Honestamente hablando, querides lectores, estoy un poco cansado de que me crean una mojarrita. Quiero aclarar, por si fuera necesario, que no me autopercibo mojarrita y que no quiero que se me trate como tal.
Y lo tengo que aclarar porque, con las mejores o peores intenciones, todos los días me encuentro con “carnadas” esperando que piquemos (no sólo yo) y así, mientras nos debatimos por librarnos de la caña o de la red, los tiburones siguen apoderándose de las aguas en complicidad con los más poderosos pescadores.
Para salir un momento del terreno de la metáfora (ya volvemos, tranquiles, ya volvemos), no me diga usted, lectore queride, que no se encuentra caaada día con alguna carnadita de estas, algún tema “lanzado a las aguas” para que discutamos con fervor, ardor y sabor y lleguemos a alguna conclusión... que siempre será inútil, porque el problema no estaba allí.
El famoso “divide y reinarás” o “divide y volvemos en el 2023 adonde nunca deberíamos haber estado” parece ser el lema de la oposición precámbrica. Ni siquiera hace falta que el Presidente, la vice o cualquier funcionario cometa un error (y no estoy diciendo que no los hayan cometido) para que estos pescadores rabiosos se agarren de una frase, una palabra o una letra para sembrar la duda. ¡Ojalá fuera la duda! El problema es que quieren sembrar la certeza disfrazándola de duda.
Y aunque Jacques Lacan haya dicho que “toda certeza es delirante”, convengamos en que la mayoría de la población no es lacaniana y sigue esperando “la revelación”.
Y mientras la verdad absoluta no llega ni llegará nunca, se agarran de ciertas relatividades, que, mezcladas con una buena dosis de ignorancia, un tanto de odio, un toque de egoísmo y unas gotas de esencia de pelotuditis, producen eso que algunos venden como “estadística”; otros, como “causa”; otres, como “explicación”; y más de uno como “el verdadero motivo de”. Pero, te lo vendan con el nombre con que te lo vendan, se llama “prejuicio”.
Si nos pusiéramos un prejuiciómetro donde correspondiese (se me ocurren varios lugares del cuerpo, pero mencionarlos afectaría el buen gusto que caracteriza a esta columna), seguramente nos daría más bajo o más alto, pero, en ningún caso, “cero”.
Es que hay tantos y tan variados prejuicios. Y, en tanto prejuicios, son todos falsos. Tan falsos como cualquier otra generalización que luego sea tomada como “regla” gracias a las estadísticas. Y si uno demuestra que esa regla no se cumple, te dicen: “Sos la excepción que confirma la regla”. Perdón, pero hace rato que no escuchaba una explicación más estúpida, científicamente hablando: las excepciones no son excepciones, sino la demostración de que la regla no es tal. Las excepciones relativizan las reglas, ¡no las confirman, sino que demuestran que no se cumplen siempre! Y aclaro, y declaro: ¡no me autopercibo excepción, así que no me traten como tal!
Hablando de reglas, o prejuicios, quiero hacer notar algunos que, por supuesto, suelen ser aceptados si los tiene uno; o rechazados, incluso denunciados si los tiene otra persona (y, sobre todo, si los ejerce sobre uno).
Veamos, entonces, algunas mentiras de las más aceptadas y más renombradas en la población:
• Los chinos son todos iguales
• Los alemanes son todos nazis
• Los musulmanes son todos terroristas
• Los banqueros son todos judíos
• Los rusos son todos malos
• Los argentinos detestan trabajar
• Los europeos son todos mejores que nosotros
• Los izquierdistas son todos intelectuales
• Los varones son todos violentos
• Las mujeres, si tienen deseo sexual, son putas, y si no lo tienen (con uno), son frígidas o histéricas
• Todos los varones son fuertes y todas las mujeres son débiles
• Los italianos son todos mafiosos
• Los ingleses son todos fríos
• Los sindicalistas son todos corruptos
• Los judíos son todos comunistas (incluidos los banqueros)
• Los “no peronistas” son todos gorilas
• Los psicoanalistas solo hablan “en difícil”
• Los abogados solo piensan en dinero
• Los pobres no llegan a la universidad
• Los musulmanes son fundamentalistas
• Los yankis son todos millonarios
• Los matemáticos están “en la nube de pedos”
• Los que reclaman ayuda social son vagos
• El tipo de deseo sexual determina “el ser, la identidad” de cada une
• Los mapuches son todos conspiradores
• Los árabes son todos antisemitas
• Los judíos son todos israelíes (o sea, ciudadanos de Israel)
• Les que hablan con “e” son todes tontites
• Los que no hablan con la “e” son todos machirulos
• Los “de algún país o etnia que no es la mía” huelen feo
• Los humoristas… ¡Uy, no, esa mejor no la digo!
Lector, lectora: son todas mentiras, falacias, generalizaciones al solo efecto de que nos odiemos entre nosotros. Por eso, agrego uno más a la lista, pero este es un prejuicio en el que creo yo:
• Los prejuicios son todos excusas de les poderoses para seguir siéndolo.
Sugiero acompañar esta columna con el video “Pelotuditis” de RS Positivo (Rudy-Sanz):