Gilberto Gil cumplió ochenta años. El número no deja de impresionar, si se piensa a quien, como un antropófago cultural tardío, cuando maduraban los ’60, contribuyó definitivamente a delinear una idea irreverente y valiente de juventud. Pero esa impresión por los ochenta de un artista como Gil podría ser apenas una subjetiva sensación de tardanza ante el tiempo que pasa, implacable. Al final de cuentas, el peso de la cifra, abultada y redonda, da cuenta de la punta de una línea de tiempo que refleja la magnitud de quien supo construir su propia tradición poniendo los pies en su tierra y escuchando las distintas formas de la modernidad. Además de sostener un compromiso político, pronunciarse por la libertad, contra el racismo, advertir sobre el maltrato del medioambiente y cuestionar cada forma de la injusticia global. Si es cierto que en muchos sentidos Gil es el producto de aquella lectura brasileña del mundo y sus circunstancias que más tarde confluyó en el Tropicalismo, también es cierto que se trata de un artista singularísimo.
Incorporado en abril pasado a la Academia Brasileña de Letras, reconocido como “traductor del diálogo entre la cultura erudita y la música popular”, Gil no se empantana en el musgo del bronces y se mantiene en plena actividad. Su cumpleaños lo encontró en Timmendorfer Strand, una pequeña localidad al norte de Alemania, sobre el Mar Báltico, donde el mismo domingo del aniversario comenzó un periplo de conciertos que realiza con Gil & Family, la banda que integran cuatro de sus ocho hijos --Nara, Preta, Bem y José--, además de sus nietos João, Pedro, Lucas, Gabriel, Francisco y Flor. “Nós A Gente”, se llama el espectáculo que tras pasar por Dinamarca, Italia, Eslovenia, Francia, España, Suiza y Marruecos, culminará el 31 de julio en Wiltshire, Inglaterra. Esta gira comenzó a planearse hace un año, cuando Gil cumplió 79, con Em casa como os Gil (en casa con los Gil), un documental producido por Amazon Prime Video que reunió a toda la familia para reflejar los preparativos del show y del gran viaje. La segunda temporada de la serie se elaborará con lo sucedido en la gira.
Entre las producciones que celebran el aniversario de Gilberto Passos Gil Moreira, ya se encuentra on line una colaboración entre el Instituto Gilberto Gil y Google Arts & Culture. El ritmo de Gil se llama el sitio de Google Arts & Culture que cuenta con 146 historias sobre su vida y su obra para explorar (en portugués, inglés y castellano), además de unas 40.000 imágenes, 721 videos y el hallazgo de un disco “perdido” que el brasileño grabó en los Estados Unidos en 1982.
Como punto de partida, el recorrido se articula en base a tres capítulos que, organizados temáticamente, no necesariamente deben seguir un orden particular. El primero se llama “Gil, el músico”, el segundo “Gil, la inspiración” y el tercero “Gil, el alma”. Desde ahí se despliegan los tópicos que marcaron la poliédrica identidad artística de un artista brasilero de su tiempo como pocos. Su capacidad de atravesar por el rock y el Reggae desde el samba, el peso expresivo de sus instrumentos, la sensibilidad para descifrar lo que suena más allá de lo eléctrico y lo acústico, los desarrollos de su conexión africana, el sentido de la Tropicália, sus grabaciones, la poesía, la fe, la familia, los modelos en los que se inspiró para formarse y la manera en que influenció a otros después, su período como Ministro de Cultura de Brasil, entre 2003 y 2008. Estos son algunos de los temas con los que el navegante va reconstruyendo, sin un orden preestablecido, la vida y la obra de Gil.
Uno de los atractivos El ritmo de Gil es la publicación de aquel disco de 1982, grabado en Estados Unidos con canciones en inglés --sólo una, “Estrella”, está en portugués-- que el mismo Gil en su memento decidió no publicar y que desde hacía tiempo se consideraba perdido. Se trata de una muestra de un pop bien elaborado, de alguna manera complaciente con el mercado norteamericano, en el que sin embargo la marca de Gil no se pierde del todo. La leyenda cuenta que fue André Midani, por entonces presidente de Warner Music, el que pensó en un nuevo álbum para el mercado norteamericano, después de Nightingale, el proyecto Gil y Sergio Mendes lanzado en 1979. El álbum fue producido por Ralph McDonald, un percusionista conocedor de lo que entonces representaba la “música negra” en Estados Unidos, que para la grabación convocó entre otros a Steve Gadd en batería, Marcus Miller en bajo y a la cantante Roberta Flack, que además de hacer coros en varios momentos participa en “Jump for Joy”. Este tema podría haber dado nombre al álbum de nueve canciones que sin embargo quedaron archivadas en Gege Produções con el rótulo “Produced by Ralph MacDonald”. Casi cuarenta años después, la cintas fueron descubiertas por la lista de canciones estampada en el frente de la caja.
Una parte del periplo que ofrece Google Arts & Culture está dedicada a los encuentros internacionales de un artista que desde su exilio en Londres en 1969 --expulsado por la dictadura brasileña, después de sufrir la cárcel-- supo dialogar con otros artistas, impulsar encuentros, festivales y causas globales. Gil fue uno de los artífices del festival de Glastonbury y del primer Rock in Rio y a lo largo de su vida artística colaboró con George Harrison, Stevie Wonder, Sting, The Wailers y Elton John, entre otros. En el recorrido hay también un momento dedicado a la extensa discografía de Gil. Articulado en seis partes el mismo cantautor cuenta su historia, reflexiona sobre sus experiencias, al tiempo que ofrece grabaciones, imágenes y comentarios que, puestos en tensión con los acontecimientos de la época en Brasil y en el mundo entero, permiten apreciar las elecciones e inspiraciones del artista a través del tiempo. Un video del “Concierto por la Paz”, que ofreció en la ONU en 2003, junto a otras actuaciones importantes están incluidas en los recorridos que se completan con catálogo de cartas y un inventario de sus “looks”, además de un Karaoke digital, para quien se sienta a la altura de las circunstancias.
La entrevista en la que Caetano Veloso habla de su gran amigo es otro de los grandes momentos de El ritmo de Gil. El relato de Caetano --que en agosto también cumplirá ochenta--, desgrana asombros compartidos en la adolescencia bahiana, recuerda las charlas con María Muniz, el Teatro dos Novos, el cine de Glauber Rocha, la Nouvelle Vague y Fellini; evoca las primeras canciones, Los Beatles, la banda de Caruaru y el Tropicalismo; cuenta cosas del exilio, el regreso, Los doce bárbaros, entre innumerables carnavales de vidas que se cruzan continuamente. “Creo que jamás nos comportamos como hacen los amigos generalmente, con secretos compartidos y lazos de lealtad formales. Siempre fue algo más que eso. Somos más como hermanos o amantes que como amigos. Existe un respeto que trasciende nuestras propias bajezas ocasionales. Como dije una vez: no creo en Dios, pero creo en Gil, y Gil cree en Dios. De hecho, existe una complementariedad que suele ubicarnos en puntos opuestos. Cuando él descubre algo (por lo general, antes que yo), yo no lo veo”. En estas palabras de Caetano, y en la hermandad que los une, se termina de perfilar parte importante de la historia musical, civil y sentimental de Gil, un artista fundamental para entender las premisas y las derivas culturales del siglo XX americano.