Excepto entre los idiotas –los útiles y los otros– ya pocos dudan, que lo enfrentado por el gobierno venezolano desde hace más de 60 días es lo mismo del 2014: una oposición que mutó de opositora a lo conocido en la historia como amenaza fascista, esa cosa que Benjamin y Lukacs definían como “un asalto a la razón” y que no es más que el último recurso de la clase dominante cuando siente que su existencia está definitivamente amenazada.
Maduro (foto) y su gobierno están ante dilemas que no previeron, pero intentan resolver y superar por vías opuestas a las registradas en la aleccionadora historia continental. Su propuesta de Constituyente comunal resulta como la última opción política de un presidente acorralado. De sus resultados emergerá otro Presidente y otra situación para el país.
Maduro optó por la movilización social del pueblo chavista mediante una propuesta constituyente de carácter comunal, “sectorial”. Ya logró cambiar relativamente la agenda callejera de muertes (que suman 70), por un debate político a favor o en contra de esa propuesta. Hasta ayer se realizaron más de 480 asambleas barriales. Algunas, incluso, reunidas por vecinos anti chavistas también angustiados por la escalada de violencia. El CNE informó que el viernes cerraron 17.959 postulaciones de tipo territorial regidas por el voto individual liberal, y 34.096 de carácter “sectorial, o sea de los movimientos sociales, etnias y agrupaciones de interés. Un total de 52.055 candidatos. Las Comunas y Consejos, por ejemplo, postularon 8.674 solicitudes. Los empresarios 1.154, los trabajadores sindicalizados más de 13 mil.
No es garantía absoluta, pero es un signo alentador contra el escenario de guerra buscado por la oposición, el gobierno colombiano, la OEA y el Departamento de Estado. No debería quedar dudas que estamos ante un fenómeno político de alta calidad democrática. Su novedad confirma que la democracia política tiene más formas de manifestarse que los fetiches conocidos. Eso ha generado espanto entre los dirigentes opositores y empresarios, y una cierta desazón epidérmica entre intelectuales de la izquierda, como Maristela Svampa y otros.
América latina registra tres tipos de “salida” para situaciones similares al colapso venezolano de hoy: una fue el abandono sin resistencia, (Jacobo Arbenz en 1954 y J. D. Perón un año después). Otra, el inútil sacrificio individual con un tiro en la cabeza, (Getulio Vargas, 1954. Allende, 1973). Y una tercera, la sandinista, que significó transferir el poder ganado con las armas mediante el voto liberal. Aunque la más común ha sido el asesinato y los golpes militares patrocinados por EE.UU., pero esta fue la salida de ellos.
Todo lo que no avanza, retrocede, y como advertía Marx “entre dos derechos iguales la única solución es la guerra”. Ese es el tamaño del riesgo que se vive en Venezuela, aunque parezca de ficción. No es Siria, pero puede serlo.
Sin embargo, entre un axioma y la realidad existen mediaciones. Una de ellas, es esta Asamblea Constituyente comunal.
Como era inevitable, la sola idea trastocó todos los sentidos y sometió a pruebas inesperadas, incluso a los más externos, aquellos intelectuales que fueron “amigos de la revolución bolivariana”. No dudo de que lo fueran, pero creo que no pasaron la última prueba de lo que defendían.
Ellos no tendrán consecuencias. Para Nicolás Maduro y el pueblo venezolano, sí las habrá y será el caos y la muerte. De allí surge la última prueba para un presidente cuyo destino no está definido aún: porque depende del resultado del proceso constituyente comunal en marcha.