Desde Inglaterra
Se vio desde el vamos, en los rostros felices de los 140.000 feligreses que vinieron de todas partes y fue comentario obligado de la mayoría de los músicos que se subieron a los diez escenarios principales y a los montones de proscenios más pequeños, distribuidos a lo largo y ancho de la Worthy Farm de Michael Eavis, el granjero que creó Glastonbury: ¡qué bueno es poder disfrutar de la música en vivo otra vez! Es cierto: hay momentos para atesorar en la vida, y si hubo una presencia excluyente en Glastonbury 2022, que personificó esa recuperada alegría de vivir, fue la de Paul McCartney, quien estaba programado para coronar el 50° aniversario del festival en 2020 cuando se vino la larga noche de la pandemia.
Pero a Paul no le gusta dejar cuentas pendientes, de modo que, dos años más tarde, McCartney y su banda fueron cabeza de serie del segundo día de Glastonbury y dieron un show que será recordado por mucho tiempo. Desde ya que su voz, a los 80 años, no está igual que en los días de gloria de los Beatles, ¿cómo podría? Pero su porte, su carisma y su talento, al comando de una banda compacta, sin fisuras, siguen siendo únicos. McCartney tiene un atractivo inefable que lo hace relevante y actual para cuatro generaciones distintas.
El show fue una fiesta desde el minuto cero y ese arranque con “Can’t buy me love”, cantado a coro por las más de 80.000 personas que abarrotaron el predio de la Pyramid Stage, el escenario principal de Glastonbury, hasta donde la vista se perdía. Desfilaron clásicos de la era Beatle, como “Got to get you into my life” –realzado por una sublime sección de bronces- “Getting better”, “Being for the benefit of Mr. Kite!”, “Lady Madonna”, con una sección especial unplugged, dedicada a glorias intimistas como “Blackbird”, “Something” y “I’ve just seen a face”, además de un flashback a los días embrionarios en que Paul, John y George integraban The Quarrymen, con el tema del primer demo que grabaron en un estudio primitivo, “In spite of all the danger”, y también el primer, modesto hit, que puso a la banda de Liverpool en el mapa, “Love me do”.
Paul también recordó con afecto sus primeros días como solista con el hit “Maybe I’m amazed” y la etapa Wings, con “Let me roll it”, “Let them in” y “1985”, pero también le dio abundante protagonismo a su reciente material, con canciones como “My Valentine”, “Dance tonight”, “Come on to me” y “Fuh you” y hasta se permitió un toque de ironía para con la audiencia cuando, entre tema y tema, reflexionó: “cuando hacemos temas Beatle veo las luces de sus celulares hasta lo alto de la colina, pero cuando hago canciones nuevas es como mirar dentro de un agujero negro… Pero igual las seguiremos haciendo…”
A las dos horas de recital intenso, la gente pensó que, después de temas súper populares como “Get back” y "Ob-la-di, ob-la-da” se acercaba el final, pero a McCartney le quedaba un as en la manga e invitó al escenario a Dave Grohl, que se había venido de Los Angeles especialmente, y que se sumó a “I saw her standing there” y “Band on the run”. La sorpresa no terminó allí, porque ante el asombro general, a continuación subió Bruce Springsteen, también llegado expresamente para acompañar a Paul y enseguida se trenzaron con “Glory days”, uno de los grandes hits de The Boss, del álbum Born in the USA. Springsteen se veía notoriamente emocionado y se quedó para una furiosa versión de “I wanna be your man”.
Cuando desfilaron “Let it be”, “Live and let die” -con la habitual fanfarria de llamaradas y fuegos artificiales- para llegar a un alto clímax con el coro colectivo de “Hey Jude” ya pasaba de medianoche. Dos horas y media de show, treinta minutos más de lo que estaba en los papeles… Saludarán y se irán… ¡Para nada! Paul tenía todavía un ancho de espadas: comentó que un técnico de sonido amigo le había contado acerca de la moderna tecnología de audio que permite aislar las voces y/o instrumentos como nunca antes y lo demostró cantando “I’ve got a feeling”, junto a la voz y la imagen de John Lennon capturada de la reciente serie Get Back. La emoción cedió paso a la furia de “Helter skelter”, más heavy que nunca… ¿Se va? De ninguna manera. Faltaba el popurrí final de “Golden Slumbers/Carry that way/The end” y la guindita sobre el postre: la legendaria zapada de guitarra de Abbey Road entre Paul, Harrison y Lennon, aquí produjo el retorno al escenario de Springsteen y Grohl para redondear un duelo guitarrero que se transformó en epílogo a toda orquesta, con la banda vibrando en pleno antes de esas palabras que resultaron proféticas: “…y al final, el amor que te llevas es igual al amor que das.” La tremenda ovación que subió hasta la Pyramid Stage lo confirmó.
