Hubo un día de Reyes, en Jujuy, hace unos años, en el que entendí cómo y por qué Milagro estaba al frente de la Tupac Amaru. Habíamos estado siguiéndolos a ellos desde muy temprano, y ya era muy tarde, pasadas las once de la noche. La organización había desplegado ese día, como todos los días de Reyes desde hacía más de quince años, toda su estructura para homenajear a sus niños. A lo largo de muchas cuadras en la avenida paralela al río, centenares de mesas armadas con tablones y caballetes habían sido cubiertas con manteles de hule coloridos, y cada uno de los grupos de las copas de leche había adornado la suya con guirnaldas de papelitos cortados con tijeras escolares.
Cada copa de leche tenía su propio nombre (“Las hormiguitas de Humahuaca”, “Los ositos tupaqueros”, “Copita de amor”), y con ellos habían hecho souvenires a mano, corazoncitos de cartulina con letra infantil y fibra titilante, para intercambiar con los demás. Sobre las mesas ya estaban desde temprano los manjares: cubanitos con dulce de leche, galletas, alfajores, sándwiches con jamón y queso, chizitos en abundancia.
A unas quince cuadras de allí, en la estación, Claudia, la hija de Milagro, supervisaba el galpón en el que habían depositado los varios miles de juguetes que habían comprado al por mayor unos días antes. Había desde bicicletas a tambores, y muñecas, muchas muñecas de todos los tamaños, y bebés de plástico, y triciclos, y juegos de herramientas, y kits para hacer collares de mostacillas y falsas perlas. Ese galpón custodiado por un grupo de tupaqueros fornidos es una imagen que me ha quedado grabada como una foto del motivo de una lucha, como una síntesis del motor imparable, del anhelo que enciende diariamente en muchos lugares del mundo el corazón de los luchadores populares: un galpón lleno a tope, un día de Reyes, de juguetes preciosos para todos los niños.
La otra foto, la del liderazgo, la obtuve a la noche, después de ese largo día en el que los Reyes habían recorrido todas esas cuadras repartiendo regalos, y todo había sido apretujón, carcajada, moco, abrazo y felicidad. Reventados, ya con las mesas y los tablones retirados y apilados, los militantes que quedaban estaban repartidos en pequeños grupos tirados en los cordones de las veredas. Ya habían pasado, como estaba convenido, los camiones de la basura, pero de pronto Milagro comenzó a inquietarse porque veía basura allí y basura allá.
La detecté en ese momento, en el de darse cuenta de que había basura. Los demás seguían charlando pero ella se puso a mirar en otras direcciones. Se paró, cruzó la calle y buscó la rama de un árbol. Empezó en silencio a barrer la calle con esa rama. Poco a poco todos se dieron cuenta y la fueron siguiendo, y en pocos minutos había decenas de personas barriendo la calle con ramas de árboles, y montoncitos de basura en cada esquina, que recogieron luego los camiones de la basura, a los que Milagro volvió a llamar porque, según les dijo, no habían hecho bien el trabajo. Cuando se fueron, todo quedó exactamente igual a como la Tupac lo había encontrado esa madrugada. “Si no después nos andan diciendo sucios”, dijo Milagro. Pensé que por eso ella estaba al frente, que ése era su estilo de liderazgo y que eso que yo tenía la suerte de ver era un liderazgo de los más genuinos y entrañables posibles, porque empezaba en el cuerpo de Milagro.
Ella podía ordenar porque era la primera en estar atenta, en ocuparse y en hacer el trabajo. Porque en cuestiones profundamente formativas de una organización como aquella, tallada sobre un sector de población estigmatizado desde hace mucho más que doscientos años, Milagro ejercía un liderazgo directo que era mostrar, mostrarse dando el ejemplo.
El sábado pasado la vi en el penal, 500 días después de haber sido detenida por motivos políticos. Está muy flaca pero tiene una energía que le sale por la boca y los ojos. Yo venía con la angustia de ver el barrio. De ver la saña, de ver el odio. De ver cómo aquella colmena trabajadora y feliz que había conocido se volvió pura desolación y vidrios rotos. No hablamos de eso. Ella está fuerte porque es fuerte.
Era una hermosa tarde de sol, y estaba con su enorme familia. Charlamos sobre temas entremezclados. Al irme, la vi de lejos mientras me iba alejando por la larga cuadra que la separa de la calle. Y pensé que Milagro hoy sigue siendo la misma que vi barrer la calle, que es su cuerpo el que está preso porque el régimen de Morales quiere extirparla como si fuera un yuyo, a ella y a la organización de los pobres. Pero los líderes como Milagro saben hablar desde el silencio, y estando presos siguen dando el ejemplo. Porque Milagro no es sólo ella, sino además los que la antecedieron y los que llegarán a este mundo con piel oscura y un destino marcado por la carencia y el desprecio; porque Milagro Sala hoy dona su cuerpo detenido, vigilado, castigado, a la larga lucha latinoamericana que nunca cesó ni cesará.