cierto es que el creador de Lost se limitó a apostar a lo seguro, volver a hacer el Episodio IV en El despertar de la fuerza y esconder eso detrás de la emoción de volver a ver a Han Solo, Chewbacca y Leia Organa, con ese golpe de efecto final de la reaparición de Luke Skywalker para motorizar Los últimos Jedi y El ascenso de Skywalker. De hecho, la mejor película de la era moderna de Star Wars fue el spinoff Rogue One (la primera realmente "de guerra" en una saga titulada La guerra de las galaxias) y hasta Solo, que contó el origen del pirata corelliano y el Halcón Milenario, mereció mejor suerte en taquilla.

Pero entonces la productora Kathleen Kennedy, veterana en contar historias desde ET, vino a enderezar el rumbo. Junto a Jon "Mr. Marvel" Favreau le dio forma a The Mandalorian y The Book of Boba Fett, dos series que enriquecieron el canon SW de un modo que nadie esperaba. No se trató solo de meter guiños para nerdos (que los hubo y de a puñados): allí se exploraron con real profundidad y buena narrativa los efectos de la historia central en los bordes, cubriendo de paso los inevitables huecos que existían en una saga que Lucas jamás imaginó tan extensa y llena de posibilidades.

En ese contexto llegó Obi-Wan Kenobi, la miniserie que acaba de completar su recorrido y se encuentra disponible en Disney+. Y en seis episodios, la directora Deborah Chow (que ya brilló en "The Sin", tercer episodio de la primera temporada de The Mandalorian) consiguió el milagro de darle una nueva costura al universo Star Wars, incluso resolver incongruencias que Lucas no pudo evitar, anudar de manera brillante los tramos entre el Episodio III de 2005 y el Episodio IV de 1977 como también lo había hecho Rogue One. Para decirlo en un código que todo lector de esta nota comprenderá: al fin tiene sentido que Alec Guinness le diga "Darth" a Vader en la primera Estrella de la Muerte. Por fin queda demostrado que Ben Kenobi no le mintió a Luke en su (re)encuentro en Tatooine.

El as de espadas (de luz) de Obi-Wan Kenobi, curiosamente, no está en su título sino en su contraparte: esta miniserie marca el regreso de uno de los mejores villanos del cine moderno. Kylo Ren nunca pudo salir de la sombra de Darth Vader, siempre fue un "malo" desvaído, más cerca de un chiquilín caprichoso que rompe cosas que de la auténtica aura malevolente que distinge al hombre-máquina con su gárgola y respiración inquietante. Hayden Christensen, que nunca se distinguió por ser un actor de grandes recursos, puede ahora disfrutar el ponerse la armadura de un Anakin Skywalker totalmente corrompido por el Lado Oscuro de la Fuerza. Y como sucedió en Una nueva esperanza, El Imperio contraataca y El regreso del Jedi, la mera presencia del Lord Sith le imprime a la pantalla un clima imposible de replicar.

Darth Vader (Hayden Christensen), un villano inimitable.

Pero en el comienzo, claro, está Obi-Wan, un Ewan McGregor siempre bien conectado con la gestualidad y el acento de Sir Alec. Un Jedi quebrado por lo que significó la Orden 66, un hombre roto y sin esperanzas, reducido a observar de lejos al niño Luke, debilitado por diez años de inacción, incapaz de conectar con Qui-Gon Jinn como le prometió Yoda, el sable de luz enterrado en las arenas de Tatooine. El disparador de los eventos es nada más ni nada menos que la princesa Leia, que en una atinadísima elección de casting encontró en Vivien Lyra Blair su perfecto símil infantil. A regañadientes, Kenobi tendrá que salir de su exilio en el desierto para ir al rescate (¡y el secuestrador es Flea, de Red Hot Chili Peppers!), y ese movimiento va a terminar desencadenando una serie de hechos que al fin materializan todo lo sucedido antes de... un nuevo secuestro de Leia, ya una rebelde hecha y derecha.

Por allí andan los Inquisidores, que tienen su peso específico en Star Wars Rebels, y otro enlace con la masacre del Templo Jedi del Episodio III en la figura de Reva Sevander (Moses Ingram), la "Tercera Hermana" que, al modo de Vader en El regreso del Jedi, tendrá su propia redención final. Pero el núcleo está en el modo en que Kenobi recupera su balance y recuerda lo que significa ser un Jedi, y los dos encuentros con quien fuera su padawan y amigo-hermano: en el comienzo y en el final, Vader y Obi-Wan vuelven a cruzar espadas como en Mustafar, revelando que el combate en la Death Star fue en realidad la conclusión de una historia más larga de lo que se creía. Y sobre todo que, para redoblar el odio de Vader, en ese último encuentro en un planeta solitario Obi-Wan vuelve a derrotarlo. "Vos no mataste a Anakin Skywalker, a Anakin lo maté yo", dice el Lord oscuro, y en esa frase Kenobi encuentra paz... y la convicción de que lo que le dirá a Luke años después sobre su padre es la pura verdad.

Con ello, Obi-Wan Kenobi consigue salir de la incómoda zona de "hacen más series para chorear". Estos seis episodios se vuelven esenciales para tender puentes, cerrar historias, darle más dimensiones al canon y propiciar, sí, momentos de puro deleite como cuando aparece esa nave a escala con la que Mark Hamill juega en 1977, o cuando en el final vuelve a sonar el score original de John Williams. Entre otras cosas en carpeta, 2023 será el turno de Ahsoka, con otro personaje que supo ganar espesor, pero nuevamente en la época de caída del Imperio en la que transcurre The Mandalorian y Boba Fett. Por lo pronto, este regreso a la galaxia muy, muy lejana no fue una caída en el Lado Oscuro del marketing. Y el niño interior lo agradece.