Era bastante esperable que ocurriera de este modo. ¿Cómo se presenta un disco que es una invitación a dejarlo todo en pausa para dedicarse, al menos por un rato, al disfrute más primitivo, aquel que nace de la definitiva conciencia de la degradación constante de nuestros cuerpos y de la finitud de nuestras vidas? Con una fiesta, por supuesto. Pero no una fiesta cualquiera. Lo que propone Babasónicos desde Trinchera, el disco que subieron al escenario por primera vez anoche en el Movistar Arena, es un manifiesto, una arenga, una puesta en movimiento de instintos adormecidos, una invitación al desenfreno narcótico de sus canciones. Mostrarlo en vivo no podía darse de otra manera: había que organizar una celebración apoteósica para festejar que estamos vivos. Al menos en ese momento. Ésa parece haber sido la premisa que rigió el armado de este espectáculo. Bailar hasta que llegue la muerte. O, mejor dicho, porque la muerte puede llegar en cualquier momento.
La elección de “Bye Bye” para abrir ¡y cerrar! el show fue una sugestiva manera de reventarle en la cara a todas las personas que asistieron a esa ceremonia de música y hedonismo que lo único que importa aquí y ahora es eso: hazme el amor hasta el amanecer y después, bye bye. La atmósfera de dancefloor se mantuvo en tensión durante todo el primer bloque de canciones. Las que no eran de Trinchera se acomodaron orgánicamente en la propuesta del comienzo: reproducir ese entorno de paredes transpiradas de boliche entre under y glam, adaptado a los tiempos que corren (“la contingencia”, señaló hace poco Adrián Dárgelos, en declaraciones a propósito del disco). “Labios de medusa melanco/ No sé cómo soy/ Ni quién quiero ser/ Ayúdame a ser como quieras”, cantó desde el extremo de una pasarela que lo depositaba en el centro del campo, secundado por Mariano Roger, Diego Tuñón, Diego “Panza” Castellanos, Carca, Tuta Torres y Diego Uma desde el escenario. “Los calientes” y “Putita”, a continuación, marcaron con más fuerza el rumbo de esta primera parte en la que la picardía y la sensualidad de las canciones se amplificaron en el contrapunto con una puesta imponente en su austeridad, impactante por su elegancia, por la contundencia de esos haces de luces que en un simple movimiento hacían que todo se volviera otra cosa.
“Flora y Fauno” tuvo el primero de los exabruptos de goce escénico de un Dárgelos bailando extático en el centro de un escenario a oscuras, iluminado únicamente por los reflectores que lo atravesaban paralelos al suelo. “Ingrediente”, “Mimos son mimos” y “Paradoja” dejaron el ambiente cargado de ese tufito fiestero y remolón. Durante todo este bloque, Babasónicos demostró (una vez más, y van…) cómo sus canciones se adaptan al planteo casi teatral, la manera en que esa narrativa ordena un repertorio con espíritu curatorial, que la misma preocupación acerca de una forma que defina un sonido de un momento específico de la banda aplica tanto a los discos como al armado de los shows.
“La lanza” y “Mentira nórdica” rompieron delicadamente la burbuja que se había formado y dejaron todo listo para “La pregunta”, ese notable ejercicio casi mántrico de elevación a través de la música. Con “Deléctrico”, las luces que hasta el momento habían sido blancas se volvieron de colores y, proyectadas sobre la ropa clara de los músicos, lo tiñeron todo de un tono psicodélico, donde los cuerpos y las luces se transformaron en escenografías vivas que se integraban con el sonido a ese todo que era la experiencia del espectáculo.
“Su ciervo”, en la versión balada de Repuesto de fe, con slide guitar a cargo de Carca, dio inicio a la sección western/chicana del show, de pulso más rockero, con la seguidilla “Pendejo”, “Cretino”, “Así se habla”, “Los desfachatados”, “Irresponsables” y “Sin mi diablo”, en un escenario enrojecido y prendido fuego. El contraste entre “Risa” ("Oh, la alegría llegó") y “Anubis” ("No va a empezar la muerte hoy/ a llevarse a mis amigos") desembocó en “Cómo eran las cosas”. El final, con “Carismático/ Yegua” y “La izquierda de la noche”, lo tuvo a Dárgelos nuevamente apostado en el centro del campo, al fondo de esa pasarela donde desfiló haciendo gala de todos los adjetivos que le fueron aplicados a través de sus treinta años al frente de la banda: arrogante, desfachatado, pendenciero, sexual.
“Es el momento de dármelo todo. Más. Más todavía”. Los brazos en alto, abrazando la inconmensurabilidad de ese aire viciado, húmedo, pegajoso. Pasaron casi dos horas. La banda ya hizo los bises, la fiesta se termina, el cantante quiere dilatar ese instante que es el punto de inflexión entre una noche cualquiera y una noche inolvidable. El público grita, ruge, responde. Ellas y ellos también saben que el final está ahí, al acecho. Extienden el momento, lo estiran, lo vuelven elástico hasta casi romperlo. Y entonces empieza. Otra vez. Hazme el amor hasta el amanecer y después bye bye.