Un día, a mediados del siglo pasado, en Nueva York, el músico Andrés D´Aquila vio en un local a la calle que se vendía una pieza de madera por 20 dólares. Era un gaucho con una guitarra y se notaba que estaba chamuscado por el contacto con el fuego. Un cartelito indicaba: “Perteneció a un cantor argentino de tangos”. D´Aquila reconoció la firma tallada del autor, un apellido que conocía bien. Quiso comprar el muñeco, pero no tenía dinero suficiente y se comprometió a pasar al día siguiente. Sin embargo, el vendedor no se lo reservó y, cuando regresó, ya lo había vendido. El muñeco había sido tallado a pocas cuadras de ese local neoyorquino y había regresado de manera inexplicable a la Gran Manzana tras ser recuperado entre las pertenencias que llevaba Carlos Gardel al momento de su muerte. Más aún: D´Aquila era vecino del hombre que lo había tallado y fue el primer profesor de música de su hijo, quien le entregó el gaucho de madera al cantor.
Tragedia en Medellín
El 24 de junio de 1935, Gardel pereció en fatal accidente de Medellín. Tenía 44 años y estaba a bordo de un F-31 de la compañía Servicio Aéreo Colombiano. De gira por América, el Zorzal Criollo y sus acompañantes esperaban que la nave iniciara su despegue rumbo a Cali.
Pasadas las cuatro de la tarde, el avión del SACO, intentó despegar y embistió a otro de la Sociedad Colombo-Alemana de Transportes Aéreos, que esperaba para salir a pista. La tragedia causó 17 muertos. Con Gardel murieron su letrista Alfredo Le Pera, los guitarristas Ángel Riverol y Guillermo Barbieri (padre de Alfredo y abuelo de Carmen), así como José Corpas Moreno, que oficiaba como técnico de sonido, y el agente de prensa, Alfredo Azzaff. Los únicos sobrevivientes de la troupe de Gardel fueron su secretario, José Plaja, y el guitarrista José María Aguilar.
Ambos vivieron para contarla y ser la memoria viva de Gardel, convertido en leyenda, al precio de un calvario personal. Las quemaduras desfiguraron el rostro del catalán Plaja y le destrozaron las manos. También sufrió graves lesiones en las piernas. Pasó cinco años hospitalizado. Murió en 1982, a los 82 años.
Aguilar, que era uruguayo, también quedó desfigurado por las llamas. Además, perdió la vista. Gardel lo había apodado “Indio”. La muerte que evitó en el desastre de Medellín lo sorprendió en 1951, cuando lo atropelló un auto. Se recuperaba de la fractura de una pierna cuando un edema pulmonar acabó con su vida, a los 60 años. Había pasado los años previos trabajando en Yo acompañe a Carlos Gardel, un libro que quedó inédito.
Un tercer sobreviviente del avión que llevaba a Gardel fue el aeromozo Grant Flynn, que escapó casi sin heridas y llegó a relatar que sintió un fuertísimo impacto y que casi no hubo tiempo para reaccionar. Como estaba parado, tuvo unos segundos de ventaja que los otros no tuvieron. Apenas habló en las horas posteriores a la tragedia y se cree que la compañía aérea lo habría llamado a silencio para evitar mayores complicaciones.
La polémica posterior al accidente
La polémica no tardeó en instalarse por la magnitud del accidente y por el nombre emblemático que murió en Medellín. Las dos empresas aéreas se responsabilizaron mutuamente por lo ocurrido. La Justicia atribuyó el siniestro a la topografía de la pista y al viento. Siempre quedó la duda de su, además, el avión en que murió Gardel llevaba sobrepeso.
Por si faltara algo, se sumó el morbo respecto de cómo murió Gardel. Aguilar recordaría que el Mudo viajaba en los asientos delanteros y que él gritó su nombre, sin respuesta, apenas se produjo la colisión, lo cual lo hizo suponer una muerte instantánea. Lo encontraron boca abajo, entre los motores del avión. Llevaba las partituras originales de “Cuesta abajo”. En la autopsia, los médicos colombianos encontraron una bala junto a un pulmón y eso desató la hipótesis de un tiroteo dentro del avión.
Nada más lejos de la realidad. Gardel había recibido el balazo el 10 de diciembre de 1915, mientras festejaba su cumpleaños en el Palais de Glace. En un incidente poco claro, un hombre llamado Roberto Guevara le disparó en el pecho. Gardel, que cumplía 25 años, volvió a nacer. La bala no tocó el corazón y los médicos que lo atendieron en el Hospital Ramos Mejía consideraron que no era aconsejable extraer el proyectil. De allí la sospecha infundada de los forenses de Medellín.
Armando Defino, apoderado del cantor, inició los trámites de repatriación. Los restos de Gardel recién llegaron a Buenos Aires en febrero de 1936. El funeral fue multitudinario. Y dejo la imagen de la manipulación mediática: el vespertino Crítica, de Natalio Botana, comenzó a fogonear la figura mitificada de Gardel. El diario más vendido de su época ayudó a la canonización póstuma de Gardel, poco menos llevando la cuenta regresiva hasta la llegada de los restos. En rigor, Botana jugaba para el gobierno fraudulento de Agustín P. Justo y la fiebre por Gardel permitía desviar la atención del debate sobre los frigoríficos ingleses, cuyo capítulo más dramático se vivió con el asesinato de Enzo Bordabehere, senador electo por Santa Fe, en el recinto de la Cámara Alta. El crimen ocurrió el 23 de julio de 1935, un mes después del desastre de Medellín.
Gardel y Piazzolla
Un año antes de su trágico fin, Gardel había llegado a Nueva York, donde filmó la película El día que me quieras. Enterado de su presencia, un peluquero argentino que se había instalado allí con su mujer y su hijo, talló un gaucho de madera para regalárselo al cantor. Se lo dio a su hijo de 13 años para que se lo entregara. Al llegar temprano a la dirección que le dieron, el chico se cruzó con Alberto Castellanos, el arreglador que acompañaba a Gardel. Se había dejado las llaves del departamento y, al ver que el chico hablaba castellano, le pidió que subiera por la escalera de incendios y despertara a Gardel. El joven entró a la habitación y despertó a Alfredo Le Pera, quien, refunfuñando, le señaló dónde dormía el destinatario del muñeco. Así fue como Gardel conoció a Astor Piazzolla.
Compartieron el desayuno y el cantor conoció a los padres del futuro compositor. El pequeño Astor hizo un cameo como canillita en El día que me quieras, junto a Gardel y Tito Lusiardo. Gardel lo escuchó al bandoneón. “Tocás muy bien, pibe, pero el tango lo sentís como un gallego”, le dijo. Así y todo, se quiso llevar al pequeño Piazzolla de gira. Los padres no veían eso con buenos ojos y el sindicato de músicos dio el no definitivo. Sin saberlo, el mayor compositor argentino del siglo XX salvó su vida.
“Parece mentira cómo esa talla salió de Nueva York, llegó hasta Medellín, alguien la levantó de entre los restos del avión, y volvió casi hasta el mismo lugar donde había tomado forma en las manos de mi padre”, le contaría décadas más tarde Piazzolla a su biógrafo Natalio Gorín sobre el muñeco después de la tragedia encontró quien le enseñó a tocar el bandoneón. “Por eso mismo, por el enorme valor espiritual que tiene para mí, nunca perdí las esperanzas de encontrarla, que alguien la tenga y un día me llame”. No pudo ser.