“Somos muchos los que mezclamos raíces. Pero al final, el jazz nos recibe”, dice Roxana Amed en un momento de la charla y enseguida hace una pausa. Como si de pronto sintiera la fatiga tener que moverse en el cenagoso terreno de las palabras aplicadas a la música; ahí donde decir “latin Jazz” o “fusión”, por ejemplo, es apelar a términos erosionados por el uso, palabras que el sentido común ha retorcido cuantas veces hizo falta para forzar la coincidencia con el mundo en perpetuo movimiento. La charla había comenzado por Ontology --un disco que desde el año pasado navega por las plataformas, editado por Sony Music US Latin, y recientemente tiene su edición De luxe, con algunos agregados--, acaso la manera más directa que encuentra para hablar de este tiempo y de sí misma.
Jazz, rock, folklore; inglés, castellano, scat; temas propios y versiones de Wayne Shorter, Alberto Ginastera, Miles Davis y “Cuchi” Leguizamón. Con la diversidad de esos materiales Amed articula un territorio complejo, en el que imaginar la pacífica convivencia sería tal vez abonar la teoría del aburrimiento. En este caso es más oportuno hablar de un fértil desorden, tensiones y hasta disputas. En Ontology, más que en otros discos de Amed, el sonido fluye atravesado por una melancolía vigorosa, como evocando un caos cuidadosamente ordenado por la experiencia personal. “Soy un cocoliche de estilos e influencias”, resume la cantante, compositora y productora. Y retoma la charla.
Amed asegura que Ontology es el producto de un período raro. Un tiempo que apresuradamente podría definir “de cambios y aprendizajes”, entre la práctica musical, el estudio y la docencia. Un Masters en jazz vocal en la Florida International University, donde ahora es docente --enseña también en el Dade College-- fue la manera de integrarse a ese ámbito nuevo. “Mucho tuvo que ver el desconcierto que me produjo llegar a un lugar como Miami, que a diferencia de Nueva York es más conservador, y buscar el modo de seguir haciendo música”, explica.
“Tenía que encontrar afinidades, armar una banda. En 2014 empecé a trabajar con Martín Bejerano, un pianista de raíces cubanas y mucha experiencia en el jazz --entre otros, integró el cuarteto del baterista Roy Haynes--. Cuando una trabaja en relación a su lenguaje, al idioma, moverse de lugar te da vueltas todo y eso me dio cierto anclaje y me permitió abordar una etapa de elucubraciones y preguntas en torno a quién soy ante este público”, reflexiona la cantante.
En inglés o en castellano
Bejerano en piano y Mark Small en saxo, también como compositores, son los soportes de la banda de Amed, que para el disco contó además con la participación de Edward Pérez en contrabajo, Ludwig Afonso y Rodolfo Zuniga en la batería y los guitarristas Tim Jago y Aaron Lebos, entre otros. Es la guitarra de Lebos la que diseña el clima penumbroso de “Tumblewwed”, con música de Small, el tema que abre una serie que enseguida cambia de frente con la más directa “Chacarera para la mano izquierda”, con música de Bejerano. En inglés o en castellano, es la voz de Amed, precisa en los acentos y de una sensualidad bien temperada, la que va ovillando las diferencias.
“Una de las cosas que caracteriza al jazz de este tiempo es la construcción de un sonido y eso para una cantante es fundamental. Más que complacer un estilo, mi voz, mi sonido, tienen que encontrar lugares comunes para las diferentes fuentes que me nutren”, comenta Amed. “Siempre me atrajo eso de que en la palabra se van depositando capas de sentido, por eso a menudo siento desasosiego porque en el idioma que no es nativo siempre hay algo que no llegamos a revelar. Aunque vivo de manera bilingüe y el inglés me resulta mucho más amigable para cantar, por el ritmo que marcan sus consonantes fuertes, sé que cuando digo ‘home’, por ejemplo, hay resonancias que no puedo recuperar. Por eso como cantante y como compositora necesito aferrarme a mi idioma, que es mi raíz. Necesito protegerme en mi propia historia. Puedo cantar bien en inglés con todas las inflexiones necesarias, pero cuando me escucho cantar al Cuchi o algo de rock argentino, siento que hay una patria en la lengua y en ciertos autores”, puntualiza.
Palabras propias
Amed escribió una letra en inglés para “Virgo” de Wayne Shorter, retomó la que Cassandra Wilson hizo para “Blue In Green” de Miles Davis y en uno de los momentos más audaces, además de mejor logrados del disco, se acerca al Ginastera de Danzas Argentinas: le pone palabras propias a la etérea melodía de “Danza de la moza donosa”, y aplica scat en la marea rítmica de “Danza del viejo boyero”. “Confieso que al principio no estaba del todo cómoda entre estas cosas de naturaleza distinta, pero lo tomé como una oportunidad para mostrar ante un público nuevo esto que soy, mi ontología, este cocoliche que te decía. Noté que a los músicos no les hacía el ruido que por ahí a mí me hacía como productora y me largué, nomás. Ahora lo escucho y me doy cuenta que los ríos convergen sin contradicciones”.
El tema que da nombre al disco, “Milonga de ausencia” y “Winter” cierran un trabajo que en su segunda edición se prolonga con la versión en inglés de “Amor”, antes grabada en castellano, y “Zamba para la viuda”, de Leguizamón, en la que Bejerano dilata la forma con un tan sucinto cuanto atractivo desarrollo central. “Tenía que cerrar esta visita ontológica con un compositor que, creo, junto a Spinetta, es de los que guardan una relación muy profunda con el jazz”, concluye Amed.