Daniel Dalmaroni trabaja de escritor. Y eso no quiere decir solamente que escriba, como puede hacer cualquiera, sino que además se encarga sistemáticamente de que con su escritura “pasen cosas”. Su fuerte –o su debilidad, vaya paradoja– es la escritura dramática, de modo que esa frase que utiliza para explicar por qué es necesario que todos los días se siente frente a una computadora de 9 a 13 resume varias tareas propias de quien escribe teatro, más allá de la escritura misma, tales como seleccionar obras que integren una antología teatral o atender a todos los pedidos de elencos que piden versionarlo, entre otras cosas. Debe ser bastante constante, porque Eudeba está a punto de publicar su Teatro reunido y en el mundo hay obras suyas con más de 90 versiones. Además tiene varias obras en cartel, claro.
En su quizá obra más célebre, El secuestro de Isabelita, un grupo de militantes extremadamente armados (tanto que fueron echados de Montoneros por militaristas) intenta secuestrar a Isabel Perón, pero se equivocan y capturan a Isabel Pavón, una empleada de maestranza de la Quinta de Olivos que estaba en el cuarto de la presidenta probándose su ropa. Esa obra, al que la periodista Ana Durán definió como una “versión Bombita Rodríguez de la militancia de los 70” sintetiza dos de las grandes líneas del autor: la de trabajar sobre la historia argentina reciente, y la de hacerlo con un humor muy corrosivo. Es más: la mencionada es una de las primeras obras teatrales que apela al humor negro para revisar el papel de las organizaciones armadas en la Argentina.
Si bien Dalmaroni dice que su teatro “no es político” (no pasará mucho hasta que se corrija y diga, sin emnargo, que no es “solamente político”), esas características están presentes de alguna u otra forma en todo su trabajo, incluyendo las obras que tiene actualmente en cartel: Vacas sagradas, Mosquitas muertas y Gángster, la última en estrenarse. A la primera él mismo la definió alguna vez como un “feroz espejo oscuro de los argentinos”, ya que su protagonista es un discriminador furioso, de los peores que se hayan visto. La segunda investiga sobre la relación entre la enfermedad, la vida y la muerte y los vínculos personales, también en clave de humor negro, como la anterior. Gángster, por su parte, es un policial ubicado temporalmente en los años `60, en el contexto de la Guerra Fría, y pone en primer plano a una familia de Barracas cuyos miembros comienzan a darse cuenta de que no son lo que creían que eran.
“Yo pienso que uno escribe sobre imágenes muy personales. Una vez un amigo me dijo que quería escribir sobre la justicia social y me pidió ayuda para saber cómo hacerlo. Le dije que no tenía una receta mejor que aconsejarle que escribiera sobre imágenes que él pensara, y que probablemente cuando terminara de escribir el resultado sería una obra sobre la justicia social. Su reacción fue buena: me preguntó qué pasaba si cuando terminaba de escribir salía una obra fascista. Le dije ‘tengo una mala noticia para vos: sos fascista’”, reflexiona el autor, que últimamente se enfoca en la escritura y no dirige sus piezas, salvo alguna excepción.
–Muchos de los personajes principales de sus obras son oscuros, desagradables, discriminadores, mafiosos. ¿No le interesa que el público genere empatía con los personajes? Porque parece difícil encontrar buenos valores.
–¿Cuáles serían los buenos valores, o los valores de los buenos? Yo creo que hay empatía, más allá de todo. En Gángster, por ejemplo, el marido no es la mafia en el sentido tradicional sino un mafioso de Barracas. Muchas de sus características son reconocibles en los espectadores, que por eso mismo no se sienten tan lejanos. Con el discriminador de Vacas Sagradas, por otro lado, hay algunas frases que dice que el público las reconoce en sus propias palabras. Te encontrás con gente que dice “y sí, bueno, es verdad, yo alguna vez también dije eso”. Ese es el ejercicio interesante de poner a estos personajes en escena.
–En varias de sus obras habla de la historia argentina, desde episodios como la batalla de la Vuelta de Obligado (en la genial Obligados a dar la vuelta), hasta los que revisan los años 60 o 70 del siglo pasado. ¿Por qué no habla tanto del presente?
–Es que eso es hablar del presente. Yo soy peronista desde chiquito y me interesa mucho la política. Me encuentro siempre en conversaciones tratando de buscarle una explicación a problemas ideológicos. Eso que le recomendé a mi amigo sobre la justicia social es lo que me pasa a mí, y para mí ese es el secreto, abonar el imaginario de uno en el sentido botánico de la palabra: ponerle abono. Si el imaginario es frondoso será necesario menos trabajo; si es pobre, un poco más. Ese es mi imaginario y de él salen las obras.
–¿Cómo abona, entonces, ese imaginario?
–Con lecturas, cine, pintura, música. En mi caso la pintura es muy importante, tanto que diría que me gusta más la pintura que la música. De hecho, cuando le pasé el texto de Gángster a su director, Sebastián Bauzá, le pasé un libro de (Edward) Hopper (pintor estadounidense) diciéndole que me parecía que le podía servir.
–¿Suele colaborar o aconsejar a los directores que montan sus piezas, como en este caso?
–A veces hago ese tipo de cosas, como darles algún libro, otras mi aporte es desde las acotaciones, aunque a veces también me lo cuestiono. Pienso que los directores deben pensar que encima de tener que bancarse respetar el texto también tienen que leer las acotaciones del autor. Por eso generalmente trato de no abusar. De todos modos no siempre uno busca que las acotaciones se respeten del todo. Hay una de Tennesse Williams que dice “una bandada de palomas pasa por la ventana.”. Se me ocurre que el tipo no pretendía que eso suceda sino que lo que buscaba era inducir un determinado clima en escena. Y está bien, porque uno no tiene la versión revelada de cómo debe ser su obra. A tal punto que para mí si uno hace su propia obra no es más que otra versión de esa obra.
–Si su obra no es solamente política, como dice, entonces ¿qué más es?
–Hay mucha gente que dice que mis obras transitan un grotesco moderno, que es una posible característica para definirla. También me han dicho que soy quien más sigue el ideario dramatúrgico de Copi. Algo de eso veo, aunque hay un problema: ¡Copi era un terrible gorila, y yo no lo soy!
* Mosquitas muertas se ve los sábados a las 21 en NUN Teatro Bar, Ramírez de Velasco 419.
* Vacas sagradas va los viernes a las 22.15 en El Tinglado Teatro, Mario Bravo 948.
* Gángster tiene funciones los sábados a las 22 en el Teatro del Pueblo, Av. Pres. Roque Sáenz Peña 943.