La barra que separa los dos nombres indica la separación efectiva y sin retorno entre el Presidente y la Vicepresidenta.
Nada indica que pueda haber una reconciliación posible y a su vez ya parece existir una mayoría kirchnerista que no la desea. Ni siquiera la real posibilidad del triunfo de la ultraderecha colabora con la idea del reencuentro.
Indudablemente ente estos dos nombres existe una asimetría irreductible. Cristina juega de un modo intenso en dos roles a la vez: por un lado, encarna un legado histórico de transformaciones que sin ella perderían toda consistencia; por otro, se ha convertido, precisamente en nombre de ese legado, en la supervisora política del Frente de Todos en su desenvolvimiento en la feroz coyuntura.
Estos dos roles no siempre coinciden, aunque el o la kirchnerista apasionado/a los vea coincidir siempre. Cuando habla en nombre del legado siempre realiza una gran interpretación del país, cuando interviene en la coyuntura interviene otro factor: su vocación de poder. Nadie debería reprocharle esta posición, una política de su talla siempre buscará por todos los medios que ese poder dure en el tiempo con el fin de darle un soporte sólido a su legado.
Con respecto a la Cristina estratégica no hay nada que discutir, encarna los valores históricos de la Emancipación.
Otra cuestión es la Cristina que actúa sobre el frente de todos exigiendo que funcione como ella esperaba. Sobre este segundo punto es demasiado pronto para responder porque dos desenlaces son perfectamente posibles. O bien sus críticas rectifican y fortalecen al gobierno de Alberto o bien se suman al asedio permanente que realiza la derecha o incluso, de un modo imprevisto, provoca la emergencia en el frente de todos de una figura política más conservadora y más a la derecha que Alberto, pero que supuestamente asegure la gobernanza. No olvidemos que después del excelente discurso de Alberto en la OEA de inmediato apareció un avión extraño en Ezeiza. Temprano para saber esto. Lo que sí se puede saber es que Alberto vive en un mundo aparte con respecto a la situación y su encrucijada.
No la enfrenta, no ironiza sobre la misma y acepta, o eso parece, asumir resignadamente todos los embates.
Parecería que su idea fuerza consiste en que si el infierno económico se ordena, él podrá volver a politizar la situación en un nuevo rumbo más favorable a su gestión.
Es una apuesta peligrosa y casi imposible de ganar cuando se pertenece a un mundo hiperpolitizado como es el peronismo.
Mientras tanto, miles de militantes kirchneristas asisten a esta dramaturgia apasionante desdoblados entre exaltaciones de triunfo cuando la escuchan a ella y con una extraña melancolía plagada de dudas con respecto a un presidente que no se permite y a la vez no le permiten hacer un semblante de autoridad que sea transmisible y seductor.
No obstante, aún quedan varios capítulos decisivos por venir.