Desde Londres
Boris Johnson dijo que no renunciará tras las dos contundentes derrotas electorales que sufrieron los conservadores el jueves por la noche. En declaraciones a una radio en Ruanda, donde el primer ministro se encuentra de visita oficial, achacó las derrotas al aumento en el costo de la vida y al típico mensaje electoral de medio término, es decir, a nada que estuviera vinculado al Partygate o su figura. “Obtuvimos un mandato histórico hace dos años y medio y pensamos cumplirlo”, dijo Johnson con ese tono desafiante que parece acompañarlo a todas partes.
A diferencia de Johnson, el presidente del Partido Conservador, Oliver Dowden, renunció a su cargo apenas conocidos los resultados. “Estas dos elecciones son las últimos de una cadena de pésimos resultados. No podemos continuar como si nada estuviera pasando. Alguien tiene que hacerse responsable. En estas circunstancias he concluido que no es apropiado que permanezca en mi puesto”, le escribió en su carta de renuncia a Johnson.
La renuncia de Dowden puede interpretarse como un salvavida a Johnson (se inmola para salvar a su líder), como un intento de mostrarle el camino (si él se va, lo mismo debe hacer el máximo responsable de la política conservadora y gubernamental) o como una salida digna antes de que lo echen. Sobre lo que no cabe duda es acerca del impacto sísmico de estos resultados en el mapa político británico.
La caída del muro azul
Con la excepción de Londres, el sur de Inglaterra es un bastión conservador, el llamado “muro azul”, por el color distintivo de los conservadores. En esta zona, el laborismo o la izquierda constituyen votos testimoniales o, en el mejor de los casos, tácticos, sin chances de lograr representación parlamentaria. Los rivales de los tories son los liberal demócratas a quienes los conservadores derrotan normalmente en la mayoría de las circunscripciones.
La elección en la localidad rural de Tiverton and Honiton en Devon muestra que las cosas están cambiando. En diciembre de 2019 los conservadores obtuvieron una mayoría de más de 24 mil votos. En abril el diputado Neil Parish debió renunciar a su escaño por haber mirado porno en una sesión parlamentaria.
Con ese escándalo de fondo, en las encuestas previas se hablaba de un resultado peleado. En la práctica, un 30% de los votantes que se habían inclinado por los conservadores en 2019, viraron a los liberal demócratas que sacaron una cómoda ventaja de más de seis mil votos. A la victoria contribuyeron con su voto táctico los laboristas y el Partido Verde, pero más decisivo aún fue el escándalo de la renuncia, el Partygate y el costo de la vida.
El regreso del muro rojo
Si el resultado en Tiverton and Honiton demostró que el afluente sur inglés no parece ya territorio garantizado para los conservadores, el empobrecido norte, que los tories habían conquistado en las últimas elecciones terminando con el histórico dominio laborista en la región, dio en la noche del jueves una clara señal de volver al redil.
La localidad de Wakefield, en el norte del país, es uno de los 42 escaños del muro rojo que viraron a los conservadores dándole la aplastante mayoría parlamentaria que Johnson conquistó en diciembre de 2019. Dos años y medio de desgobierno parecen haber terminado con la ilusión Tory de construir una hegemonía nacional impregnable.
En mayo el conservador Imran Ahmad Khan renunció a su escaño luego de que lo hallaran culpable de abuso sexual de un menor. El paralelo sexual-político del honorable diputado de Wakefield con el honorable diputado de Tiverton and Honiton contribuyó a intensificar la percepción de decadencia política que domina al país desde que hace más de seis meses comenzó el escándalo del Partygate, las fiestas en 10 Downing Street en tiempos de pandemia.
Con este torbellino de fondo, no sorprendió que en este reducto históricamente laborista, se diera vuelta la tortilla. El partido de Keir Starmer obtuvo el 48 % de los votos contra el 30% de los conservadores: en 2019, la proporción había sido a la inversa, 47,3 para los tories, 39,8 para el partido que encabezaba entonces Jeremy Corbyn.
Disparen contra Johnson
La oposición aprovechó esta doble bomba electoral para alentar a los diputados conservadores a deshacerse de Johnson. El diputado electo por Tiverton and Honiton, el liberal demócrata Richard Foord, dijo que muchos conservadores estaban hartos del primer ministro. “Si no hacen nada para restaurar la decencia y el respeto a los valores, van a sufrir derrotas iguales a esta. Ustedes saben en sus corazones que el líder que tienen no es la persona adecuada para liderar a este gran país”.
Eufórico con su primer paso para la recuperación del muro rojo, el líder laborista Keir Starmer también apuntó a la feroz interna que hay en el partido Conservador. “Los conservadores se están desmoronando. En Wakefield la gente dio un voto de no confianza en este gobierno”, dijo Starmer.
El mensaje por elevación era a los diputados conservadores que a principios de este mes votaron para decidir la continuidad o destitución del primer ministro. La victoria de Johnson fue pírrica. Un 41% de los diputados se pronunciaron a favor de su destitución: insuficiente para conseguir el 50% más uno necesario para destituirlo, pero holgado para desestabilizar aún más al gobierno.
Según las reglas internas del Partido Conservador hay que esperar otros 12 meses para que los parlamentarios conservadores puedan convocar a un nuevo voto de confianza en el primer ministro. Pero las reglas pueden modificarse. La plana mayor del grupo 1922, que representa a los diputados conservadores, está a favor de la remoción de Johnson y tiene la potestad de cambiar las reglas internas.
El 59% de diputados que votó a favor del primer ministro tendrá que lidiar con el fantasma de estas contundentes derrotas electorales, reflejo de lo que les puede suceder si el gobierno sigue a los tumbos. El dilema será agudo para los 41 diputados que le quedan a los conservadores en el muro rojo: con Johnson a la cabeza sus chances de reelección son prácticamente nulas. Este doble golpe a la autoridad del primer ministro vuelve a acelerar los tiempos de la política británica y a mostrarle a Johnson la puerta de salida de 10 Downing Street.