“No paro de agradecer, es una satisfacción enorme. Es un espectáculo que hice para darme un gusto personal, para celebrar tantos años de vocación. Venía de hacer nueve años y medio con Toc Toc, y como a todos los actores que tienen un éxito, imaginé que ahora me tocaba esperar, pero el éxito de El Equilibrista me arrolló, empezó de 0 a 100 muy rápido, como no le pasa habitualmente a los espectáculos. Empezaron a pedir que saliera de gira cuando llevaba tres meses en cartel en Buenos Aires y en un teatro de 180 personas. Ahora estoy en uno de mil, llenando los miércoles, que es el peor día de la semana”, comenta Mauricio Dayub a Rosario/12. No es para menos, El Equilibrista es el suceso que merece ser. Alcanzó ya sus 500 funciones, y hoy ofrece una más en Rosario, a las 20 en Teatro Fundación Astengo (Mitre 754).

-¿Cómo resultaron las visitas recientes a Madrid y Tel Aviv?

-Ya estoy preparándome para tratar de volver y hacer coincidir las fechas, se agotaron las localidades.

-Eso ya lo dice todo.

-Increíble. Imaginate, no me conocía nadie en ninguno de los dos lugares. Fuimos a salas chicas por ser cautos e imaginar lo posible, pero se dio lo increíble, lo que no se da nunca. Así que los productores locales me quieren llevan rápido, estamos viendo de ir en febrero.

-¿Cómo te llevás con Rosario?

-Rosario es una plaza muy particular, he llevado mis primeros trabajos yendo a las salas más chicas, y desde que puedo ir a salas más importantes nunca hice más de cuatro funciones, pero la que hago este fin de semana es la octava, o sea que a medida que he ido creciendo también lo ha hecho el público que me va a ver. Es toda una convivencia hermosa lo que está pasando.

-Intuyo que debe tener mucho que ver el tipo de historias y abordaje propuestos, vinculados a cuestiones personales, familiares, seguramente reconocibles por todo espectador.

-Cuando uno se propone hacer un espectáculo con historias o situaciones que no cotizan en el mercado, es difícil imaginar que la gente se vaya a volcar como se vuelca a El Equilibrista. Lo que hace el espectáculo es revalorizarnos por las cosas que valen de verdad, las que cada uno tiene. Para el mercado valemos de acuerdo al dinero que tenemos, al puesto que ocupamos, al barrio en el que vivimos, las marcas a las que podemos acceder, la altura, el peso, y un montón de cosas que no son importantes. Coincidir con el público con estas necesidades, con algo que parecía no importarle a nadie, es un premio todavía más disfrutable.

Según comenta Dayub, las voces que atraviesan a El Equilibrista vienen de lugares y personas conocidos, pero no necesariamente escuchados: “Hace años que intuía que mis tíos, mis padres, algunos profesores y gente anónima de mi barrio, tenían razón en su opinión, en lo que percibían sobre cómo estaba el mundo y la vida, pero era gente no escuchada. Con el tiempo comprobé que esa gente sabía lo que decía, que era verdad lo que sentían, y que hubiese sido mucho mejor que el mundo fuera para donde ellos decían. Ahora llegó el momento en el que me siento uno de ellos. Voy a ser muy esquemático en lo que te voy a decir, pero en vez de hacer una comedia francesa divertida o un espectáculo cualquiera para pasar el momento, hice un espectáculo profundo, para reflexionar, que te hace reír mucho pero te lleva a reflexionar mucho. Un espectáculo donde el público sale conmocionado. Eso le da la razón a quienes yo veía desde chico, que opinaban sobre lo que estaba pasando. Ahora, de algún modo, yo hice lo mismo. La felicidad que tengo es por la seguridad de haber confiado en los que nadie apostaba. Este espectáculo representa eso”.

En cuanto a la puesta en escena, El Equilibrista le permite a Dayub dar cuenta del “teatro que a mí me gusta; es por este tipo de teatro que hace cuarenta años me dedico a esto. Con César Brie, un director extraordinario, y todo el equipo, desechamos posibilidades más fáciles, ante la insistencia que yo tenía de mostrar la parte para hacer significar el todo, para que ese todo se lo imaginara el público. No quería que fuera mi familia la que veían, sino que vieran en mi familia a la suya. Un día, una espectadora colmó este deseo mío. Al final hay un momento donde sube a escena, como símbolos, lo que fue toda mi familia; y una señora me dice: ‘a cada uno de ellos le iba poniendo las caras de mi familia’. Ahí se dio lo que yo buscaba. Cada espectador ve un espectáculo distinto, en función de lo que siente”.

Parece que El Equilibrista ha corroborado certezas en Mauricio Dayub, y de igual manera con todo aquel que se acerca a la obra. De todos modos, hay algo curioso, que perturba al actor: “¿por qué nos acomodamos en la incomodidad? ¿Por qué nos dejamos convencer en lo que no estamos convencidos? ¿Por qué? Es increíble la fuerza que tiene lo que no nos lleva ni a ser felices, ni a vivir en una linda sociedad, ni a tener un hermoso país. Estamos complicados, pero insistimos en ir para ese mismo lugar”.

El Equilibrista, entonces, como un antídoto posible, que redirija las energías y haga audibles las sabias sentencias.