Miserables
En simultáneo con informaciones que dan cuenta de 47% de niñas, niños y adolescentes que concurren a alimentarse en comedores comunitarios, cuando hasta organismos como UNICEF dan cuenta de que el número de infantes que padecen la pobreza es de 6.000.000. En estas circunstancias los legisladores aumentaron sus dietas en un 100%.
Estas son pruebas más que irrefutables de cómo funciona el sistema en que nos toca vivir, el capitalismo.
En efecto, miles y decenas de miles a la búsqueda de alimento y entre tanto se sabe que aumentó la venta y patentamiento de vehículos de alta gama. La precarización, laboral, la flexibilización y la polifuncionalidad impuesta por las patronales es posible gracias a la acechanza del desempleo.
Todo con la anuencia objetiva de las elites políticas del más variado color, claramente funcionales al régimen dominante.
Es tal el grado de impunidad del que gozan que hasta el gobierno de la principal ciudad del país se permite el sarcasmo de "invitar" mediante afiches exhibidos en la vía pública a las personas en situación de calle a comunicarse con el Estado municipal metropolitano a través de telefonía móvil. Estas maniobras en están al borde de la perversión institucionalizada.
El escritor francés Víctor Hugo nos legó su incomparable novela Los miserables, en la misma mostraba el contraste entre la obscena opulencia de los poderosos encumbrados y el dramático derrotero, la cotidiana tragedia de los carentes de todo, los desposeídos de todas las cosas hasta de hacerse con un pan.
Este sistema, económico, social, político y cultural es inevitablemente excluyente, se fundamenta en la desigualdad y la persistencia de las injusticias sociales. No hay casualidades sino causalidades. Si todo esto subsiste es por un generalizado consenso por apatía que transforma en cómplices a las víctimas.
Esta indiferencia plasmada en un cerril egoísmo es el lubricante que mantiene firmes y aceitados los mecanismos del oprobio.
Carlos A. Solero
Miembro de la APDH‑Rosario