Antes y después de Paul McCartney, Glastonbury fue fiel a sí mismo. Lo cual significa que hubo música para todos los gustos y de todo tipo. En la noche del viernes, Billie Eilish juntó a más de 50.000 personas para ver su show de cierre del primer día e hizo lo que sabe muy bien: llegar a su público como si estuviese en el living de su casa con amigas y amigos, matizando sus canciones con monólogos entre tema en tema acerca de empoderarse y fortalecer la autoconfianza. Ese carácter íntimo que le da a sus recitales ejerce un extraño encanto y así fueron desfilando sus hits, “Bad guy”, “You should see me in a crown”, “Bury a friend” y un final pirotécnico con el tema que le dio título a su más reciente álbum, Happier Than Ever.
Más temprano en la misma Pyramid Stage ocurrió otro de los momentos especiales, la actuación de Robert Plant y Alison Krauss. La música actual del ex frontman, cantante y co-compositor de Led Zeppelin lo lleva a sus viejos amores: el blues de raíz, el country y la música folk estadounidense que se conoce con el nombre de Americana y el rockabilly. Con esos elementos, sumados a la cristalina voz y el violín de la Krauss, el dúo ha conformado un repertorio sólido a través de dos álbumes, Raising Sand, de 2007, y el reciente Raise the Roof. Igualmente, el efecto gravitatorio de Zeppelin es poderoso y los aplausos aumentaron varios decibeles cuando encararon, con nuevos arreglos, clásicos como “Rock and roll”, “When the levee breaks” y una deliciosa versión de “The battle of Evermore”, donde la Krauss encaró la parte que originariamente cantó Sandy Denny con gracia y aplomo.
Glastonbury tiene diez escenarios principales y un montón más esparcidos por los 3 kilómetros cuadrados de la Worthy Farm y todo sucede al mismo tiempo. De modo que, además de un buen estado físico hay que elegir bien lo que se va a ver, de lo contrario uno puede calcular mal el tiempo y la distancia y llegar cuando el artista deseado se despide exclamando: “¡gracias por todo; disfruten el resto del festival!” Y no faltan distracciones: además del abrumador despliegue musical, hay carpas de teatro, de circo, de stand-up, de cine de estrenos y de películas legendarias, y también los sectores temáticos con pinturas y esculturas distópicas, que ponen el acento en ominosas predicciones acerca de la suerte de nuestro planeta, a menos que dejemos la inercia y encaremos acción firme acerca de temas como la polución ambiental, el cambio climático y la creciente brecha social entre pudientes y desclasados. Este año, la acción de entidades como Greenpeace, Oxfam y Water-Aid, que desde hace años son un elemento constante en Glastonbury, se vio reforzada por la presencia de la joven ambientalista y luchadora social sueca Greta Thunberg, quien se presentó el sábado en la Pyramid Stage con un encendido mensaje de crítica a la inercia de los políticos en general, acerca de las verdaderas preocupaciones de la gente a la que dicen representar.
Un paseo por los Green Fields, en la parte sureste del festival, permite enterarse acerca de las energías alternativas, la permacultura y otras maneras de hacer de nuestro mundo un hábitat un poco más amigable. Pegaditos están los Healing Fields, donde abundan las terapias alternativas y también los Workshops, talleres donde es posible adquirir lecciones básicas en el tallado de la madera o en la confección de collares y adornos, todo en forma gratuita. Y para descansar los sentidos de tantos decibeles está el Sacred Space, en la cima de una colina, llamado así porque allí se encuentra un misterioso círculo de piedra antiquísimo. Toda la zona es un remanso de paz y de verde desde donde contemplar todo el predio del festival y los campos de distintos tonos de verde que se extienden por kilómetros allá donde termina el colorido de las carpas, y los senderos del festival.
Es bien sabido que la música despierta el apetito. De esa necesidad se ocupan los cientos de puestos de comida repartidos en toda la Worthy Farm. Hay de todo, desde la consabida junk food, hasta comida Thai, paellas, platos mexicanos, sabores Tibetanos y comida callejera de Brasil, además de cocina de la India y Pakistán, con distintos tipos de curry, que hace rato forma parte del gusto británico.
Tarde o temprano, no obstante, se vuelve a la música y este Glastonbury post pandemia abundó en todo tipo de propuestas. Por el West Holst –escenario de World Music y géneros afines- pasó el neo reggae de Koffee, sobrenombre artístico de una cantante y compositora, rapera, DJ y guitarrista jamaiquina, cuyo disco Rapture ganó en 2019 el Grammy a mejor álbum de Reggae. También estuvo la sorprendente Arooj Aftab, compositora y cantante pakistaní que tiene su base en Estados Unidos y un sonido que incluye elementos de jazz, minimalismo y un abordaje de la tradición sufí. Por su parte, la renovada atracción de los músicos británicos por el jazz experimental, con elementos de Afro-beat y dub, estuvo bien representada por bandas como Nubiyan Twist, oriundos de Londres, y por una banda de Bristol llamada Ishmael Ensemble.
