Entre los pósters de Wu-Tang Clan, Bruce Lee y los flyers de fechas y eventos de hip-hop de los últimos quince años que cuelgan de las paredes del estudio, aparece en un lugar destacado su primer álbum –Viviendo el Sueño (2013)– enmarcado con dedicación artesanal a la manera de uno de esos discos de oro con que la industria solía celebrar a los músicos cuando todavía se conseguían discos de oro. “Lo hizo mi vieja”, cuenta con una sonrisa Sudaca, y enseguida agrega que les está preparando otro. Productor posicionado desde hace tiempo entre los más innovadores de la escena hip-hop local, Sudaca es la mitad beatmaker de Kraneando Actividad, dúo que se completa con el lúcido rapper aNtuzapien, oriundo de San Martín de Los Andes. Y el próximo regalo maternal será sobre El secreto que hay que saber, el segundo trabajo de un dúo que, desde sus comienzos en 2010, se propuso revisitar la escuela clásica y la avanzada del hip-hop con referencias musicales de nuestra cultura y otras ajenas al género, todo entre rimas que cruzan temáticas sociales con visiones personales y arengas callejeras. 

Ya en su primer simple, “¿Sabés qué vi?”, un canto tribal daba lugar a vientos free jazz que se extendían entre beats aletargados y letras que apuntaban a la manipulación promovida por los medios masivos: “Conocen la repercusión a la perfección/ su manejo de la información es la amenaza más latente”, avisaba Antu en el tema que daba a conocer a la banda. El disco debut que recién llegó tres años mas tarde mantendría esa línea con arreglos experimentales por momentos cercanos al trip-hop y letras a la vez críticas y de viaje personal. 

El tono musical de El secreto que hay que saber es más celebratorio y repleto de variedad: un tema puede arrancar con una arenga furiosa de Caruso Lombardi (“4-3-1-2”) mientras que otro transcurre a lo largo de un tono soulero hipnótico y un beat atrapante (“Qué pasa waso”) o sino un groove con arreglos mezcla de big band y free jazz (“Bastante picante”), todo con invitados que reflejan el buen momento del rap local: Indio Javi, Urbanse, el trío Fémina o Carballo, entre otros. Las letras, por su parte, mantienen su foco introspectivo sin dejar de lado el tono crítico en su mirada social: “Un pueblo chico me enseñó que el hambre/ es garantía vigía de los más grandes”, suelta Antu en uno de los puntos altos del disco, “Conocemos el terreno”, track de arreglos con instrumentación oriental inspirado en El Arte de la Guerra de Sun Tzu. 

Sudaca Beatmaker y aNtuzapien MC comenzaron a meterse en el hip-hop durante su adolescencia a mediados y fines de los ‘90. Antu, descendiente de mapuches, se enganchó por el lado del baile en su San Martín natal, cuando a los doce años vio a un compañero en el patio del colegio y sintió que ahí había algo nuevo: “El loco tenía un tremendo estilo”, recuerda. “En un pueblo chico de dos mil habitantes, un pibe de mi edad, con todo ese look de pantalones anchos tirando pasos de hip-hop era algo de verdad muy diferente”. Sudaca nació y creció en Ezeiza y comenzó en su casa primero rapeando y luego, para acompañar, sampleando en loops minimalistas los discos de Yupanqui, Larralde y Zitarrosa que se escuchaban en su casa. “Era cortar fragmentos, hacer loops y armar algo con eso”, recuerda. “Incluso en el primer disco hay un simple de Mercedes Sosa, ese tipo de referencias siempre están en nuestra música”. 

Hoy todo cambió y la influencia del género creció de manera sorprendente: es mucho más común que en aquel entonces ver chicas y chicos que desde los primeros años de la adolescencia se dedican con talento a alguna variedad de la cultura hip-hop, ya sea dejando su huella en las paredes con graffitis, tirando pasos imposibles al estilo de los breakdancers, creando beats y efectos con su voz siguiendo el arte de los beatboxers o rapeando en batallas de freestylers a la manera de payadores modernos poseídos por el ritmo. Es justamente esta última disciplina la que pegó de manera más fuerte, al punto de que la décima Batalla de los Gallos promovida por una bebida energizante convocó el año pasado en Tecnópolis a 8.000 jóvenes de todo el país y fue seguida por medio millón vía streaming.

“Lo que está pasando con el freestyle es un fenómeno que ya excedió al hip hop y a la canción de rap”, afirma Antu. “A un movimiento lo hace el público, y este es un público al que en un 98% sólo le interesan las batallas freestyle. En muchos casos ni deben escuchar rap, el movimiento creció tanto que tomó su camino propio. Por un lado me parece positivo, pero en lo personal prefiero hacer canciones, grabarlas, meterme en la composición, la elección de los samples. Tengo 32 y desde hace quince años que estoy intentando rapear en serio. El freestyle está buenísimo, es una herramienta, te ayuda a fluir, la utilizo para componer temas y mantenerme afilado en cuanto a la técnica. Pero no lo consumo ni comparto lo que mediáticamente pasa con todo eso”. Sudaca subraya que hay una diferencia entre el freestyle y la batalla del freestyle. “El freestyle es una disciplina dentro de la cultura hip-hop, pero lo que atrae más chicos son las batallas entre dos o tres, todo ese morbo, y no el freestyle en sí. Es algo más marketinero que otra cosa”.

¿Y cómo está en la actualidad la escena local del hip-hop? “Por momentos parece que va a arrancar y por momentos está planchado, pero hay mucha más gente haciendo rap de forma más seria”, asegura Sudaca, y pone como ejemplo al disco de Orion XL, o a Carballo, de Córdoba. “Tiene cinco discos, todos de muy buen nivel”. Y la lista sigue: La Conección Real, Urbanse, el Malajunta, las Fémina, Asterisco o Alcantarilla 28, que son de Trelew pero ya se han instalado por acá. “Lo bueno es que cada vez hay más”, insiste Sudaca. “Creo que pasó a raíz de que los que quedaron de la generación anterior se relajaron un poco, se enfocaron en hacer mejor sus cosas, en encontrarse más en sí mismos, y ahí surgió el tema de la diversidad. Más allá de si los estilos son o no los que más nos gustan, es innegable que hay cosas muy bien hechas, gente que encontró algo: creo que ese es el mejor punto de partida para que la escena se termine de consolidar”.