Hubo al menos tres momentos de aplauso largo y tendido en el Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner, el sábado. Uno fue al terminar una versión más de “De la canilla”, preciosa canción de Jaime Roos que Adriana Varela –destinataria de las palmas, claro- propaló con intensidad en Cuando el río suena, disco grabado y publicado durante el último año del milenio pasado. El otro fue tras el final de “Tinta roja”, pieza del tándem Castillo-Piana, al que la “Gata” entrega cuerpo y alma para el goce del público –en especial- masculino. Y el tercero, cuando hubo que destacar porqué pasa lo que pasa, todos los días de la vida, en el CCK.
“Antes de seguir quiero agradecer profundamente a todas las chicas y los chicos que trabajan acá, en el Centro Kirchner, porque son maravillosos”, dijo la cantora de 70 espléndidos años recién cumplidos, ante una ensordecedora ovación popular. Tendió así los dos andariveles por los cuales transitó la noche de junio en el templo cultural: el musical y –por qué no- el político. ¿Y por qué el político?, porque Varela suele no esconder sus simpatías en ese terreno, y esta fue otra muestra.
Bajo el aplauso que pidió para los pibes y las pibas que, haciendo honor a lo que hay que hacer cuando se trabaja en el Estado, mantienen al Kirchner hecho una pinturita –es más, en un lujo con acceso al pueblo-, se puede leer también la forma en que presenta a su pianista, arreglador y director musical cuyo apellido resulta un problemita para el hombre: Marcelo Macri. “Aclaro que su apellido no tiene nada que ver, pero nada ¿eh?, con ningún ex presidente”, ironizó la cantante, ante otro aplauso fortísimo, que no llegó al podio por un pelín. También puede leerse en esta clave la defensa explícita que ella hace de Celedonio Flores por “morocho, progresista y baja línea”, antes de entrar en una muy buena visita por la lunfardísima “Corrientes y Esmeralda”. Qué bien canta ella eso de “Esquina porteña, tu rante canguela / Se hace una melange de caña, gin fitz / Pase inglés y monte, bacará y quiniela / Curdelas de grappa y locas de pris”.
El otro carril, el musical, transitó por una senda conocida, pero con un plus novedoso: la “Gata” eligió el momento para presentar parcialmente un disco por salir. Se llama Vida mía, ocupar el décimo séptimo peldaño de su trayecto disquero, y sucede a Avellaneda, publicado por DBN en 2017. “'Vida mía' era un tema que a mí no me gustaba nada, como no me gustaba en tango… todos saben que me enamoré perdidamente de él recién a los 35, toda una veterana (risas)”, explicó con Pototo –sí, el del tema de Almendra- entre los asistentes. “Mis padres tampoco escuchaban tango, sino jazz y blues, pero si íbamos a una reunión y sonaba 'Vida mía' ambos se ponían a bailarlo muy pegados, apretaban, y a mí me daba vergüenza. Es más, todavía me da una cosita. Pero, en fin, el tema me terminó de convencer cuando Marcelo Piñeyro me hizo cantarlo en Plata quemada”, desarrolló la cantante.
Entre los temas del nuevo disco, Beatriz Adriana Lichinchi –tal su nombre real--, desclasificó su versión de “La novia ausente”, tema que escuchó cantar por primera vez en la voz del Polaco Goyeneche -“se quebraba cada vez que la encaraba”, evocó-, la nostálgica “Barrio pobre”, de Vicente Belvedere y Francisco García Jiménez.
Hubo tiempo además para esquivar las dos franjas de sentido por las que transitó el concierto. Por caso, cuando la Varela sumó palabras para explicarles a los pedidores de temas, por qué no cantó nunca más “Balada para un loco”. “Pasó que la grabé en vivo sin saber que la estaba grabando en Michelángelo, donde yo trabajaba de martes a domingo con mi padre artístico Roberto, el Polaco, Goyeneche”, empezó a contar promediando el set. “Yo no cantaba a Piazzolla aunque Ferrer era maravilloso… me gustaba escuchar su música, básicamente. Pero cuando al Polaco le dijeron que tenía que cerrar un concierto con la balada, y él dijo que si no la cantaba conmigo no la cantaba con nadie, bueno, fue muy fuerte. Entonces, desde ese momento no la canté nunca más, ni lo haré”, aclaró y acalló a los eternos pedidores.
Junto a lo que llama un “power trío extraordinario” –Walter Castro en bandoneón y Horacio Avilano, además de Macri-, Varela sí cantó “Mimí Pinzón”, otro de los clásicos que solía compartir con su padrino artístico durante aquellas noches mágicas en el mítico bodegón musical de San Telmo. Y le sobró paño, además, para inventariar “Golondrinas”, bella e inoxidable pieza de Gardel-Le Pera recreada en clave calma, bajo la suave tutela del pianista; “Pedacito de cielo”, solo cobijada en la sutil guitarra de Avilano; y terminó de calefaccionar la gélida noche porteña a través de “Con la frente marchita”, de Joaquín Sabina, con el power trío a pleno.