Glastonbury, desde siempre, tuvo predilección por los nuevos talentos y por los artistas de culto, por eso no resulta extraño que tenga tres sectores dedicados principalmente a la música de hoy en diversas manifestaciones. En The Park, escenario plantado en uno de los sectores panorámicos de la Worthy Farm, pudo escucharse a Courtney Barnett, en un celebrado show que se paseó por los tres álbumes editados por esta notable cantautora y guitarrista de Melbourne, Australia. The Park albergó también el show sorpresa (otra tradición Glastonburiana) de Jack White, y fue allí donde brilló el original folk ambiental de unos nativos de Brooklyn: Big Thief, que recién editaron un muy bien recibido álbum en el sello 4ad. Entre lo nuevo que ha salido de las islas británicas, también cabe recomendar a Dry Cleaning, londinenses de música intensa y oscura y una cantante de estilo recitativo a la manera de Laurie Anderson; y Wet Leg, oriundos de la Isla de Wight, encabezados por dos cantantes, compositoras y guitarristas, Rhian Teasdale y Hester Chambers, quienes provocaron tal peregrinaje de fans en la temprana tarde del viernes, que era imposible acercarse a menos de cien metros de The Park.
El John Peel Stage osciló entre extremos: el neo-punk de otros australianos, Amyl & the Sniffers, y el folk de cámara de Phoebe Bridgers. Y en cuanto a The Other Stage, la particularidad de la que podría considerarse el segundo escenario en importancia de Glastonbury, es la de combinar el talento de músicos que están a punto de consagración y de ya probada maduración artística, como el caso de St. Vincent y su excelente recital del viernes, presentando su nuevo álbum Daddy’s Home, con artistas de probado impacto popular en el medio local, como Foals y Blossoms y también con históricos cuya base de fans nunca decrece, como Pet Shop Boys o Supergrass.
El Pyramid Stage volvió a brillar el domingo, con la presentación de Diana Ross y otro probable record de público que colmó no solo el predio del escenario principal, sino también las vías de acceso para escuchar a la gran artista surgida de los días de oro de Motown interpretar sus grandes hits con The Supremes, y también su notable carrera posterior como solista. Hubo jazz de vanguardia con un histórico, Herbie Hancock, y un esperado cierre con Kendrick Lamar, quien también estaba de estreno, con su álbum Mr. Morale & the Big Steppers recién llegado a las bateas y redes digitales.
Glastonbury es también el lugar de las sorpresas. Además de los artistas de renombre, que uno casi automáticamente resalta en el programa, se encuentra siempre lo inesperado: en esta edición bien puede haber sido la presencia de P. P. Arnold, a quienes los argentinos conocieron como corista de Roger Waters pero que también supo cantar con Ike & Tina Turner y ser artista del sello Immediate, del ex manager de los Rolling Stones, Andrew Loog Oldham. El set de la Arnold en el escenario Avalon fue un deleite de soul, baladas y rhythm and blues e incluyó covers de “Medicated goo” de Traffic y “If you think you’re groovy”, escrito para ella por los Small Faces. No faltaron simpáticas anécdotas de su paso por el mundo del rock inglés de los años ’60 ni tampoco una buena dosis de material de su nuevo álbum, The New Adventures of P. P. Arnold.
Otra gracia inesperada fue ver a Jarvis Cocker en el penúltimo show de The Park del domingo, el día final de Glastonbury. El ex cantante, compositor y líder de Pulp que ahora se presenta con el nombre artístico de Jarv Is, demostró que su afán de exploración musical y su riqueza lírica siguen en el más alto exponente. Un recital valiente, donde focalizó en su material actual sin concesiones a la nostalgia y con varias apreciaciones sobre el contexto social y político muy lúcidas. Jarvis es, además, un gran recitador. Sabe modelar su voz para crear las pausas justas antes de rematar una frase; sabe cómo crear suspenso. Temas nuevos como “Locked down”, notable reflexión sobre los días de pandemia, “The road” y “This is gonna hurt”, de la serie inglesa del mismo nombre, son señales de un artista que no descansa ni duerme sobre pasados laureles.
Habrá quizás muchos otros Glastonbury en el futuro, igual de majestuosos en cuanto a calidad artística que éste, pero el del 2022 será recordado por siempre como un nuevo amanecer. Y además, estuvo Paul McCartney, y como solía decirse en los picados de fútbol callejeros, cuando un equipo tenía a todos los habilidosos de su lado… ¡Eso es robo!
En cifras
- Superficie de la Worthy Farm: 3 kilómetros cuadrados
- Entradas vendidas: 138.000 + 5.000 tickets para el domingo
- Cantidad de escenarios: 100 (10 principales)
- Staff: 67.000 personas, más 2000 voluntarios de Oxfam
- Puestos de comida, ropa, etc.: 900
- Bares: 100 (+ uno secreto…)
- Dinero reunido para fines benéficos: 2 millones de libras esterlinas