Es cierto: fue una fiesta postergada. En el año 2020, el festival de Glastonbury iba a festejar sus 50 años, cuando la pandemia llegó y el mundo entero se puso en pausa. La celebración debió esperar dos años más para realizarse pero ya está aquí y Glastonbury ha vuelto con todo.
Pensar en Glastonbury es pensar en peregrinos. Este peregrinaje colectivo sin duda tiene que ver con el amor a la música. Ciento cincuenta mil personas no se concentrarían por voluntad propia en una granja del corazón de Inglaterra si no les apasionara la música. Pero Glastonbury es mucho más que eso y ese es el secreto del festival de rock más importante del mundo.
Joni Mitchell – que se perdió Woodstock por acudir a un programa de televisión, aconsejada por su entonces manager- compuso, según David Crosby, el tema más relevante sobre aquellos famosos días de “amor y música” que tuvieron lugar en 1969 y que pusieron la piedra fundamental del festival de rock como evento trascendente. Por eso, al pensar en los peregrinos de Glastonbury, acude a la mente aquella frase del tema “Woodstock” de la Mitchell, que dice “somos polvo de estrellas, somos dorados, y tenemos que encontrar el camino de vuelta al Jardín…” La mayúscula en la palabra jardín no es ociosa, porque se trata de un Edén perdido en alguna parte del camino. ¿Cuál fue la manzana ponzoñosa que se mordió? Ah, esa es la gran pregunta. La que quizá se hagan estas 150 mil personas que año tras año, y sin siquiera saber qué artistas participarán, agotan las entradas de Glastonbury a las 24 horas de ponerse a la venta.
Ahora, con el resultado del lunes, cuando ya se sabe el “line-up” del festival, se les da la razón. ¿Quién querría perderse el recital número 500 de Paul McCartney cerrando la jornada del sábado Glastonburiano? Y si se habla de leyendas vivientes, ¿a quién no le gustaría presenciar el desfile de hits de Diana Ross, desde la época de las Supremes a su exitosa carrera solista? Pero Glastonbury no es un monumento a la nostalgia: en el mismo escenario –el principal, el de la Pirámide- serán figuras excluyentes Billie Eilish (viernes 24) y Kendrick Lamar (domingo 26). Y desfilarán también Robert Plant y Alison Krauss, Herbie Hancock, Rufus Wainwright, Ziggy Marley, Lorde, Haim, Crowded House y siguen firmas.
Es difícil ceder a la tentación fácil de la enumeración, pero Glastonbury ostenta al menos diez escenarios principales y decenas de otros proscenios a lo largo y ancho de la granja de Michael Eavis, comenzando por el Other Stage, el lugar de los artistas en vías de consagración y de grandes héroes y heroínas de culto. En el 2022 allí estarán St. Vincent, Idles, Pet Shop Boys, The Libertines, Foals y Lianne La Havas. Y eso tomando la lista al azar…
Glastonbury nunca descuidó la tradición, pero siempre puso un ojo mirando al futuro. Por eso cuenta con dos escenarios destinados al despliegue de nuevos talentos: The Park, que está en las colinas desde donde se puede contemplar todo el predio del festival, y el John Peel Stage, que es un homenaje al gran conductor radial inglés, un campeón de esos sonidos que hacer fruncir el ceño a quienes piensan solo en la radio de las mayorías, y cuando menos complicada la música y fácil el mensaje, mejor. Peel miccionó sobre ellos y no le fue fácil conservar su espacio en la BBC, pero una gran minoría silenciosa lo amó por ello. En esos dos escenarios habrá música experimental de todo tipo, desde la electrónica de Four Tet al neoexistencialismo elegante de Dry Cleaning, pasando por las estrofas confesionales de Phoebe Bridgers y el punk actual australiano y desatado de Amyl and the Sniffers. Sin olvidar a su compatriota Courtney Barnett y al ex líder de Pulp, Jarvis Cocker, que se escuda bajo el seudónimo de Jarv Is, él sabrá por qué.
También merece ser destacado que hay un escenario llamado Acoustic, donde habrá leyendas como el guitarrista Richard Thompson y la eximia cantautora estadounidense Laura Veirs, pero hay que dejar un espacio abierto para cantarle loas al escenario West Holst donde tiene lugar la mayor cornucopia de géneros y estilos; donde conviven los quemantes sonidos africanos de Seun Kuti & Egypt 80, y Angelique Kidjo con el neo jazz británico de Nubiyan Twist, y el rock indefinible y revolucionario de Black Midi, y queda aún lugar para el virtuosismo de Snarky Puppy y Caribou.
Pasaron 52 años desde que el granjero Michael Eavis tuvo la epifanía de organizar un festival de rock que fuera, a la vez, un encuentro de almas gemelas, una unión de gente con mentalidad de cambio, usando el arte y más específicamente la música como plataforma. Y allí es donde vale la pena señalar ese otro aspecto de Glastonbury: la conciencia planetaria, no solo por la presencia conspicua de organizaciones de defensa del medio ambiente como Greenpeace, Oxfam y demás, sino por la propia intención del festival de que la gente se lleve a casa algo más que música. Por eso los predios temáticos, donde se exhiben –a veces con un tono ciertamente dramático- los peligros y contradicciones que asolan a nuestro planeta; pero también los Green Fields, esos campos verdes poblados por artesanos, filósofos y terapias de todo tipo, destinadas a reacondicionar a las almas peregrinas que necesitan un empujoncito existencial. Por eso la presencia, además, de otras ramas del arte y el entretenimiento: teatro, circo, cine, pantomima, comediantes stand-up…
Y antes de todo eso está la “previa” Glastonburiana. Porque el festival en sí dura tres días: el viernes, sábado y domingo que siguen al equinoccio boreal de verano, comienzo del invierno en la Argentina. De esos tres días es de lo que se hablará en otra nota, más adelante. Quién tocó qué cosa y cómo. Pero antes está el jueves. Esa noche en que los principales escenarios del festival aún están cerrados y la gente madrugadora se concentra en los campos temáticos, en el lado sur de la Worthy Farm, a una hora y media al oeste de Londres, y arranca una fiesta pagana que incluye hermosos sonidos, quizá no tan conocidos pero igualmente seductores y abrasadores. Sonidos latinos, africanos, asiáticos, occidentales. Rock, ragas, merengues, salsa… Mucho baile y muchas caras alegres y cuerpos que se soltaron, en una palabra, que volvieron al Jardín. Noche de danza y romance, noche de liberación.
Sucede que Glastonbury, incluso en la previa, es una experiencia única.